No sabemos si George Steiner (París 1929) conoce el renombrado verso de Miguel de Unamuno (“Piensa el sentimiento, siente el pensamiento”), en el que de forma sintética y precisa se nos plantea el dilema entre el pensar y el sentir, entre pensamiento y poesía. En él, Unamuno encontró una tan certera como salomónica solución a un viejo dilema al que tampoco es ajeno este sutil y valioso libro, La poesía del pensamiento. George Steiner, desarrolla por extenso dicho dilema, ya desde su título contundente, pero matizándolo, señalando prioritariamente las diferencias entre el pensamiento y la literatura, o aludiendo a un pensar desprovisto de “metáfora”. Así lo hace para evitar quizá el no menor radical dilema -aunque en el fondo lo plantee- entre filosofía y poesía, que nuestra María Zambrano abordara de una manera tan osada como melodiosa.
De que nos hallamos ante un dilema permanente, en el tiempo -que el propio escritor desarrolla y que siempre el lector suele apreciar como sugestivo y original- es una muestra ideal este libro, centrado en momentos tan estelares del pensar en libertad, o del sentir pensando, como el de los presocráticos o Platón. Steiner se muestra incluso más radical al aludir a un siglo creativamente prodigioso, como fue el VI a. de C., que produjo no sólo obras excepcionales en el pensar (inspirado) de Europa, sino del Extremo Oriente. Ese momento, lo subraya con la siguiente frase, en la que amplía el campo geográfico del fenómeno: “La incandescencia de la creatividad intelectual y poética en la Grecia continental, Asia Menor y Sicilia durante los siglos VI y V a. de C., sigue siendo única en la historia”. Y añade con rotundidad: “En algunos aspectos, la vida intelectual posterior es una profusa nota a pie de página de ella”. Los “diálogos de Platón”, “su genio revolucionario”, son el momento cimero de esa etapa y de ese momento al que hay que añadir otros, más o menos próximos, como los del orfismo o los Libros Sapienciales bíblicos (Eclesiastés, Libro de Job).
Es sorprendente cómo Steiner va hilando finamente la relación entre tiempos, obras y autores, en torno siempre a ese dilema que él subraya no ya desde el título y el subtítulo de su obra sino partiendo de una sucesión de citas. Así, para su apuesta sin fisuras por la poesía en su relación con el pensamiento -lo que éste le debe a aquélla-, nos recordará a Alain. Para probar que en la filosofía, además de un pensar, hay una “literatura” citará a Sartre. A veces, nuevas citas, como la de Grünbein, implican criticar severamente a los filósofos, ("lastimosamente desnudos"), a su “pobre imaginería”, lo que supone valorar lo metafórico. Otras veces recuerda a pensadores de la antigüedad clásica (Lucrecio, Séneca) para apreciar la forma y la libertad del lenguaje creador, sugestivo, frente al contenido.
Steiner avanza en su análisis con una admirable claridad -sencillez, diríamos a veces-, pero, eso sí, sin renunciar a unos conocimientos originarios, iniciáticos, que hoy tendemos a desdeñar. Por otro lado, es como si en su prosa, en su pensar -que desde luego está del lado de los valores literarios e incluso poéticos del texto, que son los que más le interesan para la exposición de su tesis central- el tiempo se anulara y el análisis perdiera ese sentido reseco con que a veces nos asaltan ciertos ensayos que pretenden ser eruditos. En Steiner, la erudición asumida viene detrás de la claridad. Capítulos y ensayos fluyen armoniosamente desde aquel hito de la primera querella “acerba y fraternal entre filósofos y poetas”, hasta nombres más cercanos que se sintieron atraídos por ese pensar en los límites que supuso hacer uso de la imaginación con no poco riesgo: Hölderlin, Schopenhauer, Benjamin, Scholem, Croce, Rilke, Levi, Heidegger, Wittgenstein, Celan. A veces, le da la vuelta a su teoría para decirnos que la sensibilidad de Borges fue “filosófica”.
En otras ocasiones, se detiene en las ironías de Marx, alude a Brecht o a Sartre, o a ciertos pensadores contemporáneos franceses, que no siempre sintonizan con el iniciado e inspirado pensamiento clásico, que brilla en la mayoría del libro; pero es que en Steiner la visión de la cultura (afortunadamente) es total, y ello implica no sólo ser rico en lecturas sino no ignorar algunas de las lacras de la historia. Con el presente volumen, Siruela ha superado ya la docena de títulos de este pensador clave, entre los que cabe recordar Errata o Nostalgia del Absoluto, tan celebrados por los lectores.