Antonio Muñoz Molina.
Esos rumores se han confirmado este mediodía. Y Muñoz Molina se ha visto obligado a romper sus rutinas. Sin resignación, claro. Al fin y al cabo, le había caído un galardón de los grandes, en el que a partir de ahora compartirá nómina con sus admirados Philip Roth y Onetti. Por exigencias del guión ha comparecido ante la prensa en la Casa de América. Y allí, al hilo de las preguntas, ha tocado los temas más dispares: la crisis, la monarquía, el ebook (Estar contra él es como estar contra el ebook")... "De camino aquí me acordaba de que hace 30 años revisaba en serio las pruebas de mi primera novela, Beatus Ille. La escribí sin perspectivas de publicarla. Era un funcionario municipal en Granada y no conocía a nadie en el mundillo literario", ha rememorado. Pere Gimferrer encontró las virtudes de un narrador de fuste en aquel manuscrito y le dio una oportunidad muy bien aprovechada en Seix Barral.
El escritor jienense ha rescatado ese capítulo de su pasado para evidenciar "la suerte" que ha tenido en toda su carrera de escritor. "He recibido muchos reconocimientos sin que me diera tiempo a desearlos demasiado". Y así le ocurrió con su entrada en la RAE, con tan solo 39 años. Y con la recolección de galardones como el Premio de la Crítica y el Premio Nacional. Este lo ganó en dos ocasiones. "Hubo en escritor mayor que yo que me reprochaba que yo me había saltado la cola, pero yo no concibo la literatura como una carrera o una competición. La literatura es simplemente gente que escribe y otra que lee. Y a un escritor no se le puede juzgar por los premios que gana o por los que deja de ganar".
"Lo importante de los premios", ha continuado, "es que sirven para que el escritor viva mejor, lo cual no está mal, porque algunos piensan que los escritores tienen que ser forzosamente pobres". Y ha citado el ejemplo de Onetti: "Él ganó el Cervantes en 1980, cuando era un exiliado desconocido en España. Aquello le sirvió para dos cosas muy importantes: para que su mujer Dolly y él vivieran más seguros y más cómodos y para que más lectores conociesen su extraordinaria obra". A él, en su día, le sirvieron para pedir seis meses de permiso en su trabajo y dedicarse por completo a su vocación y obsesión.
El ungimiento con galardones del peso del Príncipe de Asturias a una edad más temprana de la habitual no van a desactivar el talante crítico que suele exhibir en sus libros y en sus artículos periodísticos: "Uno sólo puede escribir en absoluta libertad, no hay otra manera. El escritor debe crear en torno de él un espacio de libertad radical con respecto al mundo exterior". Y ha citado el ejemplo de Juan Marsé, que decía que había escrito Si te dicen que caí "como si Franco no existiera". Además, ha querido dejar constancia de que cada libro es una nueva batalla para la que las armas esgrimidas en el anterior no son válidas: "Como dice Philip Roth: ‘Cada vez que empiezo una novela me confronto con el principiante que hay en mí'". Y que "la ficción es un acto de soberanía frente a la realidad que nos imponen los que nos gobiernan".
Muñoz Molina ya tiene poco de principiante. Aunque el ensayo era un género que no había abordado en toda su extensión hasta la elaboración de su último título, Todo lo que era sólido, en el que ha querido dejar constancia de su visión personal de un país en estado crítico desde hace ya más de cinco años. Y de los riesgos de involución que la excusa de la escasez de recursos económicos está propiciando: "Me preocupa mucho perder todo aquello que habíamos conquistado y que, pasado un tiempo, ni siquiera nos acordemos de lo que teníamos. Yo soy un defensor del modelo de civilización europeo en el que tenemos la suerte de vivir".
El autor de Sefarad cree que la sociedad no está valorando en su justo término todo lo que hay en juego en este tiempo y que se puede acabar arrepintiendo: "Lo que sucede me recuerda a la República de Weimar. En ese tiempo socialistas y comunistas estaban a tortazos y al final tuvo que ser Hitler quien los uniera, en los campos de concentración. Igual sucedía con los críticos contra la III República Francesa, que sólo la empezaron a valorar cuando el país fue invadido por los nazis". En este libro ha intentado seguir los pasos de Orwell, los que dejó marcados en sus testimonios personales del tiempo que le tocó vivir porque, al fin y al cabo, "yo no soy ni un economista ni un historiador". Y ha remachado: "A mí no me gusta vivir en un país donde la sanidad y la educación no es pública, y donde los policías, en lugar de inspirar protección, inspiran miedo".
El libro ha despertado algunos rechazos en intelectuales y hombres de letras de su generación, que han interpretado que Muñoz Molina denunciaba en sus páginas que la mayor parte de ellos no se ha enfrentado a las inercias nocivas que nos han traído hasta aquí. Pero él se defiende: "Yo no digo que nadie se haya comprometido. Se han entresecado algunas frases con pinzas. Pero comprendo que todos estamos muy ocupados y que leer los libros antes de criticarlos es un ejercicio en algunos casos agotador".
Muñoz Molina no ha escondido que se siente republicano pero también ha dejado claro que los ideales democráticos algunas veces encuentran más sólida cobertura en una monarquía que en una república. Ha puesto dos ejemplos sencillos: lo que ocurre en Venezuela y lo que sucede en Holanda. Aunque ha dicho que los últimos tiempos "las personas que encarnan la institución [monárquica] no han estado a la altura de la circunstancias". Y, refiriéndose en concreto a los Príncipes de Asturias, ha señalado: "Son dos personas excelentes en una posición imposible".