Fernando Aramburu. Foto: Fernando Ruso.
El escritor Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) ha ganado hoy la séptima edición del Premio Tusquets por su novela Años lentos. El jurado ha valorado "la narración dickensiana de una infancia en los años sesenta en el País Vasco. Alternando las memorias del protagonista con los apuntes del escritor"."Años lentos ofrece una brillante reflexión sobre cómo la vida se destila en una novela, la mediación y el trasvase entre recuerdo sentimental y memoria colectiva, en una escritura diáfana que, sin embargo, deja ver un fondo turbio de culpa en el marco de la historia reciente del País Vasco". Así ha argumentado su decisión el jurado, que ha estado presidido por Juan Marsé, y compuesto por Almudena Grandes, Juan Gabriel Vázquez, Rafael Reig y Beatriz de Moura.
Con esta novela, el autor gupuzcoano vuelve a abordar en su obra el terrorismo etarra, del que ya se ocupó en el libro de relatos Los peces de la amargura, en el que trataba de reflejar la dimensión de la tragedia de las víctimas de la violencia armada. Sobre este asunto siempre se ha pronunciado sin ambages ni medias tintas: "El llamado problema vasco radica en que unos individuos matan, agreden, extorsionan y atemorizan a otros a fin de introducir en la historia su idea particular de la nación. Otros comparten barca y rumbo con ellos, aunque no empuñen el remo de la violencia".
Años lentos narra la historia de un niño de ocho años se va a vivir con sus tíos a San Sebastián a finales de los años sesenta y es testigo de cómo transcurren los días en la familia y el barrio: su tío Vicente, de carácter débil, reparte su vida entre la fábrica y la taberna y es su tía Maripuy, mujer de fuerte personalidad pero sometida a las convenciones sociales y religiosas de la época, quien en realidad gobierna la familia; su prima Mari Nieves vive obsesionada por los chicos, y el hosco y taciturno primo Julen es adoctrinado por el cura de la parroquia para acabar enrolado en una incipiente ETA. El destino de todos ellos es el de tantos personajes secundarios de la Historia arrinconados entre la necesidad y la ignorancia. Pero años más tarde se producirá un quiebro en su suerte.
Fernando Aramburu fundó en su juventud el grupo CLOC de Arte y Desarte. A finales de los 70 ese colectivo agitó el panorama cultural de su tierra natal, con una serie de publicaciones en las que se mezclaban los propósitos surrealistas con el sentido del humor y la ironía. Es licenciado en filología hispánica por la Universidad de Zaragoza y desde 1985 reside en Alemania, donde ha trabajado como profesor de español. Ha vivido la mitad de su vida en el País Vasco y la otra en Alemania. Él resume así el efecto en su obra de esa identidad bipolar: "El primero me inspiró un libro doloroso y triste de cuentos, la segunda una novela [Viaje con Carla por Alemania] salpicada de episodios jocosos. La respuesta está en lo que he visto y experimentado en ambos sitios, de cuyas diferentes realidades históricas no soy responsable".
Colabora habitualmente con El Cultural, y está considerado ya como uno de los narradores más destacados de su generación. Es autor de tres libros de relatos: No ser no duele, Los peces de la amargura y El vigilante del fiordo, y de cinco novelas: Fuegos con limón (1996), Los ojos vacíos (2000), El trompetista del Utopía (2003), Bami sin sombra (2005) y Viaje con Clara por Alemania (2010), títulos que han sido distinguidos con el Premio Ramón Gómez de la Serna 1997, el Premio Euskadi 2001, el XI Premio Mario Vargas Llosa NH, el Dulce Chacón y el Premio Real Academia Española en 2008. Ha escrito también libros para niños como Vida de un piojo llamado Matías (2004).
Aramburu también se ha desenvuelto en el terreno de la poesía. En su currículum lucen diversos poemarios: Bruma y conciencia, Ave sombra... En 2010 preparó una antología de su obra poética. Titulada Yo quisiera llover y editada por Demipage, el volumen agrupa los versos escritos entre 1977 y 2005. El autor tuvo que enfrentarse con sus primeros balbuceos como escritor incipiente y no quedó disgustado con lo que leyó: "Me reconozco igual que en mis viejas fotografías, e incluso envidio, no sin un pinchazo de nostalgia, mi juventud, mi melena, aquella fe sin límites que yo profesaba entonces en las posibilidades poéticas del verso".
Toda la vida de Aramburu, según propia confesión, gira en torno a la creación literaria, una especie de obsesión que absorbe casi todas sus energías: "Mi vida es literatura incluso cuando duermo. Me impongo tal disciplina de trabajo que a veces me pregunto si seré mi enemigo".