A Moscú sin Kalashnikov. Una crónica sentimental de la Rusia de Putin
Daniel Utrilla
24 enero, 2014 01:00Daniel Utrilla
Si la vida se puede medir por objetos de estudio que, durante años, casi todos convertimos en pasiones, confieso que tuve mi vida soviética y, desde el 91, rusa. Del 85 al 93 no hubo región ni conflicto internacional que me interesara más como periodista y como profesor. De aquella adición conservo unos 300 libros y de todos ellos ocupan un lugar privilegiado cuatro: Rusia, ayer como hoy, del Marqués de Custine; Mi viaje a la Rusia Soviética, de Fernández de los Ríos; Regreso a la URSS, de André Gide, e Imágenes sobre fondo rojo, de Pilar Bonet.Desde hoy ya son cinco. A Moscú sin Kaláshnikov, la biografía supermemoriada de Daniel Utrilla sobre sus casi ya 14 años en Rusia -once de ellos como corresponsal de El Mundo- merece estar al lado de los mejores. No es un libro de viajes, salvo que pensemos en un viaje que dura ya casi una tercera parte de la vida (38 años) del autor y que ha ido relatando en cada una de las 2.069 crónicas, reportajes y entrevistas publicadas en esos años. Sin esta documentación y experiencia jamás hubiera sido posible un texto tan completo, pero pocos periodistas tienen la paciencia y la capacidad para conservar su trabajo diario de forma ordenada y útil, y transformarlo en un ensayo brillante con un lenguaje que recuerda, por el uso de la metáfora, al mejor Umbral.
Napoleón, Stalin, Lenin, la religión, el vodka y sus emboscadas sobre raíles, la Plaza Roja, las discotecas moscovitas, la estética y la ética, el amor de Yulia y el culto de la muerte, las supersticiones y el fútbol, la gloria y el fracaso, incontables sonrisas y algunas lágrimas, el frío, el frío, el frío ruso (tres veces que se repita es poco para lo que significa)... Las 500 páginas del texto irradian pasión por el país y por el oficio del periodismo, un dominio extraordinario de la literatura rusa y sobre Rusia, la curiosidad sin límites de un reportero de primera (corresponsal clásico, nada de corresponsal de guerra, como él mismo se encarga de recordarnos a menudo, a pesar de sus jirones en Bieslán y en otros momentos de gran tensión) y el instinto de los mejores exploradores o descubridores del ser humano.
Puestos a buscar influencias, imposible detectar, entre las principales, dónde empieza Tolstoi y termina Nabokov, aunque, por encima de los más de cien autores clásicos que cita con increíble fluidez, elige como faro más luminoso a Julio Camba y, entre los corresponsales, a otro Julio (Fuentes), su antecesor para El Mundo en Moscú. "Como el maestro taxidermista de Alfanhuí, Julio me enseñó a disecar hechos y, al calor de su televisor (en la oficina de la avenida Kutúzovski) me contaba historias de sus aventuras bélicas, ignorando que mi vocación de corresponsal no la encendió el reporterismo de guerra, sino las crónicas de viajes de otro Julio, el maestro Camba".
El primer encuentro de Kapuscinski con lo ruso, que describe magistralmente en El imperio, le sirve a Utrilla para situarse ante el objeto de su pasión. Frente a la actitud negativa, muy crítica, de la mayor parte de los observadores de Rusia que la ven como amenaza, "yo no, yo siempre la he visto bajo otra luz, fuera de la zona oscura, más allá de la línea de tres puntos, intentando lo imposible, saltando más que los demás".
Los 19 capítulos, epílogo incluido, en que se divide el texto, se pueden leer por separado y en cualquier orden sin que la lectura pierda interés y sentido. El primero, escrito al final, es la síntesis de todo. Pocos autores reconocen y agradecen como lo hace Utrilla lo aprendido de un profesor, en su caso José Julio Perlado, con quien cursó redacción en la Facultad de CCII de la Complutense. Las reflexiones de Utrilla sobre la profesión, el corresponsal, el periodismo y su crisis de hoy son un excelente manual para profesionales.