John Banville. Foto: Douglas Banville.
Detrás del gesto grave de John Banville (Wexford, Irlanda, 1945) se esconde el gamberro -en el sentido más positivo del término, el de indisciplinado frente a imposiciones de dudosa ecuanimidad- que todo irlandés lleva dentro. Es incapaz de callarse y soltar perlas como que la iglesia católica ha sido en Irlanda como el partido comunista en los países del este o que las novelas de Larsson están fatal escritas (sic). Hoy día a este autor, laureado con el Premio Booker por su obra El mar, muchos le consideran el mayor novelista contemporáneo en lengua inglesa. Entre sus peculiaridades se encuentra el desdoblamiento en la autoría de sus libros. Aquellos de su cosecha adscritos al género negro los firma con el pseudónimo de Benjamin Black. Bajo esta personalidad, que le permite acelerar los tempos de su narrativa (un banville tarda en cocerse tres o cuatro años, un black, sólo tres o cuatro meses), merodeaba en los alrededores del Ateneo de Madrid, con su último libro publicado bajo el brazo, En busca de April (Alfaguara), el tercero en la serie del forense-investigador Quirke. Un tipo que debe atravesar las nebulosas etílicas (es alcohólico impenitente) y las brumas del invierno dublinés para esclarecer la desaparición de la mejor amiga de su hija. De la capital, Banville-Black se trasladará a Getafe, donde disertará sobre la relación entre sus dos identidades creativas este martes en el festival de literatura policiaca.Pregunta.- ¿Por qué ubica todas las tramas de sus novelas policíacas en el Dublín de los años 50?
Respuesta.- Es un periodo que no se ha estudiado mucho. Un tiempo oscuro, pobre, económica y espiritualmente, cargado de humo y secretos, sexo clandestino, niebla... ¿Qué mejor periodo para ambientar una novela negra?
P.- ¿También vuelve a esa época para ajustarle las cuentas a la iglesia católica y sus abusos?
R.- No, yo simplemente escribo libros. No tengo ninguna intención de curar o denunciar enfermedades sociales. Aunque no me extraña que la gente vea detrás una crítica a la iglesia católica. En Irlanda fue como el Partido Comunista en los países del este.
P.- ¿Qué le empujó a crear un alter ego para sumergirse en el género negro?
R.- Fue una aventura en que me embarqué para que la gente viera que era capaz de hacer algo distinto. Tenía la necesidad de expresarme con otra voz. Sólo en Italia me mantienen el nombre de Banville.
P.- ¿Por qué?
R.- Allí el género negro tiene una consideración muy baja. Eso es lo que me dijo mi editor italiano. No tenía que haber accedido pero me invitó a un buen restaurante y me invitó a un exquisito vino italiano y ya se sabe que la carne es débil. Es algo de lo que me arrepiento porque funciona mejor cambiando de nombre.
P.- ¿Y qué les contestaría a los que dicen que se sacó el pseudónimo de la manga y se metió a escribir novela policíaca por dinero?
R.- Que sí, que es así. No tengo nada contra el dinero. Son novelas que me dan mucho trabajo y creo justo que se me pague por ese esfuerzo. Cuando empecé a escribir estos libros no pensaba que me iban a absorber tanto. Ahora lo que es curioso es cómo se influyen el uno al otro. Acabó de terminar una de Banville, una historia con una trama muy intensa. Da la sensación de que por la noche Black entraba de puntillas en el escritorio de Banville, cogía el manuscrito y perfilaba la historia.
P.- Más allá del género en el que se enmarcan, ¿cuáles cree que son las principales diferencias entre ambos?
R.- Son totalmente antagónicos. Sus métodos son muy distintos. Para empezar, Banville escribe con una pluma sobre papel y tarda tres o cuatro años en terminar una novela. Black utiliza el ordenador, tarda tres o cuatro meses y es mucho más espontáneo. Muchos días, cuando llegan las tres de la tarde, Black le dice a Banville que deje de escribir tonterías. Y Banville, a veces, le roba frases a Black y entran en conflicto. Es una relación muy curiosa.
