Robert Crumb en su casa de Francia. Foto: Archivo

El salón es una cacharrería ordenada de piezas de otros días, casi un museo de artes y costumbres populares. Hay un banjo, estanterías rebosantes de vinilos, juguetes viejos en lo más alto, un ventilador de los setenta, un sofá cansado y sillones de mimbre pintados de blanco. En las paredes, arte. El teléfono suena a las dos de la tarde y lo coge el hombre de la casa. Es Robert Crumb.



"Aline, es para la entrevista de España", le susurra a su mujer. Cualquiera que sepa lo más mínimo de la obra de este genio de los cómics, uno de los artistas más brillantes y libres de la segunda mitad del siglo XX, puede intuir que al dibujante los periodistas le producen urticaria. "No creo en los autógrafos", le respondía a un seguidor suplicante en un momento del documental Crumb (Terry Zwygoff, 1994), producido por David Lynch. Conque de entrevistas ni hablamos, ¿no? Pues sí, sí hablamos. El maestro es amable y no parece tener prisa. Ha almorzado hace una hora y deja pasar la tarde en su casa de Francia, en la que se instaló hastiado de las miserias de Estados Unidos, las mismas que le empujaron a dibujar.



- ¿Qué estoy dibujando ahora? Pues nada, la verdad. Aunque no lo creas, no dibujo todo el tiempo. Ayer sí, ayer estuve trabajando en el retrato de una mujer que murió de forma repentina. Su marido, con el que he hecho algunos negocios, me pidió que hiciera un retrato de ella. Así que a eso me dediqué...



Desde que se decidió a dibujar el Génesis (La Cúpula, 2010), titánica tarea en la que alcanzó su cima técnica, Crumb (Filadelfia, 1943) no ha vuelto a enrolarse en una obra grande. "He hecho algunas colaboraciones con mi mujer, retratos de músicos de todos los tiempos... y tengo ideas para hacer algo más largo, pero no me he puesto todavía", se excusa. El pasado 30 de agosto cumplió 70 años y encontrar la motivación se le va haciendo más difícil. Aunque en su día admitió que en el Génesis estaban todas las historias posibles, no es esta la razón por la que el caldero sigue frío: "Es que aquel libro me supuso un esfuerzo monumental y necesitaba descansar un poco. Ya sabes, a mi edad me cunde bastante menos que antaño, estoy menos inspirado".



¿Se le puede decir a Crumb que se equivoca? ¿Que aquel tomo era una muestra más de que su genialidad y su frescura siguen intactas y de que su habilidad gráfica no ha hecho sino mejorar? Pues no se puede: "¿En serio piensas eso? Me cuesta creerlo pero, no sé, supongo que tiene que ver con persistir... sé que mis habilidades mejoraron mucho cuando hice Génesis. Requería mucha dedicación y tenía que poner a un montón de gente en distintas posiciones que nunca me había planteado. ¡Camellos y cabras! ¿Quién dibuja eso? En realidad, si mantienes el interés, sigues aprendiendo por narices, mejorando técnicamente, día a día, año a año. Sin embargo, las ideas y la inspiración son otro asunto. Hay gente que piensa que mis obras tempranas son mejores, que son trabajos más inspirados. La mejora técnica está bien, desde luego, pero no es lo único. La inspiración es muy importante".



A veces, el padre de Mr. Natural suena solemne y sombrío, no se deshace de la ironía y a cada afirmación le acompaña una carcajada que le quita hierro a sus propias palabras, pero se intuye cierto hartazgo: "¿Qué me inspira a día de hoy? Pues supongo que la vida. Cuando te haces mayor es más complicado encontrar la inspiración, pero, sobre todo, se hace más duro decir la verdad, porque la verdad puede hacer daño a la gente, la verdad es meterte en problemas, es más compleja y difícil de decir cuando envejeces. Todo es blanco o negro cuando eres joven. ¿Qué edad tienes tú? Apuesto a que eres una cachorra. Y yo... yo soy mayor, lo soy", recalca con melancolía.







La honestidad le ha costado a Crumb no pocos disgustos en su carrera. Después del loco vergel creativo de los sesenta, sus trabajos, demenciales interpretaciones del ser humano, han sido tildados de sexistas, racistas... Mientras la moral biempensante vertía esos adjetivos sobre su obra, el historietista hizo caso omiso y dibujó cada rincón de su compleja psique en total libertad para reírse del país que le había hecho sentirse tan miserable y solo. Se retrató como un pelele a lomos de mujeres enormes y peludas, imaginó y luego mató a un gato pervertido, indagó en el incesto, en la pedofilia, en el castigo, en los juegos sexuales más oscuros... Y todo aquello de lo que se burló es lo que vino a llamarse "humor underground". El binomio del que es padre es lo que le trae a Bilbao este sábado, donde el Festival La Risa de Bilbao le entrega un premio, le dedica una retrospectiva y donde mantendrá una charla sobre el tema con Santiago Segura.



