El canon occidental de Bloom fue, sin la menor duda, el volumen de crítica literaria más polémico jamás publicado. Corría el año 1994 y por circunstancias personales frecuentaba, los fines de semana, el domicilio de Bloom en New Haven. Desde entonces sus obras han estado sujetas al escrutinio público, y en muchas ocasiones hemos mostrado más interés en la anécdota de los “excluidos” -como fue el caso de El canon occidental- que en el contenido de sus libros. Y sería una desgracia que también fuera ese el destino de Novelas y novelistas: el canon de la novela en el que se recogen sus autores favoritos. Bloom escribe sólo sobre lo que ha leído así que el número de autores anglosajones supera con creces al conjunto del resto de nacionalidades representadas. En castellano solo aparecen Cervantes -el primer autor mencionado- y García Márquez. Sí parece que ha reconsiderado ciertas apreciaciones, pues ahora incluye mayor número de autores pertenecientes a grupos étnicos y mujeres.
Pero, como se acaba de mencionar, si nos detenemos en este tipo de disquisiciones perderemos la esencia de lo que su autor tiene que aportarnos. La obra sigue una disposición similar a la que ya conocimos en su recomendable Cómo leer y por qué, si bien ahora trata sólo de los novelistas, y también pudiera ser entendida como una suerte de implícita y postrera explicación de los motivos que condicionaron la selección en su polémico canon. Se trata de sus apreciaciones personales sobre la novela en cuestión que esté tratando.
Se estará o no de acuerdo con él, pero lo cierto es que su capacidad analítica y el universo de significantes derivados de interrelacionar unas obras con otras es portentosa, sublime, genial. También sorprende la elección de las obras, pues a menudo opta por las consideradas como “secundarias” en perjuicio de las “canónicas”. Sirva como muestra el capítulo dedicado a Steinbeck, en el que además de incluir Las uvas de la ira opta por De ratones y hombres en detrimento de Al este del Edén. Y son en sus análisis de estas obras de, digamos, menor trascendencia, cuando encontramos al mejor Bloom, capaz de sorprendernos con propuestas interpretativas que nunca hubiéramos imaginado pero que al leerlas resultan tan obvias como determinantes.