José María Guelbenzu.
José María Guelbenzu regresa a las librerías el martes 4 de septiembre con la novela negra 'Muerte en primera clase', un nuevo caso de la juez Mariana de Marco. Este maestro del 'noir' dio vida a su protagonista por primera vez en 'No acosen al asesino', y desde entonces ha firmado media docena de episodios de la serie policíaca, entre la que se encuentran títulos como 'Un asesinato piadoso' o 'El cadáver arrepentido'.En esta aventura, Mariana intenta recuperarse de una relación que la ha herido profundamente, y como distracción una amiga la invita a asistir a un lujoso crucero por el Nilo. Pero sus vacaciones se tuercen y una mujer desaparece. La jueza se verá envuelta en una investigación que sacará a la luz una oscura trama familiar y financiera.
-¿Por qué será que les gustas tanto a los criminales? - dijo Julia Cruz nada más soltar su maleta sobre la acera, a la puerta del hotel Cairo Crown. Aún no había amanecido y el tráfico era escaso. Al otro lado de la avenida se adivinaba la presencia del Nilo, que tampoco habían conseguido apreciar más que a la luz de las farolas de la calle, pues cuando llegaron al hotel era de noche lo mismo que ahora. El río se manifestaba como una masa oscura e imponente, apenas punteada por cambiantes destellos lumínicos, que se extendía más allá de la baranda de piedra que bordeaba el paseo ajardinado de la orilla, al otro lado de la calzada.
Mariana la miró, perpleja.
-¿A cuento de qué viene eso?
-No sé. Estaba pensando - dijo Julia.
-¿Pensando? ¿En qué estabas pensando?
-Eso me pregunto yo - concluyó Julia, como abstraída.
Aguardaban, junto con otros viajeros, el autobús que habría de llevarlas al aeropuerto de nuevo para embarcar en un vuelo regular a Luxor. Ambas habían dormido apenas cuatro o cinco horas a pesar del cansancio del viaje, después de luchar con denuedo para conseguir una cena con la cocina del restaurante y el bar, cerrados, y bajo los efectos de la frustración por llegar tan tarde cuando pudieron haber tomado un vuelo que las hubiese dejado en El Cairo a la hora del café. Estaban destempladas por el frío de la madrugada y el desconcierto del sueño interrumpido.
-Con lo bien que estaba la habitación del hotel..., bueno, el hotel en su conjunto, y no lo hemos disfrutado - comentó Mariana con voz pesarosa.
-Qué camas ¿verdad? Hacía tiempo que no dormía sobre tanto lujo.
-Y tan cómodas. Lo que me ha costado abandonarla...
-Si es que somos unas pringadas - dijo Julia sacudiendo la cabeza con decisión-. Hay que saber planear y tomar las cosas con calma para disfrutar de ellas.
-La lentitud. No sabes cómo echo de menos la lentitud en las vacaciones.
-Pensar las cosas antes de hacerlas - insistió Julia-. Claro que lo que no nos esperábamos era este hotel; y mira que yo estoy acostumbrada a los lujos orientales desde que tuvimos la suerte de coger el proyecto en el Emirato.
-O podíamos habernos adelantado un día entero, un día para patear El Cairo y tirarnos a la bartola en esas ¡ay!, suntuosas camas - suspiró Mariana.
La luz artificial del alumbrado público, de un tono anaranjado desvaído, les producía a ambas una cierta sensación de desamparo. Allí, al pie del hotel, agrupadas junto al resto de viajeros que aguardaban el mismo autobús al frío de la madrugada, se sentían como quien espera ser evacuado ante una amenaza natural que se avecina. Posiblemente la sensación era producto del desamparo que produce en el cuerpo el poco dormir, pero, entre destempladas y desamparadas, procuraban darse calor cogidas del brazo, pateando el suelo y oteando el carril de la calzada por donde debería aparecer su autobús.
Sin embargo, estaban de vacaciones. Una semana en Egipto para realizar un crucero por el Nilo. La iniciativa había partido de Julia, invitada por un conseguidor, uno de esos tipos bien relacionados que se ocupan de poner en contacto a inversores para entablar negocios, de los que una interesante cantidad del alto flujo económico que generan se les queda entre los dedos. Tiempo atrás, Pedro Guzmán había sido el enlace del estudio al que pertenecía Julia con un proyecto arquitectónico de envergadura a orillas del mar Rojo; el anfitrión era un intermediario entre magnates y jeques árabes que, la verdad sea dicha, parecía vivir tan bien como uno de ellos, y el crucero se financiaba, supuso Julia, con el dinero de los más interesados en sacar tajada, quienquiera que fuesen.
