Edgar Morin. Foto: Alberto Pérez
Lemieux ha escrito una biografía que comienza por remontarse a los ancestros. De nalgas, con el cordón umbilical enrollado en el cuello, Edgar Nahum nace, casi muerto, en París en 1921. Su padre, Vidal Nahum, es un judío sefardí nacido en Salónica (Grecia) dedicado al comercio y enamorado de Francia. En contra del consejo de los médicos, su madre, Luna Beressi, quiso tener un hijo. Debido a su grave y congénita lesión cardiaca, muere en 1931. Su hijo Edgar queda al cuidado de su tía Corinne Beressi y de su padre. Ambos contraerán matrimonio años más tarde.
En su texto autobiográfico, Mis demonios (Kairós, 1995), y en Mi camino (Gedisa, 2010), Morin deja constancia del profundo y largo trauma que significó la pérdida de su progenitora. Un aspecto, el de la importancia de la madre en la personalidad judía, en el que Lemieux no ha querido adentrarse.
Estudiante de Letras y de Derecho, en 1942 se licencia en La Sorbona en Historia, Geografía y Derecho. Meses antes, fascinado por la Unión Soviética, se afilia al Partido Comunista Francés (PCF) y comienza a realizar diversas labores en la Resistencia. Adopta entonces el pseudónimo Morin. Finaliza la Segunda Guerra Mundial como oficial del ejército francés y es enviado a la Alemania ocupada. Su primer texto, publicado en 1946, refleja la situación de la Alemania derrotada y dividida. Dicha obra entusiasma a Maurice Thorez, el gran capo del PCF, y ello le abre puertas en el milieu intelectual.
Morin se casa por primera vez en 1945 con Violette Chapellaubeau, socióloga y compañera intelectual. Ambos tendrán dos hijas. Mal hijo y mal padre. Algo que el lector sabe no tanto por esta biografía como por el largo rastro autobiográfico que Edgar Morin deja a lo largo de sus textos. Sin llegar al extremo de Rousseau, lo cierto es que la construcción de una gran obra conlleva con frecuencia la falta de atención a la familia inmediata. Divorciado de Violette, Morin se casará dos veces más y mantendrá múltiples affaires amorosos.
Como señala Lemieux, Morin consigue entrar en la prestigiosa Comisión de Sociología del Centro Nacional de Investigación Científica de Francia (CNRS) en 1951. Su línea de investigación y de publicaciones gira en torno al papel del cine en la sociedad contemporánea. En sólo diez años es nombrado Jefe de Investigación del CNRS. No obstante, como muy bien señala Lemieux, Edgar Morin desborda el estricto marco de la sociología. De hecho, sociólogos de la talla de Pierre Bourdieu mantendrán una crítica constante a su obra.
Atento a la importancia de los medios de comunicación y la cultura de masas, Morin viaja y enseña a lo largo y ancho de América Latina y es invitado entre 1969 y 1970 por el modélico Instituto Salk (La Jolla, California) para estudiar las relaciones entre la biología y la sociología. De esos viajes y de esa estancia cuaja el Morin que comienza a publicar El método, la gigantesca obra que le sitúa en el gran pensamiento de la segunda mitad del siglo XX y le proporciona fama académica e intelectual en todo el mundo.
El método es una obra enciclopédica compuesta por seis volúmenes, el primero de los cuales aparece en 1977. Bajo el título La naturaleza de la naturaleza, se abordan los conceptos de orden, desorden, sistema o información. La vida de la vida reflexiona sobre la biología del ser vivo. El tercer y el cuarto volumen podrían ser reagrupados en uno solo dedicado al tema de la conciencia y la complejidad. El quinto volumen, La humanidad de la humanidad, la identidad humana está consagrado a la cuestión de la identidad. Y el sexto volumen, titulado La ética, propone una moral compleja capaz de asumir viejas dicotomías como las derivadas de códigos binarios tales como bien/mal o justo/injusto. El Edgar Morin que nos muestra Lemieux a comienzos del siglo XXI es el de un luchador e inconformista capaz de construir una compleja visión del mundo. Sus firmes creencias le siguen causando problemas. La publicación en su querido diario Le Monde de un artículo en defensa de los palestinos es esgrimido en su contra. Entre sus defensores, Vidal Beneyto. Edgar Morin: sorprendente reflejo del complejo siglo XX.