Portada de Time de 1931 en la que aparece Niceto Alcalá-Zamora como nuevo Presidente de España.
Las memorias de Alcalá-Zamora, rescatadas tras su tortuosa y dilatada peripecia de robos, secuestros y recuperaciones, son ahora un documento indispensable para la comprensión y el estudio de la Segunda República Española. El año pasado se publicó el primer tomo, Asalto a la República, en el que el político vuelca sus reflexiones, dudas y miedos con respecto al devenir de la República en los meses de enero a abril de 1936, poco antes del inicio de la Guerra Civil.Ahora sale a la luz La victoria republicana. 1930-1931. El derrumbe de la monarquía y el triunfo de una revolución pacífica, la segunda parte de lo que será una trilogía. El volumen da un salto hacia atrás en el tiempo con respecto al primero, pues abarca los últimos meses de la monarquía de Alfonso XIII y los primeros de la República, proclamada el 14 de abril de 1931.
La posteridad ha ensombrecido la figura de Alcalá-Zamora, presidente constitucional durante casi toda la existencia de la República, por su "habilidad" para provocar el descontento tanto de la derecha como de la izquierda. El político cordobés cuenta, con su reconocible estilo decimonónico, cómo eran las relaciones entre los miembros del Comité Revolucionario y, posteriormente, del Gobierno de la República, y hace hincapié, como experto jurista, en su afán primero: conseguir una República constitucional asentada firmemente sobre la Ley. A continuación reproducimos el prólogo, escrito por el reconocido hispanista estadounidense Stanley G. Payne.
Prólogo
Alcalá-Zamora fue un liberal toda su vida -lo que se puede llamar un liberal decimonónico- con dos calificaciones excepcionales. Fue, en primer lugar, escrupulosamente honesto y honrado en asuntos económicos y financieros, rasgo muchas veces ausente en un político. Esta fue una de sus cualidades más destacables, tanto en el poder como en el destierro. Y, segundo, fue un verdadero experto jurista, un profesional en el mejor sentido. En toda la larga historia del país, probablemente no ha habido nunca un jefe de Estado que conociera tan bien las complicaciones de las leyes. Entre los anteriores presidentes de Gobierno, Cánovas del Castillo, por ejemplo, fue un intelectual y escritor muy notable, pero esencialmente un historiador y un ensayista, no un experto jurista. La maestría en las leyes no garantiza el buen juicio político, pero es una ventaja importante.
Este tomo presenta sus memorias del Comité Revolucionario republicano, de 1930-1931 y de la primera fase de la Segunda República misma. No siempre es lectura fácil, porque está escrito en el mejor estilo barroco y rebuscado de don Niceto, tan comentado en su día. Era bastante extraño que un hombre de la ley como don Niceto se convirtiera en uno de los líderes principales de un movimiento subversivo, circunstancia que creía totalmente justificada porque la monarquía de Alfonso XIII había reconocido la dictadura de Primo de Rivera por más de seis años, aunque en 1930 trataba de volver a la normalidad constitucional. Alcalá-Zamora propuso restablecer la ley y el gobierno constitucional por un acto revolucionario. Esto no es imposible pero tampoco es nada fácil. Creía además que la revolución tenía que ver con un solo acto o fase, la instauración de una República constitucional. No entendía que una revolución es un proceso, no un acto, algo que aprendería solamente muy tarde, cuando ya se viera a sí mismo arrollado por el proceso en abril de 1936.
