Jhumpa Lahiri
La autora indioamericana deslumbra una vez más con su nueva novela, La hondonada (Salamandra).
- ¿Cuándo descubrió que lo suyo era la escritura?
- No fue una decisión formal, sino una acumulación de circunstancias. De niña ya escribía, y en la adolescencia dejé de hacerlo porque no quería ser escritora de manera consciente, yo misma dudaba de mi creatividad y me sentía muy confundida. A los 22 años empecé a escribir de nuevo, y me dí cuenta de que eso era lo mas importante de mi vida. Durante los siguientes diez años la escritura fue una actividad secreta y clandestina, no hablaba de ello con casi nadie, no tenía confianza en mí como para afirmar "soy escritora".
- Pero en su familia había una proximidad a la actividad creadora...
- Sólo por parte materna. Mi abuelo materno era pintor, igual que mi tío. Cada verano, antes de viajar a India, cargábamos con gran cantidad de pigmentos, pinturas y material que les llevábamos a ellos dos como regalo. Y mi madre siempre ha leído mucho e inluso escribió poesía durante un tiempo. Pero debido a la condición de emigrantes de mis padres, en casa se nos inculcó con mucha firmeza que había que tener una profesión que permitiera ganarse la vida y conseguir una cierta estabilidad. Por eso siempre pensé que mi destino era trabajar como profesora de literatura, tenía muchas dudas acerca de mi capacidad de salir adelante a base de escribir. Y a día de hoy, creo que nunca animaré a mis hijos a que escriban si es que alguno muestra ese interés.
- ¿El relato es un primer paso para la novela?
- En mi caso sí. Empecé a escribir con mucha cautela y con una cierta aprensión. Para mí el lenguaje es muy importante, de manera que me inicié con mucha delicadeza y escogiendo un registro muy pequeño. Al principio escribía una sola página, jugando con las palabras y midiendo mucho lo qué contaba. Luego fueron dos páginas, después cuatro, y así llegué a escribir relatos. Como lectora también valoro mucho ese formato del cuento, y no descarto volver a él como escritora.
Debido a su condición de emigrante, su vida está llena de contradicciones y de sentimientos encontrados. Aprendió a hablar en bengalí, porque ése era el idioma de su familia, pero apenas es capaz de escribirlo o leerlo puesto que se escolarizó en Estado Unidos. Casada con un periodista guatemalteco, cuando fue madre repitió esquemas y arrulló a sus hijos en bengalí, para ella el lenguaje de las emociones, hasta que en el parvulario de sus hijos le pidieron que hiciera el esfuerzo de hablarles en inglés ya que su padre lo hacía en español. La soledad, el desarraigo, la búsqueda de la propia identidad, la nostalgia por el paraíso de la infancia y el esfuerzo de adaptarse a una sociedad muy distinta para conseguir integrarse y no sentirse una intrusa son los terrenos entre los que pivota su obra, profunda y melancólica. La familia y las complejas relaciones entre sus miembros son el abono perfecto para sembrar un territorio fértil del que nace una prosa honda y majestuosa, que bucea en el distinto calado de los lazos que unen a las familias indias y a las estadounidenses.
- Unos lazos que confieren una gran seguridad al individuo, sobre todo en la infancia, pero ¿no pueden llegar a asfixiar cuando se es adulto?
- Sí, definitivamente sí, pero el peso de las costumbres en una sociedad es muy fuerte. Es verdad que en algunos lugares del mundo se vive y valora la familia de una manera especial, mientras que en Estados Unidos ese sentimiento no tiene la misma intensidad, nadie esta realmente arraigado. Allí las familias viven atomizadas y desperdigadas a lo largo de un territorio enorme y eso les permite (según ellos) conseguir la libertad. Yo vivo ahora en Roma y veo que las distintas generaciones de una misma familia viven en un territorio muy reducido, muy cercanos unos de otros. En India eso todavía es más acusado. Las familias viven literalmente juntas, los padres viven con sus hijos incluso cuando estos se casan, de manera que la familia constituye una sociedad en pequeño formada por padres, hijos, nueras, yernos, nietos, etc. En cambio en EE.UU. a los 18 años los chicos se van a la universidad, normalmente a un estado muy alejado de su casa, y ya no vuelven a vivir con sus padres nunca más. Eso estaría visto como un terrible fracaso, y como una muestra de que no se es capaz de tomar las riendas de la propia vida. Cuando les cuento a mis amigos americanos que mis primos en India viven con sus padres a pesar de tener 50 años se quedan de piedra, no lo entienden. Pero, según nuestra educación, ese sistema permite vivir con una red de afectos muy sólido, que te hace no sentirte solo en los momentos difíciles de la vida lo que te da una gran fuerza para luchar.
- ¿Qué le ha aportado ser emigrante ?
- En realidad fueron mis padres los emigrantes. Ellos creyeron que debían irse a Estados Unidos y tomaron esa decisión desde la libertad, no por necesidad, pero siempre han acarreado un gran sentimiento de culpa por haberlo hecho y por haberse alejado de la familia. Cuando mis abuelos fueron mayores mis padres vivieron muy mal el no haber podido cuidarlos, porque en la sociedad india el respeto y cuidado de los mayores es un valor muy importante. Ahora viven con crudeza las consecuencias de su decisión. Hay otro tipo de emigrantes que se ven empujados a marcharse por necesidad y, desde mi punto de vista, esos son los que mejor se integran porque quieren formar parte del país que los ha acogido y se agarran a ello con urgencia. Ese no ha sido el caso de mis padres. Ellos siempre se han sentido indios inmersos en una cultura ajena, y yo he heredado todas sus contradicciones y ambivalencias.
- ¿A qué atribuye el que aspectos y sentimientos tan concretos como los que usted trata conecten y emocionen a personas de cultura y procedencia tan dispar?
- Cualquier artista busca justamente conseguir eso de lo que usted habla. Cuando yo leo a García Márquez o a Chejov tambien me emociono y me siento muy cerca de lo que cuentan, y sin embargo no hay nada aparente que me una a ellos. Cuánto más específico es un texto más universal es su fuerza, y con los mitos ocurre exactamente lo mismo. Los seres humanos somos muy distintos, procedemos de culturas diferentes y hablamos muchas lenguas, pero por encima de todo nos unen condiciones comunes como el misterio de la vida, por el que todos nos preguntamos. Y ahí reside el poder del arte.
- ¿Es duro ser escritor?
- La creación es difícil y a veces dolorosa, pero se convierte en una necesidad. Para mí es indispensable tener una conexión diaria con la escritura, incluso en vacaciones, porque es una especie de meditación que me da equilibrio y paz espiritual. Intento ser disciplinada y metódica, porque necesito de la rutina para trabajar, pero muy a menudo hay elementos externos que me perturban. Para mí un día ideal es aquel en el que llevo a mis hijos al colegio (ahora estamos viviendo en Roma) y luego vuelvo a casa para trabajar (lo que incluye leer y escribir) durante cuatro horas. Después como y vuelvo a ser madre, cuando recojo a mis hijos. Esa actividad la alterno con ocuparme de la casa y atender a distintos compromisos profesionales.