El hispanista Ian Gibson presenta Buñuel. La forja de un cineasta universal (1900-1938). Foto: Domènec Umbert
El libro se presenta este miércoles a las 20 horas en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, con Saura, Román Gubern, Sánchez Vidal, Ángela Molina...
Gibson acaba de entregar Buñuel. La forja de un cineasta universal (1900-1938) (Aguilar), su tercera incursión en el trío de geniales mosqueteros formado por Lorca -su gran pasión-, Dalí y el director de Un perro andaluz. Después de los diez años dedicados a la biografía del pintor surrealista, publicada internacionalmente por un acuerdo editorial entre Estados Unidos e Inglaterra (gracias al cual recibió un suculento adelanto con el que hoy "no podría ni soñar"), el historiador quiso ponerse con la peripecia de Buñuel, pero los tiempos habían cambiado, las editoriales ya no se sentían tan generosas y -le dijeron- el maño no era tan atractivo como Dalí, cuyos cuadros, bigotes y payasadas eran identificables en todo el mundo. Se refugió entonces en la vida de Machado -otros cinco años más de trabajo- y no fue hasta más adelante que decidió completar su trilogía.
No le resultó sencillo. Buñuel es escurridizo como un pez, razón por la que quizás no contaba hasta la fecha con una biografía: "Llegué a una especie de solución de compromiso, la de publicar la primera mitad de su vida, en la que se forja todo el trasfondo, y dejar para más adelante la segunda", explica. La división tiene sentido, pues hay dos personajes distintos, el de antes y el de después de la guerra civil. En el año 38, Buñuel viaja a Hollywood con una misión semioficial de la República de controlar las películas que se hacían en Estados Unidos sobre la contienda y después de aquello ya no puede volver, pasa a la lista negra: "De haber puesto los pies aquí, le habrían fusilado. Él siempre dijo que de esa primera mitad salió todo lo posterior, de modo que, aunque me entristece no haber abarcado toda su vida, tengo la conciencia tranquila".
A pesar de que el reconocimiento de Buñuel como uno de los grandes genios del cine ha crecido, considera Gibson que en muchos aspectos, sobre todo en los que conciernen a esta primera etapa de su vida, es aún un completo desconocido. Para él, acercarse a este tiempo no habría sido posible sin haber buceado primero en Lorca ("todavía le doy gracias a los dioses por haberme acercado a él) y Dalí: "Todo está entremezclado en ellos, no basta con ser cinéfilo, hay que ser hispanista o un español con todo esto en la sangre para acometer una biografía que exige tener conocimiento de Lope de Vega, de Quevedo, del Aragón de la época, del Madrid de Gómez de la Serna, del Ateneo, de la Zarzuela, de Primo de Rivera...".
En este sentido, Gibson, que se siente madrileño, está especialmente orgulloso del capítulo dedicado a la capital española, en el que el personaje de Buñuel es el pretexto para conocer una ciudad en plena ebullición cultural: "Buñuel no se entiende sin Gómez de la Serna ni la tertulia del Pombo, que estaba a dos pasos de donde nos encontramos ahora, junto a esa estación de Metro que han llamado tristemente Vodafone Sol", protesta. Hablamos del Madrid que recibe a los artistas franceses que huyen de los horrores de la guerra, el de las nuevas tendencias. "Me gustaría que el lector se fuera a la calle con el libro y que descubriese lo que fue la calle de Alcalá en los años 30, ese espacio de Sol a Cibeles que concentraba a todos los artistas y literatos, en el que había 30 cafés en los que cada noche los hombres hablaban de sus obsesiones. Lo mismo con Calanda o París". Hay más, en ese hilo enmarañado del que Gibson empezó a tirar cuando a los 18 años leyó por azar el Romancero gitano, la rendija por la que entró al hispanismo, Lorca es la rosa de los vientos que conduce a todo lo demás. A Falla, a la política, a Unamuno, Ortega y Machado, a las vanguardias... "Todos están vinculados en un ambiente de respeto, lo que se vivió en Madrid entonces fue un segundo Renacimiento que no puede compararse con nada, es un magma".
