Aparecen al mismo tiempo estos Relatos reunidos y una antigua novela de Aira, Los fantasmas, en el empeño de Mondadori de ir dando a conocer las obras presentes y pasadas del autor argentino (Coronel Pringles, 1949). Los 17 cuentos reunidos, escritos entre 1994 y 2011, están todos alentados por ese aire de libertad formal, invención sin constricciones y fuga hacia adelante, notas ya tan características de la obra de Aira. Precisamente de ahí provienen las virtudes y defectos de esta colección. La particular apuesta narrativa de este escritor, supone siempre un pacto en el que el lector se deja llevar y nunca sale indemne.
En una misma obra puede uno encantarse y desesperarse por igual: descubrir maravillas cristalinas a las que no sabe siquiera cómo ha llegado, o quedar enfangado en terrenos pantanosos donde se pregunta qué puede pretender el autor y casi: qué quiere el autor de mí. De las 17 piezas que componen el libro, cinco de ellas brillan a gran nivel: “A brick wall”, “El perro”, “En el café”, “El cerebro musical” y “El Todo que surca la Nada”.
En las otras doce, ocurrencias ingeniosas como un cumpleaños de Dios en el que sólo invita a los monos, o un carrito de la compra fantasmal y con voz propia que recorre los pasillos del supermercado en la noche, conviven con partículas subatómicas, dilemas entre ser Picasso o tener un Picasso, gotas de pintura en fuga de La Gioconda, mendigos que se asesinan como si fuesen espejo de sí mismos, o los muchos airas que Aira puede ser. Pero a menudo los desarrollos se demoran en exceso, se pierden en jardines (japoneses) o resultan tediosos.
No así en los cinco cuentos destacados, donde el autor, con su facilidad para desgranar e hilar historias, vuela a gran altura y conduce al lector donde quiere y como quiere. Hay mucho en el libro de hermosa evocación de la infancia en el pueblo natal, homenaje a viejos amigos o al cine (miles de películas vistas entonces, toda una “super-realidad”) como elemento nuclear en su formación, tanto como las lecturas o el proceso imaginativo que envolvía los juegos.
Es magistral la metáfora de un pasado implacable que nos persigue, en el mencionado “El perro”, o ese derroche creciente de genialidad papirofléxica de “En el café”, cuento que juega sutilmente con la ampliación de los propios pliegues de la ficción y de lo verosímil para crear prodigios. A veces un mundo de evocaciones hermosas, familiares y tranquilas gira bruscamente hacia una de esas historias de catástrofes de cómic y caos ciudadano, tan queridas e irreprimibles en el instinto narrativo del escritor (caso de “El cerebro musical”). Aira, entonado, es un fabulador prodigioso, aunque debe decirse que no siempre es prodigioso cuando se entona. Muchas de las páginas del libro se resienten por un exceso de confianza en la validez de todos los materiales, líneas de fuerza o cuerdas de las que tirar.
Su gran talento para la observación cotidiana y para esbozar hipótesis sobre la realidad, brilla en esas dos esposas charlatanas del gimnasio de “El Todo que surca la Nada”, cuento sobresaliente, capaz de terminar en una historia de fantasmas en la que, de paso, desnuda sus principios de escritor: qué es y qué no es literatura, y en qué consiste “volverse uno mismo literatura”, esa “transubstanciación de la experiencia” a partir de una mínima, pero poderosa, revelación cotidiana.