Hermann Hesse
En la historia del siglo XX pueden encontrarse autores más influyentes que Hermann Hesse. Sus libros han actuado como estímulo espiritual para diversas oleadas de jóvenes hartos de estar sujetos a unos patrones de vida demasiado estrechos. Este jueves se cumplen 50 años de su muerte, que le provocó un derrame cerebral mientras dormía en su casa de Montagnola, en el cantón suizo de Ticino, donde vivió la segunda mitad de su vida. Era 1962 y tenía 85 años. Dejaba como legado una extensa, profunda y riquísima obra, en la que se abordaba, con el bisturí de la heterodoxia y el inconformismo, una infinidad de aspectos cruciales en la vida de los hombres: la educación, la cultura, la religión, el amor, la soledad, la libertad, la ideología...
El escritor Fernando Sánchez Dragó siempre ha reconocido (y reivindicado) esa herencia. A Hesse lo tiene como un referente moral. Explica a elcultural.es que leerle en la adolescencia significó la ruptura de muchas fronteras que hasta ese momento delimitaban su día a día: "Cuando tenía dieciocho años, al calor de la bohemia literaria, de los círculos rebeldes de la Facultad de Letras y del fervor existencialista, alguien me prestó El lobo estepario y Demián. Esos dos libros, que llegaban en el momento justo, me deslumbraron. A partir de ellos fui tirando del hilo del resto de la obra de Hesse. Sin ella no hubiera escrito Gárgoris y Habidis ni El camino del corazón. Hesse está en la trastienda de mi vida, no sólo de mis libros. Lo que he fundado en Castilfrío es un círculo excéntrico del Círculo Hermético que en su día fundaran Hesse y Jung en Montagnola".
Podría decirse que Dragó fue uno más de esos jóvenes contraculturales que tomaron a Hesse como estandarte de su rebeldía. El fenómeno cuajó sobre todo en Estados Unidos. Primero gracias a los beatniks, a finales de los 50 y principios de los 60. Luego con los hippies, a finales de esta década. Los planteamientos existenciales del autor de origen alemán (nació en Cawl, pueblo enclavado en la Selva Negra, aunque luego obtendría la nacionalidad suiza) se acoplaban a la perfección con los anhelos rompedores de esa generación. "Esos movimientos, y entre ellos, sobre todo, el de los hippies, en el que yo milité, buscaban la heterodoxia respecto a los valores del mundo occidental y la sociedad de consumo, y se acogían a una espiritualidad sin iglesias e independiente de las religiones al uso. Hesse nos proporcionaba todo eso", advierte Dragó.
Aunque en el 46 ganó el Premio Nobel, cuya canditura defendió con particular vehemencia Thomas Mann, fue en la Universidad de Berkeley donde Hesse empezó a cobrar popularidad, a ser una especie de escritor de culto. En este círculo, contó con el apoyo del carismático Timothy Leary, entusiasta investigador (y probador) de sustancias psicodélicas, uno de sus principales valedores en la órbita norteamericana, algo que despertó también prejuicios contra el escritor en las capas más conservadoras de la sociedad, aunque, leída su obra, no parece que él tuviera la más mínima intención de incitar a nadie en el consumo de drogas. La novela que más removió sus conciencias fue Siddhartha, inspirada en las andanzas de Buda y que curiosamente había publicado casi cuatro décadas antes (en 1922). Y ahí se quedaron. "Nunca oí hablar en los círculos de la contracultura del Hesse de la madurez: el del Narciso y el de los abalorios", denuncia Dragó.
Ramiro Calle, escritor, profesor de yoga (disciplina de la que Hesse fue uno de los pioneros en su introducción en Europa) y experto en la India, lamenta esa superficialidad en la aproximación que se hizo a Hesse en esa época: "Es una pena que quedara asociado casi exclusivamente a Siddhartha, que es su libro más ligero. Creo que realmente no llegaron a conectar con el alma del escritor. En su mayoría fueron diletantes poco ambiciosos, sin ánimo de profundizar en una obra abisal, de un hombre contradictorio, lleno de matices y de inquietudes, alguien que vivió periodos de fuertes depresiones y tuvo ideas suicidas, un auténtico ácrata sin acrimonia, un contestatario que ha sabido transmitir la espiritualidad de la búsqueda de lo sublime sin perderse en fantasmagorías, como sí han hecho esos gurús de la nueva era". Seguro que a Hesse le hubiera sorprendido mucho verse convertido en un mesías. Ese perfil atentaba frontalmente con su firme creencia en la individualidad.
Ramiro Calle tiene claro que la mejor manera de conocer a Hermann Hesse, su intimidad espiritual más sincera, es leyendo en particular uno de sus libros: "Escribió grandes obras, novelas que son ensayos, y ensayos que son novelas. Hay que leer El juego de abalorios y Narciso y Godmundo, sus Cuentos de amor, también su correspondencia con figuras de la talla de Zweig, se admiraban mutuamente y les unía una gran amistad, o con Jung, pero creo que para entrar de veras en Hesse es necesario leer y releer Mi credo, que es un libro poco conocido de él pero en el que se abre en canal". Ramiro Calle publicará en un par de meses su Autobiografía espiritual, en la que Hesse sale a relucir como un foco iluminador de su trayectoria: "Desde luego, él fue clave en avivar mi deseo por viajar a Oriente".
Hermann Hesse le abrió un camino (habría que decir caminos, muchos, tal vez infinitos) cuando era joven. Un camino que no era el trillado por generaciones y generaciones: trabajo-matrimonio-hipoteca-familia-rutina. Por eso cree que es tan importante que se le siga leyendo hoy, sobre todo esa constelación de jóvenes (y no tan jóvenes) que, tras el agujero abierto en sus vidas por la crisis económica, se sienten estafados (¿porque se han dejado estafar?) por los modelos sociales imperantes en los últimos años. En mitad de tanta desesperación agarrar un libro de Hesse puede ser como aferrarse a un pecio tras el naufragio. O sea: una oportunidad de empezar de nuevo, esta vez llegando mucho más lejos.