- Me gustaría que fuera usted mismo quien definiera el humor underground.

- Literalmente, implica hacer cosas que te pueden meter en problemas con la ley, con el Gobierno... Ese es el verdadero underground, un sistema cultural tan pequeño que ni siquiera llega a sistema, que vive de espaldas al mainstream. Es el tipo de humor que sólo apreciaría una minoría, el humor que puede mostrar la sexualidad de forma explícita, ser inmoral y abiertamente crítico. Y por definición es algo que no toda la gente puede entender, de manera que no puede gozar de una estimación popular. El mainstream es muy cuidadoso a la hora de hacer cosas que puedan generar dinero, por eso procura no ofender a nadie, a la gente religiosa o a los valores más estrictos. Lo que vende es un humor seguro e inocuo que puedan consumir hasta los niños. Y hasta cierto punto están en lo cierto, el underground no es para niños. Cuando yo dibujaba esas cosas tan locas hace 40 años no quería que las vieran mis hijos.



- En cambio, su humor ha llegado a todo el mundo. Hay zapatillas del gato Fritz, incienso y mecheros de Mister Natural... ¿Cómo lleva haberse convertido en un icono y en una marca?

- En su día, di permiso a algunas personas para hacer productos de mis personajes, pero luego me he arrepentido. Cuando los veo me digo: Dios mío, es horrible. No me he hecho rico desde luego con esas cosas, no me han generado ningún tipo de ganancias y además las veo... ¿turbias?



- ¿Qué echa de menos de los días en los que apenas le conocía un puñado de compañeros generacionales?

- La espontaneidad, sin duda. Cuando te haces conocido y crece tu autoconciencia, te percatas de tu propia reputación, de modo que tu trabajo se vuelve más medido. Eso ha ido aumentando con los años. Lo que realmente añoro es ser menos conocido y también autopublicarme o poder implicarme con los editores, con los impresores... También es cosa de la época, los sesenta y los tempranos setenta no tienen nada que ver con cómo se produce la cultura ahora.



Crumb no es un nostálgico pese a todo. A los sesenta, época en la que andaba dibujando para Janis Joplin y en la que trató de recoger algo del amor libre que les sobraba a los hippies, los mira con prudencia; a los setenta y a los ochenta, cuando apareció la lacra de la corrección política, casi con estupor. En cambio, celebra el buen momento que viven hoy los tebeos y "la cantidad de gente que hace cosas brillantes y libres". Al contrario que otros colegas, cree en las virtudes de ese artefacto mercantil que es la novela gráfica: "Procuro estar al día. El cómic ha crecido y ahora hay un mercado importante, pero queda un trabajo muy duro por hacer. A la vez, nadie se está haciendo rico con esto y, de algún modo, eso está salvaguardando la autenticidad. Claro que están todos esos cómics de superhéroes que no me interesan nada, aunque estén muy bien dibujados, y que tienen sus súper secciones en FNAC, pero hay un montón de buenas propuestas de corte individualista tanto en América como en Europa".



Aunque no está al día en cómic español actual -"bichearé estos días en Bilbao"-, sí recuerda la ola de publicaciones y autores de los 80: "Murió Franco y de pronto había un montón de cómics españoles por ahí, revistas underground... Me acuerdo de La Cúpula y de El Víbora, publiqué cosas mías allí. Tendré que ver qué tal ahora, pero el nivel de la historieta en Europa es muy alto". El caso es que Europa siempre le suena mejor a Crumb. Las razones que le hicieron marcharse de Estados Unidos, asegura, están más vigentes que nunca: "América está realmente jodida y empeorando por días. Los bancos y las grandes corporaciones están dejando seca a la cultura, es una mierda. En Francia también pasa, pero al menos tienes un sistema sanitario mejor, una educación digna para tus hijos, un ambiente decente para que crezcan. Allí tienes que estar constantemente alerta para que no acaben metidos en las drogas o en problemas".



