Autorretrato de Paul Gauguin

'Gauguin, el alma de un salvaje' (Lunwerg) recopila las cartas de Paul Gauguin, trazando una radiografía del interior del genio de la pintura, una reunión entre sus obras pictóricas y sus escritos, en los que desvela parte de su alma de "salvaje peruano", de "paria". Ángeles Caso recopila y traduce estos documentos para trazar un itinerario por la creación, la radicalidad y la búsqueda de la inspiración, apoyándose en la exposición que puede verse en el Museo Thyssen-Bornemisza hasta el 13 de enero.




Carta a Émile Schuffenecker

Copenhague, 14 de enero de 1885

«A veces me parece que estoy loco y, sin embargo, cuanto más reflexiono por la noche en la cama, más convencido estoy de tener razón. Desde hace mucho tiempo los filósofos razonan sobre los fenómenos que nos parecen sobrenaturales y cuyas sensaciones sin embargo logramos percibir. Todo está ahí, en esa palabra. Rafael y los demás, esos hombres en cuyas mentes se formulaba la sensación mucho antes que el pensamiento, lo cual les permitió no destruir nunca esa sensación y seguir siendo artistas. Y para mí el gran artista es la representación de la mayor inteligencia. Es a él a quien llegan los sentimientos, las traducciones más delicadas y en consecuencia más invisibles del cerebro.»




Carta a Mette

París, abril de 1887

«Me voy con lo justo para el viaje y llegaré a América sin dinero. Lo que pienso hacer allí todavía no lo sé, pero lo que quiero es sobre todo huir de París, que es un desierto para un hombre pobre. Mi fama como artista crece a diario, pero mientras tanto a veces estoy hasta tres días seguidos sin comer, lo cual destruye no solamente mi salud sino también mi energía. Quiero recuperarla y me voy a Panamá a vivir como un salvaje. Conozco una islita (Taboga) en el Pacífico a una legua marina de Panamá. Está casi deshabitada, libre y fértil. Me llevo mis colores y mis pinceles y me haré fuerte lejos de la gente. Seguiré sufriendo por la ausencia de mi familia, pero ya no viviré esta situación de mendicidad que me da asco. No temas por mi salud, allí el aire es muy sano y para comer, están los pescados y las frutas, que se obtienen a cambio de nada.»



«Ojalá pudiera abrazarte antes de partir.

Un beso para todos.

Paul (que aún te quiere).

Es de tontos, pero es así.»




Carta a Émile Bernard

Arles, diciembre de 1888

«En Arles me encuentro fuera de lugar; todo me parece pequeño y mezquino, tanto el paisaje como la gente. Vincent y yo en general no estamos de acuerdo en casi nada, sobre todo en pintura. Él admira a Daumier, Daubigny, Ziem y al gran Théodore Rousseau, gentes a las que yo no consigo sentir. Y en cambio detesta a Ingres, Rafael, Degas, a todos los cuales yo admiro; yo le contesto "Mi general, tiene usted razón", para que no haya problemas. Le gustan mucho mis cuadros, pero mientras estoy pintando siempre le parece que estoy haciendo mal esto o aquello. Él es romántico y yo me siento más bien inclinado a un estado primitivo.»




Carta a Émile Schuffenecker

Arles, diciembre de 1888

«Me espera usted con los brazos abiertos. Se lo agradezco, pero, por desgracia, todavía no me voy. Mi situación aquí es lamentable, pero les debo mucho a Theo van Gogh y a Vincent y, a pesar de alguna que otra discusión, no puedo estar resentido contra ese corazón excelente que está enfermo, que sufre y que me necesita. Acuérdese de la vida de Edgar Poe que, a consecuencia de sus penas y de sus estados nerviosos, se volvió alcohólico. Algún día se lo explicaré todo a fondo. Sea como sea, me quedo, aunque la posibilidad de irme sigue en estado latente. Vincent me llama a veces "el hombre que vino de lejos y que se irá lejos".»



Miserias humanas (Misères humaines), 1888 (detalle)




Noa Noa, 1893

«Cada día es mejor. He terminado por comprender la lengua bastante bien. Mis vecinos, tres a un lado, los otros más distanciados, me miran casi como a uno de los suyos; mis pies desnudos, al contacto cotidiano con los guijarros, se han familiarizado con el suelo, mi cuerpo casi siempre desnudo ya no teme el sol; la civilización se aleja poco a poco de mí y comienzo a pensar de manera sencilla, a sentir poco odio por el prójimo, y funciono de manera animal, libremente, con la certidumbre de que el día siguiente será parecido al día presente; todas las mañanas el sol se alza para mí como para todo el mundo, sereno; me estoy volviendo despreocupado, tranquilo y amante.»




«Para iniciarme a fondo en el carácter de un rostro tahitiano, en todo ese encanto de una sonrisa maorí, deseaba desde hacía mucho tiempo hacer el retrato de una vecina de auténtica raza tahitiana. Se lo pedí un día que se había atrevido a ir a mirar a mi cabaña mis imágenes, mis fotografías de cuadros. Miraba con un interés especial la fotografía de la Olimpia de Manet. Con las pocas palabras que yo había aprendido en su lengua (hacía dos meses que no hablaba ni una palabra de francés), la interrogué. Me dijo que esa Olimpia era muy hermosa: sonreí ante esa reflexión y me sentí emocionado. Tenía el sentido de la belleza (y a la Escuela de Bellas Artes le parece horrible). Añadió de pronto, rompiendo el silencio que preside un pensamiento:

-¿Es tu mujer?

-Sí.



Vahine no te Tiare (Mujer con una flor), 1891 (detalle)




Carta a Daniel Monfreid

Tahití, agosto de 1899

«Ya no tengo lienzos para pintar y, además, estoy demasiado desanimado para pintar, demasiado preocupado cada momento por la vida material y, además, para qué, si mis obras están destinadas a amontonarse en su casa, lo cual debe de molestarle a usted bastante, o a ser vendidas en masa en Vollard por un trozo de pan.»




Carta a Daniel Monfreid

Papeete, 12 de diciembre de 1898

«Cada vez estoy más enfermo. Si ya no puedo pretender sanar, ¿no es cien veces preferible la muerte? Me ha reprochado usted intensamente mi escapada como algo poco digno de Gauguin. ¡Si supiese usted hasta dónde ha caído mi alma durante estos tres años de sufrimiento! Si ya no voy a pintar nunca más, yo que solo amo la pintura, ni una mujer, ni hijos, mi corazón estará vacío. ¿Soy un criminal? No lo sé. Estoy condenado a vivir cuando ya he perdido todas mis razones morales para vivir. No hay más gloria que aquella de la que uno es consciente. No importa nada si los demás la conocen y la proclaman. No hay otra verdadera satisfacción que la que existe dentro de uno mismo y, en este momento, me doy asco.»




Carta a André Fontainas

Tahití, agosto de 1899

«Se ha dicho de mí que mi arte era grosero, arte de papú. No sé si tenían razón, ni tampoco si tenían razones para decirlo. ¡Qué más da! Para empezar, no puedo cambiar, no sabría hacerlo, ni para bien ni para mal. Mi obra, mi más terrible crítico, dice y dirá lo que soy, para el horror o para la gloria.»