Grabado de Luis II y Richard Wagner
En estos términos se dirige Richard Wagner a su mecenas y protector, Luis II de Baviera, en el epistolario recopilado por Blas Matamoro para Fórcola Ediciones. El libro sale este lunes a la venta, en pleno año conmemorativo del centenario de Wagner. Cartas al monarca, a Franz Liszt, a Hans von Bülow y a otros artistas y funcionarios relacionados con su creación operística en el entorno palaciego, precedidas de un exhaustivo prólogo que contextualiza al reino de Baviera en un escenario de incertidumbre ante la guerra franco-prusiana y la unificación de Alemania. De los cuarenta volúmenes que recogen las misivas del compositor, tan sólo dos están disponibles en español, de forma que Matamoro tuvo que llevar a cabo una labor de traducción además de selección de aquellas cartas que mejor plasman la sangría de Wagner a un Luis II al que la historia recordará por su locura, cuenta a El Cultural.
A pesar de lo que deja traslucir la correspondencia, Matamoro es rotundo: "Luis II era fóbico en todo lo relacionado con tocarse. Tenía enamoramientos estéticos, platónicos si se quiere, pero en ningún caso llegó a la cama con nadie. Y con Wagner mucho menos. Pero Wagner explotaba esa afección mórbida. Siempre les puso precio a sus relaciones con los demás, era un hombre de poder". Para el maestro, su mecenas era una fuente inagotable de ingresos y comodidades que le permitió dedicarse a su música sin sobresaltos, asegura. Sus halagos al rey y su supuesta inspiración para Parsifal al ver un retrato del monarca no se corresponden con la realidad, son "un cuento chino. A Wagner le gustaba poner en práctica la escenografía heroica".
Ni siquiera la influencia del compositor fue tan fuerte sobre Luis II como se piensa, sostiene Matamoro. Si bien se refleja en la construcción del teatro de Bayreuth, lo cierto es que la estética que impulsó el soberano se acerca más al barroco, a las ideas de Luis XIV, que a la fantasía de Wagner. Tanto el palacio de Neuschwanstein como muchos otros de los edificios erigidos durante su reinado se concibieron como "un parque temático, quería hacer en pequeño lo que Luis XIV hizo en grande, pero un parque temático al fin y al cabo". De hecho, ese teatro en el que ambos se dejaron la piel y al que Wagner concedió la exclusividad de las representaciones de Parsifal, fue en realidad un proyecto que pudo ser llevado a cabo en Berlín e incluso en Estados Unidos, pero que no prosperó. Por supuesto, las razones de su permanencia en Baviera estuvieron teñidas de patriotismo.
Las cartas dejan entrever a un Wagner adulador, poético rayando la cursilería, y, sobre todo, ajeno a la realidad política de su tiempo. La única mención a la situación europea se refiere a la guerra austro-prusiana de 1866, un enfrentamiento en el que Baviera, que apoyaba los intereses austriacos, salió perdedora y obligada a unirse a la Confederación alemana. Apenas cuatro años más tarde, con el estallido de la guerra franco-prusiana en 1870, el reino de Luis II se vio envuelto en otro conflicto militar, comprometido como estaba a poner sus tropas al servicio del creciente imperio al mando de Bismarck. La derrota francesa resultó en una humillación, con la proclamación de Guillermo I como emperador en pleno Palacio de Versalles, símbolo por excelencia de la monarquía francesa. El gesto no se olvidaría, y en ese mismo lugar se redactarían las degradantes condiciones de la rendición alemana en la I Guerra Mundial, uno de los gérmenes que propició el auge del nazismo. Para Luis II, simpatizante del catolicismo francés y reticente a la hegemonía prusiana, el resultado de la guerra fue un revés.
Wagner intercambió también una abundante correspondencia con el compositor húngaro Franz Liszt y el director de orquesta Hans von Bülow. De sobra es sabido que Wagner no soportaba que se alteraran sus obras, así que le encantaba trabajar con Von Bülow, siempre respetuoso con sus partituras. El director estaba casado con Cosima, hija de Liszt, que más tarde se convertiría en amante de Wagner. Se casaron en 1870, con la desaprobación inicial del propio Liszt, y por supuesto de Luis II.
El autor de El anillo de los nibelungos y El holandés errante falleció en Venecia en 1883 de un ataque cardiaco, todavía bajo la protección de un Luis II cada vez más encerrado en su excentricidad. El monarca fue declarado incapacitado para gobernar y, apenas tres años después de su admirado músico, apareció ahogado en el lago de Starnberg junto a su psiquiatra, en unas circunstancias que nunca se llegaron a esclarecer.