P.- ¿La jugada del pseudónimo le ha servido para quitarse de encima la etiqueta de "escritor para escritores"?
R.- Ojalá, porque los escritores no leen a otros escritores y si lo hacen es sólo para buscar pruebas de que ellos son mejores. Hay muchos celos en esta profesión. Pero yo soy generoso, eh, quiero que todo el mundo tenga mucho éxito y que todos ganen un Nobel.
P.- En En busca de April ahonda en la relación de Quirke [el investigador de los crímenes en sus novelas]. Por un lado, le embota y perjudica sus pesquisas, pero, de resaca, recobra su coraje... ¿Cómo describiría esa relación?
R.- Bueno, Quirke es lo que la gente llamaría un alcohólico. O bastaría decir que bebe como un irlandés.En su alma tiene incrustados oscuros secretos y dolores. Eso es lo que le empuja a beber. Como dice John Didion en sus memorias, cuando cuenta la muerte de su hija, el alcohol es un gran remedio para la ansiedad, un anestésico.
P.- El alcohol y la niebla, presentes en todo momento, ¿las utiliza como metáfora de la imposibilidad de saber la última verdad de un crimen?
R.- Quizás, no sé. Cuando empecé a escribir pensaba que lo podía dominar todo, que todo estaba en mis libros obedecía a mi voluntad. Pero ahora me doy cuenta de que el subconsciente aporta muchísimas cosas; cosas en las que tú nunca has reparado.
P.- ¿Cuál es la influencia de Joyce en su obra?
R.- Ninguna.
P.- ¿Pero confiesa que leía Dublineses obsesivamente?
R.- Eso fue cuando era un adolescente. Lo cierto es que Joyce no puede influir en nadie, porque no tiene un estilo concreto sino muchos estilos.
P.- ¿El fenómeno de la novela negra escandinava en el mundo fue merecido o pura inflación comercial y mediática?
R.- Estas novelas son muy complacientes, una especie de habitáculos donde el lector se siente a gustito. Si coges, por ejemplo, las más famosas, las de Larsson, te encuentras que todo es perfecto, todo está urdido para vender: la violencia extrema, sobre todo de naturaleza sexual, una mujer joven que busca venganza, un héroe políticamente incorrecto y todas muy fatal escritas. ¿Cómo no va a triunfar así?
P.- ¿Los escritores irlandeses han reinventado la lengua inglesa?
R.- Qué pregunta tan difícil. ¿Cuánto tiempo tienes? No creo que la hayamos reinventado sino que hemos creado un nuevo inglés, el hiberniano. El inglés básico está hecho para dar órdenes, es muy directo, como el latín durante el Imperio Romano. En cambio, gaélico es muy ambiguo, juguetón y poético. Lo perdimos en Irlanda hace ya 150 años pero lo mantenemos en el inconsciente. Al mezclarlos surgió esta nueva lengua.
P.- ¿Y ahora qué lleva entre manos: una de Banville o de Black?
R.- Ahora estoy preparando la adaptación de El secreto de Christine para la BBC. Es una ironía, porque esa novela la escribí a partir de unos capítulos que tenía escritos para la televisión irlandesa que nunca llegaron a rodarse. Y, mira, al final acaban en el lugar para el que fueron concebidos.
P.- Está contento entonces, ¿no?
R.- Pues sí. Aunque esto de escribir guiones es una cosa delicada. Decía Ian McEwan que uno escribe los guiones, viaja a Hollywood, te tumbas en una hamaca de una piscina, ves las chicas guapas y esperas a que los productores te traicionen y cambien tus historias.
P.- Bueno, usted no tuvo que ir a Hollywood para que le traicionasen. Lo que tenía escrito para aquella serie quedó en agua de borrajas en su país.
R.- Es verdad. Pero en cierto en modo es lógico. Cine y literatura son lenguajes distintos. Cuando he escrito el guión de una novela mía he tenido que cambiar cada una de las frases de los diálogos. Es normal porque en la pantalla el actor es el que da vida al personaje y en la literatura son los diálogos. Por eso en cine estos pueden ser más planos. Pero yo amo el cine. Es para mí la poesía del pueblo.