Galaxia Gutenberg publica Mapa dibujado por un espía de Guillermo Cabrera Infante. Foto: Begoña Rivas
Guillermo Cabrera Infante fallecía el 12 de febrero de 2005 en Londres a causa de una septicemia. En ese momento, hacía casi 40 años que había abandonado Cuba, marchándose al exilio y estableciéndose en la capital del Reino Unido. Durante todo ese tiempo, su literatura continuó irremediablemente ligada a su cuna geográfica como demuestra que toda su producción novelística tomara como escenario la isla caribeña. Tres tristes tigres, La Habana para un infante difunto, La ninfa inconstante y Cuerpos divinos fueron escritas desde la distancia y la nostalgia con la ayuda de un mapa de La Habana colocado frente a la maquina de escribir y con el recurso de una privilegiada memoria.El cubano dejó tras de sí miles de hojas mecanografiadas en su residencia. El editor Antoni Munné, con la colaboración de la viuda del escritor, Miriam Gómez, fue el encargado de poner orden en el genial desbarajuste de papeles. Entre todos ellos, varios manuscritos y, en un sobre, la obra que este miércoles sale a la venta, Mapa dibujado por un espía (Galaxia Gutenberg), una crónica autobiográfica del último viaje de Cabrera Infante a Cuba.
Miriam era de las pocas personas que conocían la existencia de este texto. Sin embargo, había sido advertida por su marido de que su lectura podía acarrearle una experiencia difícil pues no escatimaba en detalles comprometidos, como los avatares de una historia romántica. Por lo tanto, el primer lector del texto fue el editor, quien en un par de noches dio buena cuenta de una historia a la que el autor también había hecho referencia en alguna ocasión por el sugerente título de Ítaca vuelta a visitar. Munné se rindió a la calidad del texto y Miriam, a pesar de que la lectura tuvo que suponerle una dura experiencia, no tuvo pega alguna para hacer público un manuscrito que presentaba a su autor en su esencia.
El libro narra el último viaje de Cabrera Infante a La Habana desde Bruselas, donde trabajaba como agregado cultural en la Embajada de Cuba, para enterrar a su madre. Su objetivo era sencillo: acometer sin dilación los preparativos del sepelio y volver lo antes posible en compañía de sus dos hijas a Europa. Sin embargo, la estancia se prolonga por cuatro meses por imposición de un estado que no ofrece razones. Durante su estancia en la isla, al tiempo que el escritor aprovecha para retomar los tiempos y gozos de la vida cubana, la paranoia del régimen revolucionario se va haciendo patente en el relato que le ofrecen algunos amigos y en su propia experiencia con la burocracia de un país plagado de espías, inmerso en una despiadada persecución de homosexuales, con la policía en estado de ebullición...
Guillermo Cabrera Infante, cuando se sentaba delante de la maquina de escribir, lo hacía desnudo, literalmente desnudo. Se quitaba la ropa. En esta novela su prosa también aparece desnuda, sin atuendos de estilo ni los rasgos genuinos de su prosa tales como la música y los juegos de palabras. La crónica se impone dejando una sensación aun más directa y vívida.
Antoni Munné considera que la obra tuvo que ser escrita poco después de que este viaje tuviera lugar ya que el simpático retrato que hace de algunos escritores castristas choca con la posterior confrontación de Cabrera Infante con los mismos una vez que rechazó el régimen. Otros consideran que fue en torno a 1973, un año después de entrar en una profunda depresión. Lo que parece claro es que el texto tuvo que servirle al autor como despedida, una manera de rendir cuentas con su memoria y con su patria perdida.