Rafael Chirbes. Foto: Domenec Umbert
Amor. El protagonista, Esteban, carpintero a su pesar, sólo ha sentido el amor en una ocasión, y fue traicionado. Tampoco conoce el amor de su padre, que no le habla y al que cuida él, alguien "a quien no amaba y por quien no fue amado".Burbuja. El telón de En la orilla es el fin de la burbuja inmobibliaria. Como explicó Chirbes en El Cultural, si "Crematorio era el esplendor, En la orilla es la caída". Es, insistía, un libro que "nace de las pavesas de Crematorio, del mal olor que deja la especulación y una crisis que trasciende lo económico".
Cibersexo. Fiel a los tiempos, Esteban juguetea en internet y frecuenta foros de supuestas niñas viciosas y pederastas disfrazados de adolescentes. "Se enseñan fotos para ponerse cachondos, éste es mi coño, ésta es mi polla. [...] Para escribir cosas así hace unos años tenías que ser el marqués de Sade o al menos Casanova".
Dinero. Ni modo: "el dinero no es nada. O, peor, el dinero es el que todo lo corrompe, lo estropea, un mal padre, padrastro, pero que -fíjate cómo son las cosas- tantas vidas en apariencia incompatibles une. Es una de sus virtudes [...] sin su cemento, cuántas familias rotas" (pp. 136-137).
Esclavitud. En los 70, uno de los amigos de Esteban construyó su fortuna cobrando comisiones por los contratos de trabajo que conseguía a los emigrantes de la comarca. Los enviaba a Alemania, Suiza, "y además de lo que le habían adelantado por el viaje y la carta de trabajo, cobraba un 20 o 30 por ciento del sueldo" (p. 64). Ahora hace lo mismo pero en el pueblo, con marroquíes y parados. Lo que se dice "un paladín en la lucha contra la desocupación". No es el único, ya que las mafias de Europa del Este controlan la trata de blancas.
Familia. Como en casi todas las novelas del valenciano, la familia aquí es esencial: no hay familias felices por culpa de oscuros rencores, silencios, derrotas... La suegra puede sospechar de la nuera, ésta hacerle la vida imposible a un hijo, mientras el padre los ignora a todos. Al final, lo único que les acercará será "la codicia hasta que descubran que no queda nada en las cuentas".
Galdós. "No todos somos como Galdós", se lamenta siempre Chirbes ante quien quiera escucharle. "No todos somos capaces de escribir un libro en dos meses y ya quisiera el gato lamer el plato, porque... ¿ te has fijado que a todos los personajes de Galdós los puedes pellizcar?" afirmaba en una entrevista con El Cultural para sentenciar la vigencia del escritor canario.
Hambre. La crisis lleva al paro, el paro al hambre. Y, como se pregunta un ex empleado de Esteban, "¿qué creen que puede hacer un hombre cuando tiene la nevera vacía? Eres capaz de tirar de escopeta y sacarle la recaudación al charcutero del barrio [...] Sólo cuando estás en la ruina descubres que hay que comer todos los días".
Indignados. Reniega Chirbes de la imagen del novelista predicador que lidera a las masas, pero al hablar de los indignados no oculta su escepticismo. A su juicio, la gente se manifiesta "pero con que llegara el César y dejara caer unos cuantos euros se acababan las protestas. Porque la indignación no plantea nada nuevo, solo es una queja por no poder seguir como estaban antes. No existe un proyecto político ni social detrás ".
Juventud. Chirbes recuerda cuando se fue a trabajar a Marruecos en 1977 y cómo al volver no reconocía a sus jóvenes amigos, que habían dejado de cantar a Llach y andaban enredados con el terror en el hipermercado y la movida madrileña. "Era la vertiente cultural del ‘¡Enriqueceos!', pintores y músicos que cobraban un dineral de los ayuntamientos", explica el escritor.
Literatura. Cuando Crematorio fue elegida por El Cultural mejor libro de 2007, Chirbes reivindicó la importancia de la literatura porque el hombre "roba y mata pero también hace cosas hermosas". De ahí la importancia de la literatura. Puedes pensar que es "aire, mentira, pero lees a Balzac y te dices, ¿qué sería de nosotros sin ella?".