La invitación comprendía a dos personas y Julia no paró hasta convencer a su amiga Mariana de Marco para que la acompañase. En realidad, Mariana de Marco estaba meditando la posibilidad de abandonar su Juzgado de Instrucción en la ciudad de G... para trasladarse a un nuevo destino que salía a concurso en uno de los Juzgados de Instrucción de Madrid. El crucero estaba previsto para la primera semana de Marzo, lejos del agobio turístico de la Semana Santa, y aprovechó la oportunidad que se le presentaba para cobrar una deuda de tiempo con una colega y disponer de seis días enteros. A su vuelta confiaba en disponer de otro más para ampliar la escala obligada en Madrid y, antes de volar al norte, hacer una visita a su madre. Mariana pensó que un cambio de aires tan contundente como el que le ofrecía el crucero era una buena ocasión para relajarse y espantar las preocupaciones que su estancia como juez en G... le había creado en los últimos tiempos. Ella no creía ser una mujer de trato difícil, pero había tenido roces con el decano, un tipo grosero y pegajoso, roces que fueron en aumento por antipatía declarada y también a causa de su trabajo y, más específicamente, de su dedicación al trabajo, que algún que otro colega tomaba por una ofensa personal en la medida en que, acabó ella por entender, los ponía en evidencia. Si se añaden a esto las malas relaciones con un par de elementos de la policía, de carácter bronco, educación primaria y moralidad más bien laxa, la oportunidad de cambiar de destino se le presentaba como agua caída del cielo. Sin embargo, en su probable decisión había algo que la reconcomía por dentro: la sensación de huida.
Tenía ganas de volver a Madrid, en parte por recuperar amistades de antaño y en parte por estar junto a su madre, ya afectada por los años, pero, por un efecto de desdoblamiento, se veía también a sí misma escurriendo el bulto, escapando de un problema que le incomodaba aceptar. En resumen, que al anunciar su deseo de tomarse estos días de vacaciones, las facilidades habían sido todas y las aceptó con un cínico agradecimiento que le dejó un mal sabor de boca.
O quizá es que la vida en una pequeña ciudad se le había hecho demasiado estrecha. Las rutinas de la gran y la pequeña ciudad son bien distintas. En la primera, el anonimato es un factor de compensación, en la segunda se multiplica por el efecto espejo. También las soledades son diferentes: en la gran ciudad puedes esconderla, aunque resulta más dura; en la ciudad pequeña la expones a la vista de mucha gente que te reconoce diariamente por la calle. - Yo necesito otra clase de movimiento - pensaba Mariana-, más variedad. Julia, junto a ella, había reclinado la cabeza en su cuello, como si pretendiera dormirse de pie y Mariana sonrió para sí y acarició su cabeza con la suya. En medio de la destemplada madrugada cairota se maravilló, de pronto, de que estuvieran ambas allí, en Egipto, aguardando un autobús de invitados, a unos metros del Nilo casi invisible que discurría oscuro y sosegado al otro lado de la avenida, reunidas las dos en una de las cunas de la Humanidad.
Las conversaciones sonaban apagadas, a tono con el ambiente. Unos pasos detrás de ellas, una serie de personas de ambos sexos se agrupaban en torno a una dama de edad. Mariana los observó discretamente, pero su interés se centraba en la dama. Esbelta, de una elegancia natural y unos sesenta años muy bien llevados con esa personalidad que otorga una antigua pertenencia a la clase alta; su rostro afilado, que debió de ser muy bello y ahora era altivamente singular, manifestaba determinación y carácter; era evidente que tenía a todos los que la rodeaban a sus órdenes; sin embargo, no daba la impresión de ser una mujer que ejerciera dominio de manera ostensible, no era la característica energía de las mujeres con mando familiar lo que predominaba en su aspecto sino, más bien, una complacencia satisfecha y hasta un punto dependiente de las atenciones de las que era objeto. Pero era el centro.
