De un tiempo a esta parte vivo como una especie de obsesión, una obsesión que concierne a la máquina de fango, el mecanismo con el que es posible difamar a cualquier persona. Y tengo esta obsesión porque nací en una tierra en la que cualquiera que haya decidido obstaculizar al crimen organizado ha sufrido siempre esa clase de deslegitimación total. Incluso los que son asesinados, los que han muerto y caído por enfrentarse a las mafias, son difamados. Y por lo tanto soy sensible, tengo los nervios a flor de piel frente a ese mecanismo. Siento que la democracia está literalmente en peligro. Puede parecer exagerado, pero no lo es. La democracia está en peligro desde el momento en que, si te enfrentas a ciertos poderes, si te enfrentas al gobierno, lo que te espera es el ataque de una máquina que te llena de fango: un ataque que parte de tu vida privada, de hechos minúsculos de tu vida privada, que son utilizados contra ti. No es lo mismo difamación que investigación. La investigación recoge múltiples elementos para mostrárselos al lector. Los periodistas sueñan con tener la mayor información posible para poder profundizar, para poder encontrar elementos que demuestren, establezcan, defiendan. La difamación, en cambio, toma un elemento del contexto, una cosa privada que no tiene relación alguna con la cosa pública, y lo utiliza contra la persona a la que se ha decidido difamar. La democracia está en peligro en la medida en que, cuando enciendes el ordenador para escribir tu artículo, al mismo tiempo piensas: «Mañana me atacarán sobre cosas que no tienen nada que ver con la vida pública, nada que ver con cometer un delito.» No has hecho nada malo, pero usarán tu vida privada contra ti, te obligarán a defenderte. Entonces, quienquiera que seas, alcalde, asesor, médico, periodista, antes de criticar te lo piensas un poco. Cuando eso ocurre, empieza a agrietarse la libertad de prensa, empieza a agrietarse la libertad de expresión. Es obvio: Italia no es China, ni una dictadura fascista; no se detiene a nadie por lo que escribe. Pero la confusión entre difamación e investigación es un método. Es el modo de defenderse de quien difama. El objetivo es poder decir: «Todos somos iguales.» El mecanismo de la máquina de fango, en el fondo, es esto: poder decir «Vosotros también lo hacéis», «Todos lo hacemos». Y ese método funciona muy bien, porque en el fondo es lo que la gente quiere oír. Porque si somos todos iguales, nadie necesita sentirse mejor, hacer algo para ser mejor. La máquina de fango quiere decir: todos tenemos las manos sucias, todos somos iguales. La fuerza de la democracia es la multiplicidad. En cambio, el instinto que está emergiendo en el país, por desgracia, es el de decir: todos somos iguales, todos idénticos, todos somos lo mismo. Es ahí donde vence la máquina de fango. Hay que saber ver las diferencias. La diferencia es lo que la máquina de fango no quiere que intuya el espectador, el lector, el ciudadano. Una cosa es la debilidad que todos tenemos, y otra el delito. Una cosa es el error, y otra la extorsión. Los políticos pueden equivocarse: significa que actúan. Pero una persona que se equivoca es algo muy distinto de una persona corrupta. En realidad, frente a la máquina de fango no hay que responder diciendo: «Nosotros somos mejores. » Hay que decir: «Nosotros somos distintos.» Hay que subrayar la diferencia, no meterlo todo en el mismo saco. Señalar, por ejemplo, que la privacidad es sagrada y uno de los pilares de la democracia: poder declarar el propio amor a la persona a la que se ama sin que nadie lo escuche. A menudo me pongo este ejemplo para entender los límites invadidos por la observación, por el cotilleo que se convierte en instrumento del poder para chantajear: imagino lo que significaría ser fotografiado cuando uno está en el baño. Todos vamos al baño, todos nos sentamos en la taza, no tiene nada de malo. Pero si alguien te fotografía allí y difunde la foto de ese gesto universal, pierdes credibilidad, porque las personas con las que te encuentres -tus vecinos, tu audiencia si tienes una actividad pública-, cuando hables, siempre recordarán esa foto, esa imagen. Y, sin embargo, no has hecho nada malo. Es importante entender que hay límites que