Marjal. Esta novela es impensable sin el marjal, "una especie de abandonado patio trasero de las poblaciones cercanas en el que se ha permitido todo, y donde se han acumulado basuras y suciedades durante decenios" (p. 41). Es el pantano, "lo que se ha quedado detrás de la especulación, detrás de la modernidad, lo que se ha quedado detenido a la vez puro y sucio", en declaraciones del escritor.
Naturaleza. Chirbes lo tiene claro: hoy "el animal humano es el ser menos protegido de la creación" (p. 43) Y dice más: que ahora que nuestra sociedad ha dejado de creer en Dios " el gran santuario de la divinidad es la naturaleza: impregnar agua con asbestos cancerígenos nos parece más imperdonable que los asesinatos".
Ñoñería. No hay en este libro ni en la obra del narrador valenciano sombra alguna de ñoñerías, de sentimentalismo: la fuerza del relato está precisamente en cómo ofrece desde el desengaño bocados de realidad sin subterfugios ni edulcorantes.
Orilla. En la orilla, escribe Chirbes, es donde viven los chalados engañados por la publicidad, los que se creyeron nuevos ricos y compraron allí un piso del que no saben cómo librarse. "¿Quién ha vivido nunca en la orilla del mar? En la orilla han estado siempre las viviendas más miserables" (p. 100)
Pobreza. Arruinado, el protagonista de En la orilla lo sabe bien: la pobreza es "el verdadero mal, un mal de armas tomar, espantodo, que cualquier persona debe evitar por todos los medios [...] Sí, ése el el único mal verdadero desde que le mundo es mundo. [...] De qué huiste tú, de qué te escapabas cuando veniste aquí".
Realidad. Ha sido siempre el mimbre esencial con el que Chirbes ha construido sus novelas. "Quizá sigue existiendo cierto temor al realismo, como si fuera poco literario contar lo que pasa y la literatura fuera algo ajeno, como un juguete aparte. Pero no olvidemos que la novela es una parcelita de eso que pasa, testigo de su tiempo".
Sexo. Los personajes del libro lo buscan lejos de casa, en prostíbulos cuyos nombres cambian casi tan rápidamente como la carne con la que allí se trafica, sin dejar de sentir "esa tristeza poscoito, al parecer innata en el animal humano."
Tricoteuse. Chirbes desconfía de las redes sociales. No le gusta su clamor desde el anonimato y la cobardía. "Para mí son como esas tricoteuses de la revolución francesa, que esperaban ver qué cabeza caía de la guillotina para celebrarlo". La comparación hizo fortuna y la palabra tricoteuse, hasta ahora patrimonio del historiador, ha estado muy presente en el discurso de los enemigos de las redes sociales.
Vida. El libro, sobra decirlo, rezuma pesimismo: "la vida humana -piensa el protagonista- es el mayor derroche económico de la naturaleza: cuando parece que podrías empezar a sacarle provecho a lo que sabes, te mueres y los que vienen detrás vuelven a empezar de cero".
Xenofobia. Las primeras páginas de En la orilla narran cómo la crisis afecta a los emigrantes magrebíes. Antes, en Crematorio, podían permitirse despreciar un trabajo, pero los días en los que Chirbes leía en internet ofertas sólo para búlgaros y polacos -"españoles, abstenerse"- ya han pasado. El paro es general. "Y los sindicatos, como Garbancito, en la tripita del buey, que ni llueve ni hace frío", subrayaba el narrador en sinpermiso.com.
Zancadilla. "Si una cabeza sobresale por encima de las otras, todo el mundo quiere cortarla; si alguien corre el primero en la maratón, siempre hay algun espectador dispuesto a alargar la pierna para ponerle la zancadilla. [...] La gente no soporta ver que alguien sube como la espuma. Cuanto más relaciones mantienes y más amigos buscas, más enemigos consigues y más hilos de tu fracaso tejes" (172)