Notable en este tomo es su narración de las actividades del Comité Revolucionario, que rechazó cualquier compromiso o negociación e insistió en imponerse de un modo u otro, algo que al final consiguió. Presenta un retrato de bastante armonía entre los miembros del Comité, y esto es convincente. Las grandes desavenencias vendrían después. Son notables, por ejemplo, sus referencias a Alejandro Lerroux. En este tomo todas son cordiales, y entre ellas destacan la modestia de Lerroux y la cooperación entre ambos. En tres años, todo esto cambiaría, y la rivalidad entre los dos en 1935 sería un factor importante en el fracaso del centrismo democrático republicano. Aunque se trata de una situación ya comprendida por los historiadores, sin embargo llama la atención lo que Alcalá-Zamora describe de la liberalidad, moderación y grado de tolerancia de los últimos gobiernos de la monarquía, como igualmente la descripción de las condiciones cómodas e indulgentes en la cárcel Modelo, experimentadas por los miembros del Comité que habían sido detenidos después del intento de pronunciamiento fallido del 15 de diciembre 1930. Los republicanos pensaron traer el régimen nuevo a través de la consabida táctica decimonónica del pronunciamiento militar -nada nuevo- y contaron con simpatías dentro del Ejército, pero no con las suficientes. El retrato del capitán Fermín Galán, izquierdista republicano exaltadísimo, que insistió en anticipar el pronunciamiento principal alzándose el día anterior, en Jaca, está bien trazado. Rápidamente juzgado y fusilado, llegó a ser, con su compañero García Hernández, uno de los dos protomártires de la República, y la descripción que recoge Alcalá-Zamora es compasiva. No lo es, en cambio, la seca referencia al general De las Heras, asesinado a sangre fría por Galán. Las Heras y los otros militares muertos a manos de los golpistas fueron las primeras víctimas de la violencia revolucionaria en España, que luego inmolaría a tantos miles de personas. Como la figura principal con la mayor experiencia y reputación entre los republicanos, Alcalá-Zamora -dos veces ministro bajo Alfonso XIII- sería elegido presidente del Comité, luego primer presidente del Gobierno bajo el régimen nuevo, y finalmente jefe del Estado como presidente de la República. La descripción que presenta de los días inaugurales, entre el 14 y 16 de abril de 1931, es una de las partes más importantes de este tomo, porque añade detalles que faltan en otras memorias, y presenta una perspectiva algo diferente en ciertos puntos. En sus anteriores discusiones con los líderes republicanos, explica: «Presentí todos los estragos de una República epiléptica, efímera, destructora y estéril; o por exclusión de todas esas soluciones vi como una única posible una República de orden». Fue sobre todo por su inquebrantable rectitud en insistir en el marco y el equilibrio legales por lo que Manuel Azaña pudo decir en el verano de 1931: «Para mí usted es la República». Aunque nunca elegido directamente o legitimada por un referéndum, después de la semi-victoria en las elecciones municipales del 12 de abril, la presión popular, el abandono de los monárquicos y la salida del rey, la legitimidad de la República sería aceptada por la mayoría de los españoles, y por la comunidad internacional. El mismo general Franco, por ejemplo, nunca cuestionaba directamente esta legitimidad hasta el segundo mes de la Guerra Civil, porque, como casi todos los líderes insurrectos en 1936, insistía originalmente en que su movimiento se proponía nada más que la restauración de esa República constitucional.
Fueron días gloriosos los del Comité y de la instauración de la República, pero el drama político de Alcalá-Zamora con el régimen nuevo comenzó al final del primer mes, con la «quema de conventos» de mayo de 1931. El proceso revolucionario, que él todavía no entendía, entró en una segunda fase, y desde allí en adelante Alcalá-Zamora, un viejo liberal, llegó a ocupar la derecha de la República. La última sección de máxima importancia de este tomo consiste en su explicación de las divergencias dentro del gobierno durante sus primeros meses, con su enumeración de todos los votos que presentó en contra de varias decisiones, en algunas ocasiones tratándose de asuntos nimios y en otras de cuestiones más importantes. Presta mucha atención a las relaciones con la Iglesia, y para esto incluye varios documentos de cierta importancia, presentados aquí por primera vez. En este campo don Niceto trató de actuar como mediador, y subraya que los primeros éxitos se debieron a «la negociación» entre ambas partes, pero en la próxima etapa no habría la menor negociación.
Estas memorias se terminan aproximadamente en septiembre de 1931, en circunstancias algo decepcionantes, porque el primer gran conflicto estallaría un mes después, con la legislación sobre la Iglesia. Sin embargo, los datos que aportan y el testimonio presentado serán materias claves para los historiadores de la República en el porvenir.
El gran objetivo de Alcalá-Zamora como presidente fue, como dijo muchas veces, «centrar la República». Ambición sumamente loable, que dio en la clave del asunto, porque ése, ciertamente, fue el problema principal. Pero fracasó totalmente en el empeño, y ese fracaso fue fatal para la República misma. ¿Fue un objetivo posible, realista? Muchos han dicho que no, dadas las intenciones de la mayor parte de las izquierdas de crear un régimen exclusivamente de izquierdas, el empeño de la CEDA más tarde en construir un régimen alternativo de derechas, y las intenciones, tanto de la extrema izquierda como de la extrema derecha, de destruirlo todo.