De vuelta a la condición esquiva del primer capítulo de la vida de Buñuel, el libro de Gibson aporta varias hipótesis. En primer lugar, apunta a su miedo a la homosexualidad, un temor profundo al que se enfrenta un joven cuyo hermano menor, sin embargo, fue un gay sin complejos en un Madrid acomplejado. "En la Residencia, el lugar más progre del país, tampoco era fácil ser gay, el propio Buñuel contaba que se les apaleaba en los urinarios. Y era difícil ser amigo de homosexuales, ahí radica su problema. Nunca mencionó a su hermano en las entrevistas", aporta Gibson. Hay más hipótesis para este ocultamiento de su vida, pues todavía en Madrid no es capaz el futuro cineasta de dar rienda suelta a sus obsesiones, como el fetichismo, la fijación con las madres... "La madre es la gran mujer en su vida, le lleva 18 años, mientras que el padre le saca 45. Hay un deseo suyo de acabar con el padre, que era un mandón, como lo era él. Buñuel es el primogénito de un millonario que se va con la más guapa del pueblo. Su hermano Alfonso nace en 1915 y la gente va diciendo por ahí que Luis era el padre del niño. Por otra parte, su padre muere cuando él tiene 23 años y ahí hay algo de culpa, aunque subconscientemente estaba deseando que desapareciera para tener toda la atención de la madre".
El elemento freudiano no es baladí y aparece ampliamente abordado en el libro. En la época se produce un hecho cultural de importancia capital y que es la traducción al español de todas las obras de Freud, de las que Ortega prologa el primer tomo. La idea del subconsciente corre como la pólvora en la Residencia de Estudiantes, cuyos alumnos se ponen enseguida a analizar sus sueños y a discutir conceptos como la sexualidad infantil. "Es un hecho que pone a España a la cabeza de otros países y que tiene mucha importancia en Buñuel y en su cine posterior. Todo empezaba en los años 20, pero luego vino la guerra y todo se rompió... Sin embargo, antes de ir a París y de entrar en la onda surrealista, Buñuel ya estaba casi surrealizado".
En este último aspecto reside otra de las claves de la obra de Gibson, que defiende en todo momento la etapa española de Buñuel, que al final de sus días reconoció la importancia de "los días heroicos de Madrid", como también los denominaba Dalí: "En Madrid cuajó todo, aquí accedieron los tres a la mezcla de culturas de ciencias y humanidades, en una ciudad en la que cada mes se inauguraba un nuevo teatro. Buñuel no encuentra su vocación hasta que no llega a París y ve Las tres luces de Fritz Lang, pero antes de eso había visto cientos de películas, incluso antes de llegar a la capital, en la que no se presentó como un palurdo maño, como él decía, pues procedía de una familia privilegiada y culta que tenía un palco en el Teatro Principal de Zaragoza".
Tampoco es cierto que Federico se lo enseñara todo, como agradecía, pues antes de su marcha a la capital, Luis había sido un alumno brillante de los jesuitas, lo cual entronca con otro de los principales puntos de estudio de Gibson, su relación con la religión. De madre catoliquísima y de familia carlista, Buñuel recibe una estricta educación jesuítica, como Joyce, ante la que también se rebela. "Al final de su vida pronuncia la genial frase 'yo soy ateo, gracias a Dios' y pienso que Joyce habría podido decir lo mismo. Les han inculcado disciplina en el trabajo, les han enseñado latín... Luis es el producto del mejor colegio de Zaragoza, desde luego, pero también tiene metido el miedo al infierno y al sexo. Se libera de la religión, pero no puede obviar lo hay en su inconsciente", deduce Gibson. Esa férrea formación también tuvo sus repercusiones en su disciplina como director de cine, y apunta el biógrafo que su forma de rodar, a menudo con una sola toma y fundamentada en la planificación previa, viene de su etapa escolar: "No gastaba una peseta que no fuera necesaria".
Tras aquella subida al monte Tolocha, Gibson recaló en la iglesia de Santa Engracia, una parroquia lúgubre cercana al domicilio de los Buñuel. Allí tuvo acceso a las hojas de nacimientos y bautizos de la familia, pero también pudo intuir que aquel fue el lugar donde le infundieron el miedo al director de Viridiana. "Anoche puse otra vez Ensayo de un crimen, en la que hay un niño horrible al principio que encuentra en un armario el corsé de la madre. Ésta le descubre y le dice que ya es mayorcito para juegos tontos. La escena no está en la novela en la que se inspira, es una referencia a su infancia y a su relación con la madre. Sólo cuando investigo descubro estas cosas y cuando escriba la segunda parte de su vida descubriré más, conoceré el por qué de cada fotograma de cada de película", concluye. Si el apoyo editorial cuadra, porque necesitaría viajar a México para estudiar al Buñuel del exilio, ese segundo proyecto también verá la luz. De momento, le despedimos imaginando un hipotético encuentro con su último biografiado:
- Preferiría tener a Lorca delante, pues Buñuel era temible. Era un hombre cordial pero había algo en él que hacía imposible la pregunta íntima. Le preguntaría por el matrimonio impuesto por la familia y por su sexualidad. Creo que estaría contento con este libro, porque como buen alumno meticuloso, se daría cuenta de que he hecho lo posible de escribir con mesura y buscar las fuentes. Podría discutirme interpretaciones pero creo que habríamos podido tomar un gin-tonic juntos muy a gusto.