Album / Akg-Images / Niklaus Stauss
Un niño y un anciano apátridas son los protagonistas de la última novela de J. M. Coetzee, La infancia de Jesús, que Mondadori publica estos días. El Cultural adelanta el primer capítulo de la más polémica de las novelas (incómoda, e incluso irritante para el lector, según nuestro crítico) de este Nobel esquivo.
Divorciado, padre de una hija, vegetariano y abstemio, John Maxwell Coetzee (Ciudad del Cabo, Suráfrica, 1940) es alérgico a los medios desde mucho antes de obtener el Nobel de literatura en 2003. Ahora su fobia se ha acentuado, como demuestra que, cuando estuvo invitado por la Universidad de Murcia en 2007, los periodistas sólo le arrancaron esta frase:
“No considero necesario hacer declaraciones”. No leyó una ponencia, sino fragmentos de la que entonces era su última obra,
Diario de un mal año.
De
La infancia de Jesús, uno de los libros estrella de la
rentrée, apenas ha hablado: sólo en Colombia, y tras la insistencia de los periodistas, reconoció que había optado por que los protagonistas tuviesen que utilizar el español porque “
la gente no debería padecer la idea erróna de que, donde quiera que vaya, se hablará la lengua inglesa”, algo que para su editor español, Claudio López Lamadrid (Mondadori) tiene toda la lógica: “Además de ser una lengua especialmente querida para el autor, tiene unas reminiscencias religiosas que funcionan bien en este contexto extraño.
La infancia de Jesús se enmarca en la serie de novelas simbólicas o alegóricas del autor. Parece también un claro homenaje a Beckett, su autor preferido.”
Pero, aunque el Nobel surafricano-australiano había asistido a Colombia encantado y luego visitó la feria del libro de Buenos Aires, eso no rompió el hielo. Cuando otro medio le preguntó si no creía en la división de los géneros literarios, su respuesta fue un hachazo:
- La respuesta corta es no.
¿Cómo se rompe el muro?
No era nada personal. Cuando ganó el premio Booker, no acudió a recibirlo y según el ensayista americano Mark Shechner
“es capaz de permanecer sentado junto a ti durante horas sin pronunciar palabra”. Y, en las escasas ocasiones que concede entrevistas, muchas de sus respuestas suelen ser: “Ya hablé sobre este libro en la entrevista que concedí hace X años a la revista
Y, le doy la referencia”.
Sólo a veces, alguien como el profesor colombiano Isaías Peña, resquebraja el muro coetzeiano: llevaba años invitándole y una de sus hijas era alumna de la Universidad de Adelaida donde el Nobel da clases... Sólo por eso acudió a Colombia, con la condición de conocer el arte y el teatro local y pasear en bicicleta por los alrededores de Bogotá.
Tampoco es más abierto para sus editores. López Lamadrid (Mondadori) recuerda haber mantenido con él una correspondencia esporádica a raíz de la concesión del premio Llibreter a
La edad de hierro, aunque cuando ganó el Nobel lo invitó a la ceremonia “y lo conocí en Estocolmo. Después lo he visto en un par de ocasiones, aquí y allá. La última vez hace unos meses, en Buenos Aires, adonde viajé para presentarlo al público cuando inauguró la feria del libro”. Tampoco sabe si visitará pronto España porque “es un hombre difícil de predecir”.
En los últimos meses quizá no haya estado muy lejos, porque su último traductor, Miguel Temprano, resolvía vía email sus dudas sobre
La infancia de Jesús en tres horas, “así que no estaba en Australia ni en Estados Unidos”. Temprano le describe como alguien cordial, elegante y puntilloso: “Como los personajes tienen que hablar en español, tuvimos que enfrentarnos a problemas de matiz muy sutiles. En ocasiones resolvió mis dudas, pero en otras me remitió a las traducciones alemana y francesa, porque habían tenido los mismos problemas, pero
cuando le descubrí un gazapo en la versión inglesa, su respuesta fue que ya no tenía remedio, y que viviría con eso”.
La crítica se muestra desconcertada. Joyce Carol Oates publicaba el 26 de agosto en el New York Times una reseña sobre esta distopía con ecos de Orwell, Kafka, Melville y el Quijote. Y dos días después, y también en el NYT, Dwight Gardner resaltaba que se trata de
un libro más filosófico que narrativo que polemiza sobre la memoria, el trabajo y el deseo. Aquí, escribe Gardner, “un gran escritor analiza su propio corazón y su mente”.
Para López Lamadrid la clave es la sensación “de extrañeza e incomodidad”. Sí, Coetzee lo ha logrado: polémico de nuevo, vuelve a irritarnos con un libro desasosegante.