Juan Manuel de Prada. Foto: Sergio Enríquez-Nistal
Escribe clásico, casi demodé, con el infierno ruso en que penó la División Azul como hito heroico y un verso del 'Cara al Sol' de título. Es Juan Manuel de Prada que, tras cinco años de silencio, regresa con 'Me hallará la muerte' (Destino, 2012), una ambiciosa novela de idealistas e impostores en la agusanada España de las postrimerías de la postguerra.
- Así es, tiene que ver con eso, con aparentar lo que no somos, una tragedia desgraciadamente común a mucha gente y que el protagonista lleva hasta sus últimas consecuencias.
- Es esta su primera novela desde El séptimo velo, hace cinco años, en los que ha proseguido la actividad periodística y el ensayo. ¿Se le resistía la ficción?
- No, pero las circunstancias de mi vida no me han permitido escribir. Han sido años muy tumultuosos. No es que se me resistiera la ficción, más bien me resistía yo. Y además ha acompañado mi cada vez mayor decepción ante la evolución de la literatura en general y de la literatura como medio de vida.
- ¿Cómo prendió la historia de Me hallará la muerte?
- Por el descubrimiento de la peripecia de los divisionarios que fueron hechos prisioneros sobre todo en la batalla de Krasny Bor, el 9 de febrero de 1943, el día de la historia contemporánea en que murieron más españoles. Y nadie lo recuerda. Krasny Bor es una batalla absolutamente olvidada, como la peripecia de aquella gente. Leí mucho sobre ello, Embajador en el infierno, de Torcuato Luca de Tena, pero también otros menos conocidos. Y me pareció muy curioso que, existiendo en España una experiencia directa de españoles que murieron en el Gulag, apenas se conozca. Denunciaba Martin Amis en Koba el temible que cualquier persona de mediana cultura es capaz de identificar por sus nombres los campos de concentración nazis pero no tiene la más remota idea del Gulag.
- ¿Cómo se organiza una vez que sabe lo que quiere contar? El estilo, por ejemplo, tan marcado, tan clásico. ¿Hasta qué punto le complica la vida?
- No, en mi caso la escritura en sí no me causa demasiados problemas. Me resulta más complejo la confección, la estructura y la labor de documentación, a veces muy penosa. Y es que hablo de una época lejana pero lo suficientemente cercana para que las personas de cierta edad puedan notar que chirrían algunos elementos.
Un hombre sin atributos
- Vamos a la novela. Abre en miserable postguerra y, sin embargo, ¿no la pinta como una edad de oro de los ideales antes de la caída en la corrupción?- Habría que diferenciar la imagen que ofrezco del año 42, cuando arranca la historia, de la de los años 50. Mi protagonista, Antonio, es como una pantalla en blanco, un hombre sin atributos, sin identidad real, una esponja que absorbe de los otros, como de su amigo Cifuentes, que sí es un falangista ortodoxo que considera que Franco ha traicionado el ideal que amalgamó a tantas personas en la guerra civil. Y luego, en el esfuerzo por integrar a España en el concierto internacional, la traición, para ese falangismo, se agudizó. Y ese es precisamente el momento que retrata la novela. Porque, pese a la idea que tenemos, la España de los años 50 era una España perfectamente aceptada en los organismos internacionales, una España que se había convertido en un paraíso para los negocios.
- Antonio se enrola en la División Azul para escapar de la policía y purgar su alma. Pero lo que ocurre es que allí la pierde definitivamente. ¿El infierno ruso le sirve de piedra de toque para probar a los hombres?
- Sí, hay que considerar que las circunstancias que padecieron los divisionarios fueron de una inhumanidad inimaginable. La dureza del clima, por ejemplo, con temperaturas de 50 grados bajo cero. Escupían y el escupitajo llegaba congelado al suelo, se tocaban las orejas y se desprendían. Pero es que además lucharon en el frente ruso, el más cruento de la historia. Y algunos sufrieron cautiverio desde el 41 hasta el 54. Es normal admirarse de que, después de tantos años, no sólo no claudicaran sino que su comportamiento en Rusia fue ejemplar.
- La tercera parte la protagoniza la España de los 50 que se moderniza y corrompe a toda velocidad. ¿La prosperidad guarda un cadáver en el armario?
- Sí, la prosperidad destruye a los pueblos, los ablanda, los corrompe..., el dinero es el elemento desintegrador de la salud de los pueblos. Y por eso fijo la lupa en ese momento concreto.
- En Me hallará la muerte los besos "rebosan en los labios como una cornucopia viscosa", las tardes caen "lentas y cárdenas como la cuaresma" y el protagonista no folla sino que "entra en ella como en territorio sojuzgado, para remar como un batelero". Nadie escribe hoy como Prada. ¿O es Prada el que no escribe como nadie?