El grupo lo completaban un hombre también de edad, grueso y sonriente, sentado en una silla de ruedas, que se dejaba llevar por un joven de agradable presencia, una mujer de unos treinta años, en cuyos rasgos se retrataba la misma belleza de la dama, pero sin gracia y con un inequívoco aire de no estar a gusto consigo misma que trataba de disimular con una excesiva gesticulación. Otra mujer, algo más joven, era el vivo contraste de la anterior: vivaracha y descarada, que hablaba por los codos y vestía a la última. Un hombre maduro, alto e imponente, con un inconfundible aspecto de gentleman farmer y una mundana confianza en sí mismo, acompañado de una mujer bastante más joven con todo el aspecto de ser una segunda esposa, demasiado puesta y demasiado arreglada; finalmente, los últimos miembros del grupo eran un hombre de una mediana edad recién estrenada y algo relamido que le hizo pensar a Mariana en un ejecutivo o un abogado de empresa, y una mujer aún joven de pelo corto y un estudiado descuido, muy atenta a todos los movimientos de la dama; ambos mostraban a las claras su diferencia con el aire de familia de todos los anteriores. El conjunto resultaba chocante y Julia, extrañada por el silencio de su amiga, advirtió de inmediato su interés por ellos.
-Curioso grupo ¿verdad? - comentó.
-Curioso y variado. Todos ellos parecen estar unidos por lazos familiares. ¿Los conoces? Ellos sí que parecen conocer a todo el mundo.
-A ella sí - dijo Julia refiriéndose a la dama-. Es decir: no la conozco, pero sé quién es.
Siguió un silencio interrogativo por parte de Mariana.
-¿Has oído hablar de Carmen Montesquinza? - preguntó Julia.
Mariana se encogió de hombros.
-Una fortuna de Bilbao. Montesquinza es el apellido de su primer marido, pero todo el mundo la llama así.
La joven del pelo à la garçon creo que es su secretaria. El de la silla de ruedas es su ex-marido y el otro, el grandón, hermano de su primer marido, es Luis Montesquinza, conocido como Luisón, un vivalavirgen. La que lo acompaña será su segunda mujer, digo yo, porque Carmen no le permitiría viajar en su compañía con una amante. El que empuja la silla de ruedas ha de ser el hijo del segundo marido, el ex, o sea, el hijastro de Carmen, y la que parece un borrador de su madre es la única hija y heredera de Carmen, que, con toda su buena posición, tiene una pinta de soltera que canta y debe de ser de mi edad; la otra quizá sea sobrina de Carmen, la hija de su cuñado por el parecido; y el oficinista impecable no tengo la menor idea de quién es.
-Pareces una periodista del ¡Hola! redactando un pie de foto.
-¿Tú no querías saber quiénes son? - protestó Julia.
-Te lo digo con admiración.
Julia contestó con una mirada malévola y en ese momento llegaron los autobuses que estaban esperando.
El maestro de ceremonias que los acompañaba desde que los diversos invitados al crucero fueron llegando al hotel a lo largo de la tarde y noche precedentes, empezó a dar órdenes a los mozos del hotel para que cargasen las maletas, se ocupó de que todo el mundo se acomodase en el autobús, un verdadero pulman de lujo, y enseguida dirigió su atención a la señora Montesquinza, su ex-marido y su hijastro, atención que Mariana no comprendió hasta que pudo ver cómo un elegante automóvil aparcaba delante del autobús y en él embarcaban al inválido entre su hijo y el chófer. En el automóvil se acomodarontambién la dama junto a su ex, y el hijastro en el asiento del copiloto. En unos minutos el coche echó a rodar y se perdió entre las luces ambarinas de la avenida.
Desde sus asientos, Julia y Mariana fueron contemplando la imagen fantasmagórica de la ciudad dormida mientras se dirigían al aeropuerto. Era una imagen inesperada por cuanto se asemejaba a la de una ciudad a medio hacer llena de edificios sin gracia, muchos de ellos faltos de techumbre, con un aire de ciudad tercermundista que se compadecía mal con la idea de un Egipto voluptuosamente oriental y colorido que, en su caso, procedía de lecturas y películas. Por el contrario, en parte debido a la oscuridad, les parecía una ciudad grisácea, polvorienta y desangelada, surcada por vías elevadas, calles sucias y, cuando intermitentemente desaparecían los grandes edificios amazacotados, se dejaban ver abundantes y variadas agrupaciones de casas de uno, dos o tres pisos que parecían estar a medio construir, como si los constructores hubieran huido tras armar la estructura y levantar las paredes, o los vecinos, impacientes, las hubieran tomado por asalto, sin techar ni pintar, y así quedaron.