Sofi Oksanen. Foto: Toni Härkönen

Trad. de Tuula Marjatta Ahola Rissanen y Tomás Gómez Ahola. Salamandra. 2011. 384 pp., 21 e.



El tráfico de mujeres no cesa de causar sufrimiento, pero es un sufrimiento silencioso, que escamotea nombres y rostros. El miedo, la humillación y la vergüenza se combinan para imponer un anonimato que deshumaniza a las mujeres obligadas a ejercer la prostitución. Sofi Oksanen (Finlandia, 1977) se ha acercado a esta tragedia con una perspectiva intimista que recrea la impotencia, el desamparo y la confusión de las víctimas. Estonia es el escenario escogido para narrar el encuentro entre Zara, una joven rusa que huye de una red de proxenetas, y Aliide Truu, una anciana que se enfrenta al último tramo de su vida, soportando el asedio de la pobreza y la soledad. Zara se refugia en el jardín de Aliide, que aún se debate con sus traumáticas experiencias de la guerra y la posguerra. Tras la desconfianza del primer encuentro, surgirá la amistad.



Zara se corta el pelo y las uñas para cambiar de aspecto, pero ese gesto no representa tan sólo una forma de camuflar su identidad. Necesita despersonalizarse para no ser una mercancía. Con el pelo rapado y las uñas cortas, ya no es una prostituta, sino una mujer que se esfuerza por recuperar su autoestima y su dignidad. Trabajar de meretriz produce una inevitable alienación. Cuando Zara se acuesta con el primer cliente, siente que su cuerpo ya no le pertenece. Ni siquiera puede controlar sus movimientos. Su cuerpo debe adaptarse al deseo ajeno y sus palabras deben limitarse a reproducir las obscenidades que le susurran al oído. Ya no es Zara, sino una prostituta maquillada para parecerse a Madonna. Su existencia es una interminable repetición donde no hay espacio para conversar, meditar, relajarse o perder el tiempo. Sólo el recuerdo de su abuela le permite mantener un precario vínculo con su pasado.



Aliide también es una mujer desplazada, que nunca presintió la caída del comunismo. Su marido pertenecía al Partido y aparentemente los dos consideraban que la URSS representaba el paraíso. Nunca se plantearon la posibilidad de una Estonia libre. La independencia transforma a Aliide en una traidora. Los vecinos más jóvenes arrojan piedras contra las ventanas de su casa, acusándola de colaboracionismo. Sin embargo, nada es lo que parece y la dolorosa intimidad de Aliide no se corresponde con su apariencia de devota comunista. Algo semejante sucede con Zara, cuyo mundo interior desborda cualquier esquematismo. Situadas por la historia en épocas particularmente dramáticas, ambas han soportado la violencia, la crueldad y el menosprecio, pero no se han dejado abatir hasta el extremo de renunciar al deseo de sobrevivir. Su tenacidad contrasta con la aspereza de su entorno. La ternura que surge entre ellas aporta la esperanza necesaria a un relato que no escatima horrores. Las páginas que describen el interrogatorio de Aliide son de una indiscutible perfección formal: "Aliide se convirtió en un ratón en el rincón de aquel cuarto, en una mosca en la lámpara, salió volando. En un clavo de la pared acartonada, en una chimenea oxidada. Aliide ya no estaba allí".



Purga ha obtenido notables reconocimientos (Premio Fémina, Premio a la Mejor Novela Europea de 2010) y ha conseguido vender más de 200.000 ejemplares en Francia. Algunos críticos han hablado de "obra maestra". Sin duda es excesivo. Purga es una excelente novela, escrita con una prosa fluida, directa, que hace avanzar la historia con credibilidad, logrando una eficaz caracterización psicológica, pero a veces incurre en simplificaciones y no siempre resulta convincente la superposición de una trama afectiva y otra policial. La intriga parece innecesaria en una obra que pretender ser un testimonio sobre los agravios inherentes a la explotación sexual o al totalitarismo político. Purga puede leerse como una denuncia de las atrocidades cometidas en los países del Este en nombre del marxismo, pero la historia de Zara y Aliide revela que los acontecimientos posteriores no se han mostrado más indulgentes con unas sociedades ferozmente maltratadas. Los informes confidenciales sobre actividades antisoviéticas recuerdan las escuchas de la Stasi en La vida de los otros. La represión apenas encubre el terrible vacío que se esconde en el corazón del Estado totalitario. ¿Qué habrían hecho Hitler o Stalin si hubieran conquistado el mundo? Después de la última purga, el poder habría perdido su justificación. La nada es la estación final de todas las dictaduras.