- No lo sé, la verdad, realmente yo, como soy un misántropo, no sé ni cómo se escribe hoy y tampoco me interesa.
- ¿No le interesa la narrativa de los autores jóvenes?
- Hace años que no leo literatura contemporánea. Los contemporáneos de un escritor son aquellos con los que ha aprendido. Es más contemporáneo Homero que el escritor que vive enfrente de tu casa. Así que no sé si mi forma de escribir es insólita. Ni me preocupa.
- Si al Prada rompedor que publicó Coños en 1995, con apenas 24 años, se le hubiera aparecido, a la usanza borgeana, el Prada de 2012, con 41 años, escritor de marcada prosa clásica, ¿quién se habría asustado más?
- Sobre todo habría prevenido a aquel joven que creía en la literatura de una forma desorbitada, creía que era la vida. El viejo le alertaría de que la vida es la vida y la literatura sólo un oficio más. Y es que hoy veo cómo se exalta la bazofia, las librerías abarrotadas de libros absurdos, el compadreo... La literatura me ha decepcionado mucho. Por lo demás, el Prada joven era capaz de matar por una metáfora y el Prada viejo pues, si la metáfora se le cruza en el camino no la va a despreciar como hombre que sabe cumplir, pero no mataría por ella. La literatura no puede usurparte la vida.
- ¿Usted también, como Chesterton, cuando hablaba de sus años de juventud, ensayó algunas herejías por su cuenta para descubrir al final que el resultado era la ortodoxia?
- Lo que pasa es que, a diferencia de Chesterton, yo nunca fui un hereje. Fui pecador, sin duda, y lo sigo siendo, pero nunca hereje. Aunque se ha propagado de mí una imagen de converso, siempre he sido católico. Mucha gente, para intentar denigrarme, dice "mira este católico que escribió Coños". Grotesco, porque el Arcipreste de Hita escribió El libro del Buen Amor, más elevado de tono que el mío, un libro en realidad bastante inocente. Sí, he podido profundizar más con los años en la fe, pero es natural.
Cuando eres un maldito
- El Ojo Crítico, el Planeta, el Primavera, el Nacional, el Biblioteca Breve... Creo que casi todas sus novelas han ganado premios importantes.- Bueno, es que casi todos los premios que me han dado han sido premios a priori.
- Pero, ¿lo cool hoy es rechazar los premios?
- Eso hace la gente resentida y pelmaza para llamar la atención. Pero no, hombre, los premios están muy bien para reconocer tu trabajo. Sinceramente, la mayor parte de los premios me los dieron en una época en la que todavía no era conocido. Cuando ya lo eres, te conviertes en un maldito. Esos premios no dejan de ser anécdotas de una etapa en la que el mundo aún trataba de halagarme pero ya estoy de vuelta.
- Todos estos premios Nacionales que acaban de otorgarse a El Roto, Marías, Cruz... ¿La conocida mala conciencia de la derecha política?
- Premian a gente del sistema, recompensan por los servicios prestados. El sistema es una amalgama de poder que tiene un negociado de izquierdas y un negociado de derechas para que la pobre gente incauta participe del espejismo, para que estén a la greña, pero luego el sistema sabe a quién tiene que premiar, a los instalados. Es verdad que hay un complejo en la derecha. La derecha es un perrillo que persigue el huesecillo que le tira la izquierda atado por el hilo.
Un antimoderno
- De hecho, usted es una rara avis que no gusta ni a la izquierda ni a la derecha liberal. Compagnon acuñó el término antimoderno: aquél que se revuelve contra una modernidad que sabe inevitable. ¿Se adscribe?- Sí, soy un antimoderno y sé que es una batalla perdida. Por eso ya no ganaré premios, los gané en una época en la que despistaba aún al establishment. Pero la modernidad, desde la Revolución Francesa, es un desastre, un lento camino hacia la barbarie, como muestra la crisis. Llega una época oscura.
- ¿También para la edición?
- No debemos dar por hecho que todo va a desaparecer aunque los síntomas sean poco halagüeños. El destino del mundo no está en nuestras manos y hacer proyecciones es absurdo. Pero sí, da la impresión de que la literatura no será un medio de vida, la mayoría de las editoriales no podrán sobrevivir y el periodismo cultural lo tiene también muy complicado. Pero los escritores seguirán encontrando a sus lectores de una manera misteriosa que aún no sabemos. Es más, probablemente la desaparición de toda la instalación cultural permitirá que, por primera vez en siglos, el escritor tenga que buscarse la vida para encontrar a sus lectores. Tal vez volverá a ser un juglar o buscará un mecenas como Virgilio buscó a Octavio.