La alienación de la que emana el arte y la tradicional huida de los genios al campo tras el desengaño en la ciudad industrial (recuerden a Tolstói dedicándose a reparar botas tras escribir Guerra y paz) es un ejemplo de libro en Crumb. Él mismo lo reconoce: "Soy un caso extremo de alienación y todo mi arte se lo debo a ella". Así las cosas, ¿debemos darle las gracias a América por haber sido tan cruel con él, por la educación severa de su padre, por la marginación a la que le sometieron sus compañeros de instiuto? A carcajada limpia contesta:



- Desde luego, al menos de una forma irónica, sí. Cuando era joven estaba desesperado por hacer algo por lo que se me reconociera o al menos ser visto. Me sentía muy, muy aislado, era un outsider total, así que usé mi trabajo para estar conectado con el resto de la raza humana. Trabajé muy duramente, porque la única cosa que tenía para estar en contacto con el mundo era el dibujo. La única. Por esta razón el arte proviene casi siempre del aislamiento. Según mi experiencia, la gente aceptada no hace cosas creativamente interesantes. Por otra parte, el mainstream nos vende una visión falsa del mundo, mientras que la cultura marginal y minoritaria es auténtica, como toda esa vieja música que escucho, tan verdadera, tan difícil de encontrar hoy. Hace algún tiempo fui a visitar a un amigo a Grecia. Allí, en un pueblo diminuto, lejos del mundo, conocí a unos músicos increíbles, tocaban canciones muy viejas, de otra época... pude ver una visión utópica del mundo.



- En cambio, hoy asistimos a un momento casi apocalíptico, muy oscuro...

- Da miedo... pero a la vez empiezo a ver chispazos de optimismo y esperanza. Hay un nuevo nivel de democracia en lo que respecta al acceso a la información y a la adquisición de conocimientos gracias a internet. Es asombroso lo que puedes encontrar si sabes hacia dónde dirigirte, hasta qué punto te puedes informar con artículos al margen de los medios generalistas que te explican cuestiones políticas, militares... Podemos presumir de un nivel más alto de conocimiento. Es una forma nueva de combatir al poder, que anda muy cabreado con el nuevo medio. Ha ocurrido históricamente, la Iglesia ya se enfadó cuando la imprenta hizo su aparición estelar, porque significaba que la rebelión contra ella se difundiría rápidamente. Las estructuras de poder no quieren que la gente se vuelva más lista, aunque no esté diciendo con ello que todos nos volvamos inteligentísimos por pasar el día delante de un ordenador.



Al hilo de su pasión por la red, recupera Crumb una anécdota reciente que vivió en su pequeña villa francesa. Paseaba por la calle y, de pronto, un adolescente se le quedó mirando con una media sonrisa. ¿Por qué me observa así?, se preguntaba él, hasta que cayó en la cuenta de que habría visto su imagen en algún sitio en internet: "Un chico de este pueblo perdido hoy ya no tiene que ir a las tiendas, que no las hay aquí, para conocer mi trabajo, puede buscarme en internet. Hace 20 años habría sido un completo desconocido para ellos. Esto que te cuento es un poco esperanzador, a pesar de que el momento es el que es, pero, bueno, la raza humana se adapta con facilidad. Quiero pensar que esos jóvenes que hoy saben tanto ya están averiguando cómo hacer energía sin Fukushimas ni quemar carbón. Por desgracia, estamos demasiado acostumbrados a ese tipo de energías y nos resistimos a investigar en otras".



Antes de colgar (él sigue departiendo sin prisa), se le pregunta a Crumb por la que, quizás, es su mayor virtud como creador: la libertad. ¿Nos estamos volviendo muy ñoños? La respuesta es amplia, pero merece la pena leerla hasta el final:



- Cuando empecé a dibujar mis locuras no tenía límites. Había una cultura popular muy rígida y luego estaba esta especie de anarquía de los sesenta a la que me sumé a mi manera. Más adelante, los movimientos de izquierdas se inventaron la corrección política. No puedes decir esto porque es sexista, racista, bla, bla, bla. Tienes que aprender a vivir con ello para seguir trabajando. Gente que en los sesenta estaba conmigo empezó a criticar mi trabajo diez años después. En los sesenta teníamos menos complejos, la cultura hippy era muy abierta y experimental. Luego todo cambió, se dieron cuenta de que aquello no era posible y empezaron a escuchar a nuestros padres, que creían que no podíamos tirarlo todo por la borda. Eso de que todo el mundo se podía acostar con todo el mundo no funcionó. Tenía que haber algunos parámetros, un mínimo orden. Aprendimos que no podías llegar y simplemente follarte a cualquiera, no funciona así. Nos llevó algunos años darnos cuenta.



- Todo esto lo ha contado en sus cómics... ¿Se considera un historiador gráfico?

- No era muy consciente de ello cuando era joven. Ahora miro los viejos días con perspectiva y puedo verlo. Cualquiera que escribe una historia y que sea capaz de hacerlo con la honestidad suficiente estará mostrando la historia de su tiempo.





Ilustración de Robert Crumb incluida en el volumen Sexo majara (La Cúpula, 2013)