Camus, el absurdo y el pensador de trinchera
Al hablar del Teatro del Absurdo, en El mito de Sísifo, Albert Camus afirma que un mundo que pueda ser explicado por razonamientos, es un mundo más o menos cotidiano. Pero que, privado de esperanza, el hombre se siente en ese mundo un extranjero. Dice: “este divorcio entre el hombre y su vida, el actor y sus decorados, constituye el sentimiento del absurdo”. Lejos, formalmente, de Ionesco, Beckett o Adamov, su filosofía está próxima y es la base del Absurdo; como Sartre. Y de ella está empapada toda su obra.
Mi primer encuentro con Camus fue una colección de artículos, dos libros de editoriales sudamericanas, que me proporcionó un librero clandestino y amigo. Una frase se me quedó grabada: “no admito más aristocracia que la del trabajo y la inteligencia”. En una conferencia, o editorial de Combat, se oponía a la entrada de España en la Onu, sobre el argumento del nulo respeto de Franco a los derechos humanos. Le contestaron que tampoco en Polonia se respetaban esos derechos y contestó que tener una puta en la familia no justificaba tener dos. Luego vino un cierto desapego de mi generación porque entonces éramos muy rojos y Camus había reñido con Sartre.
Albert Camús definió el siglo XX como el siglo del miedo y en él seguimos instalados. El miedo es el opio con el que los gobiernos intoxican a los ciudadanos. Cierto que todos los gobiernos son unos canallas y que el uso y el abuso del miedo es la médula de su estrategia política. El mundo marcha velozmente, pero no tan deprisa que pueda rebasar las amenazas del pasado y la realidad del futuro. A fin de cuentas, afirma Camus por boca de Calígula, “los hombres mueren y no son felices”. Ha pasado su purgatorio, la deslegitimación de la izquierda doctrinaria y del liberalismo salvaje; pero Albert Camus vuelve a resurgir. Se mató en un accidente, relativamente joven, poco después de recibir el Premio Nobel. En un existencialista del absurdo una muerte así se presenta como un símbolo, no como un azar indeseado; el azar le puso en el camino una muerte cómplice de su propio pensamiento. Y Camus "resucita" con el teatro; se anuncia Los justos. Hace poco fue un éxito de Cayetana Guillén El malentendido, como lo fue en tiempos, de la mano de Tamayo, el Calígula de Luis Merlo.
La ruptura entre Camus y Sartre fue un desgarramiento y el mundo político e intelectual se dividió. Eran amigos, habían estado juntos frente al nazismo, eran dos luminarias de la cultura universal, pero los separó la distinta percepción de la URSS en el papel de las libertades; Camus dejó la militancia y Jean Paul Sartre siguió aferrado a la hegemonía soviética como contrapeso al capitalismo occidental. No sé si el tiempo ha dado la razón a Camus. Puede que sí, pero tengo mis dudas.
Albert Camus era francés nacido en Argelia, de madre española, almeriense. Lo cual en el proceso de independencia argelino, le permitió decir: “Si Francia es la razón y Argelia es mi madre, siempre elegiré a mi madre”. Siempre estuvo muy vinculado a España y a la España republicana aniquilada en la Guerra del 36. Tras el estreno de El malentendido, a pocas semanas de la liberación de Francia, se unió a la actriz que lo estrenó, María Casares, hija de Casares Quiroga. Su antifranquismo, lo mismo que su activismo en la Resistencia, dio lugar a algunos de sus mejores artículos. Su obra grande está en las novelas La peste, La caída, El extranjero, en ensayos como El hombre rebelde, en el teatro; pero es indispensable el periodista de Combat: Ni víctimas ni verdugo, La sangre de la libertad. Su humanismo filosófico, su sentido de la ética en política y de la dignidad y libertad, lo dejaron solo. Quizá sigue solo. Pero Albert Camus no está muerto.