Charles Dickens comenzó a trabajar con doce años en una fábrica de betún. Con su padre en la cárcel por deudas impagadas, descubrió prematuramente la aspereza de un mundo poco compasivo con la debilidad y la pobreza. Peter Ackroyd (Londres, 1949) ha compuesto una biografía rigurosa, que reconstruye la vida del prolífico autor, evitando los academicismos y las fatigosas notas a pie de página. En la mejor tradición de la alta divulgación anglosajona, Ackroyd logra imprimir a su estudio la fluidez de una novela, pero sin incurrir en el relato novelado, donde a veces naufraga la objetividad y se abre paso lo meramente especulativo.
Nieto de unos criados e hijo de un funcionario que despilfarraba el dinero compulsivamente, la infancia itinerante de Charles le abasteció de escenarios para sus futuras novelas. Su paso por Porstmouth, Chatman y Londres le familiarizan con el campo, los grandes espacios urbanos y la algarabía de los puertos marítimos. De niño, leyó a Defoe, Fielding, Cervantes y Shakespeare y no tardó en pisar los teatros, emocionándose con los dramas isabelinos. Ackroyd reconstruye su niñez con enorme talento y sensibilidad, mostrando cómo su espontaneidad inicial se transforma en reserva y su alegría deviene melancolía. Durante un par de años, frecuenta una escuela donde no aprende nada, según confesión propia. Es un autodidacta, que se interna por su cuenta en la gramática latina. Su necesidad de prosperar socialmente le empuja a aprender taquigrafía. Durante un tiempo, trabaja en un despacho de abogados, pero sus jefes vaticinan que no soportará mucho tiempo una tarea rutinaria.
Su carrera literaria comienza en forma de crónicas parlamentarias. Transformado en corresponsal del Morning Chronicle y tras malograrse de forma pueril su debut como actor teatral (una gripe frustra su subida al escenario), en 1883 se decide a enviar anónimamente su primer relato al Monthy Magazine, que lo publica, consiguiendo despertar el interés de los lectores. Animado por el éxito, Dickens acumula un cuento tras otro, hasta conseguir que en 1836 se publiquen en forma de libro con el título Sketches by Boz. Ese mismo año, aparecen Los papeles póstumos del Club Pickwick, una sátira de la filantropía con momentos verdaderamente hilarantes, que significará la definitiva consagración. En la decimoquinta edición, los cuatrocientos ejemplares iniciales se han transformado en 40.000.
El 2 de abril de 1836 se casa con Catherine Thompson Hogarth, una mujer de carácter difícil con la que mantendrá una convivencia llena de conflictos, tensiones y sospechas. Poco después, publica por entregas Oliver Twist y su fama se consolida. Su segunda novela acentúa los contrastes entre el campo y la ciudad. Ackroyd señala que el campo representa para Dickens el paraíso perdido, una niñez dichosa y sin amenazas, mientras que la ciudad reúne en sus malolientes callejones todos los vicios humanos: corrupción, avaricia, perversidad. El acento social de la novela no implica una posición política. De hecho, Oliver es un ejemplo de lucha y superación, que simboliza la posibilidad del ascenso social y no la rebeldía de un revolucionario. Gracias a la venta de sus libros, Dickens se traslada a Bloomsbury y empieza una vida familiar que incluirá diez hijos y un profundo afecto hacia su cuñada Mary Hogarth. Su inesperada muerte con sólo 16 años le deja profundamente abatido. El taquígrafo parlamentario que ha conocido en poco tiempo la gloria atraviesa una época de oscuridad y desaliento. Escribe La tienda de antigüedades, donde canaliza su pena mediante el personaje de la pequeña Nelly, cuya muerte recrea la pérdida de Mary, y en 1842 realiza su primer viaje a Estados Unidos.