son el fundamento de la democracia. Una cosa es una declaración de amor, y otra presentar como candidatas a tus amigas porque te gustan y luego acabar como una posible víctima de chantajes y extorsiones. Eso deja de ser privado porque se convierte en un condicionamiento de la vida de todo el país. La primera, la privacidad, es deseo de vivir; la segunda es abuso de poder. La diferencia es fundamental, porque el objetivo de la máquina de fango es decir precisamente: es todo lo mismo. Y, sobre todo, bajad la mirada, no critiquéis, haced que gane el más astuto; y, si criticáis, esto es lo que os espera: toda vuestra vida privada se convertirá en pública. ¿Qué sucede en Italia cuando se molesta a quien manda? Se activa una máquina hecha de dossieres, de periodistas conniventes, de políticos intrigantes que tratan a través de medios de comunicación y taros muchas cosas. La historia de la casa de Montecarlo del presidente de la Cámara, Gianfranco Fini, surgida cuando empezó a disentir de algunas de las posiciones de su partido. Pero ¿dónde estaba el delito? Era un gesto inelegante, inoportuno. Mas no había delito. Podría contaros la historia de Dino Boffo, el director del diario católico Avvenire, que había empezado a criticar tímidamente la conducta de Berlusconi. La máquina de fango dio a entender que estaba en posesión de un documento de naturaleza judicial que rezaba: «Conocido homosexual, ya objeto de atención de la policía.» Pero ¿cuál era el delito?, ¿la homosexualidad? Podría contaros que la presunta homosexualidad de Stefano Caldoro se convirtió en el arma utilizada por un colega suyo de partido, Nicola Cosentino, para arrebatarle el puesto de candidato a gobernador de Campania. ¿Cómo se puede imaginar que la homosexualidad sea considerada un crimen? ¿Cómo se puede pensar en utilizarla como deslegitimación? En realidad, esta desinformación es algo más que la simple calumnia, que actúa sobre todo con los enemigos. La desinformación aspira a destruir a las víctimas en el bando de los amigos, se utiliza como castigo, para obligarte a defenderte con tus familiares, a decir cosas que nada tienen que ver con tu actividad pública. Siembra dudas e insinúa sospechas que precisamente los amigos deben temer. Sea cual sea tu estilo de vida, sea cual sea tu trabajo, sea cual sea tu pensamiento, si te enfrentas a ciertos poderes éstos responderán siempre con una única estrategia: deslegitimarte. Esta máquina de fango no ha nacido hoy: funciona desde hace ya tiempo. Es por eso por lo que quisiera contar la historia de un hombre que sufrió y resistió a la máquina de fango, y al que sólo detuvo la trilita. Ese hombre se llamaba Giovanni Falcone. En 1983 muere asesinado Rocco Chinnici, un juez antimafia, un hombre valeroso, víctima también él de la deslegitimación: veinticuatro horas después de su muerte se dice que ha sido asesinado por motivos sentimentales. A raíz de este homicidio, la Oficina de Instrucción del Tribunal de Palermo pasa a estar bajo el mando del juez Antonino Caponnetto, quien decide crear un grupo antimafia integrado por magistrados dedicados a tiempo completo y de manera exclusiva a los procesos relacionados con la mafia. Se invita a formar parte de él a Giovanni Falcone, Paolo Borsellino, Giuseppe Di Lello y Leonardo Guarnotta. Este grupo cambiará para siempre la historia jurídica mundial, puesto que es capaz de abordar la cuestión criminal no sólo como una cuestión de seguridad, sino también como un elemento de la economía occidental. La abordan, la estudian, entienden sus códigos, logran concluir el mayor proceso contra la mafia jamás instruido: 19 cadenas perpetuas para todos los miembros de la El trabajo de los jueces es intenso y muy peligroso, y por ello se moviliza un fuerte aparato de protección, que es criticado por los periódicos. Éstos atacan al grupo y atacan a Giovanni Falcone. En lugar de mostrarse orgullosos de él, lo aíslan. La gente tiene miedo o, peor, se siente fastidiada por esa guerra librada en su propia ciudad. El despliegue de fuerzas se percibe como algo molesto, y parece que los ciudadanos juzgan lo que está sucediendo como una especie de lucha privada entre Falcone y la Cosa Nostra.
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