De las dimensiones de las dificultades, no cabe duda. En el intento de alcanzar sus objetivos, Alcalá-Zamora llegó a ser un presidente extremadamente activo. Las responsabilidades de un presidente republicano, como jefe de Estado modelado en las formas de la Tercera República francesa, normalmente han sido secundarias, como las de un rey constitucional, no como un presidente del Consejo de Ministros en activo. Alcalá-Zamora, en cambio, se hizo más y más activo durante su mandato, y fue probablemente el presidente republicano más activo de la Europa de su época. ¿Por qué fracasó en su gran objetivo? Es dudoso que los historiadores vayan a ponerse totalmente de acuerdo en algún momento en cuanto a la contestación.
De entrada, iba a ser muy difícil centrar un régimen en cuyas elecciones los numerosos partidos de centro no ganaban más que aproximadamente el 25 por ciento del voto. Reconociendo ese hecho, Alcalá-Zamora trató de usar los poderes de la Presidencia, con el peso añadido de un centrismo minoritario, para influir en todo el proceso político y formar gobiernos más equilibrados. Sus varios intentos durante el verano de 1933 de alentar la formación de un gobierno republicano de unidad amplia fallaron, por la resistencia de la izquierda moderada. El segundo Parlamento, producto de elecciones democráticas, sufrió de un desequilibrio al revés, consecuencia solamente en parte de una ley electoral defectuosa.
Una de las cosas más importantes que hizo Alcalá-Zamora no fue una iniciativa suya, sino algo que sencillamente rehusó hacer, cuando en noviembre de 1933 rechazó de plano la insistente solicitud, repetida tres veces, de los representantes de la izquierda moderada y del PSOE para que anulara los resultados de las únicas elecciones democráticas en la historia de España, hasta entonces, sencillamente porque las izquierdas no habían ganado. Igualmente rechazó todas las presiones durante los meses siguientes para crear un gobierno irregular, extraparlamentario, propuesto por Azaña y sus partidarios.
Una consecuencia de la determinación de Alcalá-Zamora de respetar los resultados electorales fue la insurrección socialista de octubre de 1934, que empezó el declive de la República. Durante 1934-1935 Alcalá-Zamora luchó con igual determinación para evitar que el sesgo izquierdista del primer bienio fuera seguido por un sesgo excesivamente derechista durante el segundo bienio. Tuvo sus victorias y sus derrotas, pero esencialmente consiguió que se mantuvieran las libertades y el constitucionalismo, y que la represión de la insurrección -a pesar de la inmensa campaña de propaganda de las izquierdas, que pretendía lo contrario- quedara limitada; de hecho, sorprendentemente limitada. Durante el segundo bienio, utilizó constantemente el gran poder del veto especial que la Constitución concedió a la Presidencia de la República -la facultad de retirar personalmente la confianza al gobierno en el poder, a pesar de los votos de las Cortes-. Utilizó este derecho contra la CEDA, y contra Alejandro Lerroux también, sin duda de un modo excesivo. No había podido domesticar a las izquierdas, pero de la misma manera temía nombrar un gobierno de la CEDA.
Los meses entre septiembre de 1935 y enero de 1936 representaron la fase más activa del mandato de Alcalá-Zamora, subvirtiendo al único partido importante de centro y rechazando al único partido importante de derechas. El intento de crear un centrismo nuevo al estilo caciquil con Portela Valladares acabó en algo peor que un fracaso, en un colapso total, abriendo paso a la destrucción de su obra política. Sin embargo, no es casualidad que cuatro décadas más tarde, la nueva agrupación centrista que presidió la inauguración de una democracia estable ostentó casi el mismísimo nombre que la nueva fórmula ensayada por Alcalá-Zamora en el invierno de 1936. Eso es algo más que meramente simbólico, porque demostraba lo acertado que fue el concepto, si no la ejecución.
Es también importante señalar la última fase de la vida de Alcalá-Zamora, una derrota política pero una victoria moral. Es fácil comportarse bien con la prosperidad y el poder; en medio de la derrota, el destierro y la penuria, es otra cosa. De todos los hombres notables de la Segunda República, él sufrió el mayor rechazo y abandono por parte de ambos bandos en la Guerra Civil, lo cual probablemente probó que fue el representante principal de la ansiada «tercera España». Pues bien, en este calvario de su vida Alcalá-Zamora demostró estoicismo cristiano, dignidad, independencia y una notable capacidad de trabajo, sin las envidias y los golpes bajos vistos en algunos de los desterrados republicanos. Esto reveló la talla del hombre e hizo de la mala fortuna algo parecido a un triunfo moral.
Stanley G. Payne