Su deseo de conocer el país levantado sobre los valores de la Revolución francesa desemboca en una dolorosa decepción. Después de recorrer Nueva York y conocer de cerca la miseria del barrio de Five Points, tan similar a la de las zonas más deprimidas de Londres, manifiesta su oposición a la esclavitud en varias conferencias, lo cual le atrae la antipatía de muchos norteamericanos, un sentimiento que no se apaciguará hasta 1867, cuando visite el país por segunda vez. Sus Notas americanas perdurarán como una crónica magistral de una potencia en ciernes, donde la ambición excluye muchas veces la compasión hacia la inadaptación y el fracaso.
En 1843, aparece Canción de Navidad, posiblemente uno de los relatos que ha inspirado más versiones y recreaciones de la historia de la literatura. En 1846, Dickens modifica su método de trabajo. Reemplaza la improvisación y la intuición por una planificación meticulosa, que mejorará notablemente el resultado final, pero la popularidad le pasa factura. Agotado por el trabajo, rompe con sus editores e inicia un viaje por Italia, Suiza y Francia. Su periplo, que incluye entrevistas con Alejandro Dumas y Julio Verne, inspira sus Estampas italianas, un delicioso libro de viajes. De regreso funda el Daily News y empieza a ofrecer conferencias sobre temas políticos y literarios.
En 1850, aparece David Copperfield, parcialmente autobiográfica e indudablemente su novela más perfecta. Es la apoteosis del narrador omnisciente que no deja ningún hilo suelto. En 1858, Dickens se separa de su mujer. Surgen rumores sobre un idilio con una joven actriz. Se marcha a casa de su extravagante amigo Wilkie Collins. Sus tendencias depresivas se agudizan después de un accidente ferroviario. Comienza a realizar lecturas públicas sobre fragmentos de sus libros, logrando provocar lágrimas, carcajadas e incluso desmayos. Su talento creador declina, pese a lo cual publica la notable Historia de dos ciudades. Le recibe la Reina Victoria, gran admiradora de su obra. La muerte se presenta en forma de apoplejía el 9 de junio de 1870. Es enterrado en la “Esquina de los poetas” de la Abadía de Westminster, respetándose su deseo de una ceremonia discreta.
La biografía de Ackroyd no incluye grandes revelaciones, pero logra un retrato veraz, matizado y complejo del escritor, describiendo con enorme perspicacia su evolución espiritual y psicológica. En sus primeras novelas, Dickens distribuye el bien y el mal entre sus personajes, sin contemplar la posibilidad de su coexistencia en un mismo carácter. Sus últimas creaciones rompen esa división, mostrando la ambigüedad del ser humano, donde la miseria y la grandeza pueden convivir de forma paradójica. El patetismo y el moralismo del primer Dickens se convierten en angustia vital en Casa desolada (1852), donde la evocación de la cárcel prefigura las parábolas de Kafka. En esa misma novela, aparece uno de los primeros detectives de la literatura, el señor Bucket. Grandes esperanzas (1861) nos muestra a un Dickens imbuido de pesimismo existencial, que desconfía de la moral y la fe. La biografía de Ackroyd es una referencia obligada para todos los que deseen conocer al verdadero Dickens, un hombre con un destino: fabular sobre la desdicha humana y no perder la convicción sobre la necesidad de un futuro con paz, ternura y fraternidad.
Genio popular
por Fernando Aramburu
De niño conoció el lado duro de la vida: la pobreza, las largas jornadas laborales, la vergüenza del padre encarcelado. Esas y otras adversidades lo marcaron para siempre. Con frecuencia hundió la pluma en el tintero de la compasión. Lázaro de Tormes habría encontrado compañeros de destino en su literatura. Para preservar sus escritos contra los riesgos trivializadores del sentimentalismo, gastó mucha tinta humorística. Fuera de Inglaterra no siempre se ha entendido que un genio hiciera buenas migas con la tradición. Frente a autores estrafalarios, escandalosos, provistos de aura maldita, él fue un currante disciplinado. El triunfo, de proporciones reservadas hoy a las estrellas del cine o de la música, no le quitó la pátina popular. Le debemos un elenco de figuras de ficción que pervive en la historia cultural de la especie. Destaca entre ellas una de naturaleza colectiva que es al mismo tiempo una ciudad: Londres.