Image: Comienzo de Robert Walser. Una biografía literaria

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Letras

Comienzo de Robert Walser. Una biografía literaria

por Jürg Amann

30 julio, 2010 02:00

Robert Walser.

Siruela

Jürg Amann nos acerca en esta biografía no sólo al Robert Walser escritor, sino también al ser humano. Al ensayo literario jalonado por las etapas vitales de Walser, se añaden más de noventa fotografías y documentos gráficos sobre su vida, así como una cronología. Numerosas citas de la obra de Robert Walser completan -gracias a su matiz autobiográfico- la imagen del escritor suizo. De este modo, Jürg Amann elabora una singular biografía literaria, que no encasilla a Robert Walser, sino que ofrece al lector la posibilidad de redescubrir, por sí mismo, a este autor fascinante.

Empieza a escribir a los quince porque la vida ya se le antoja insoportable. O a los catorce, o a los diecisiete, o tal vez algo más tarde, es imposible precisarlo a posteriori, y tampoco hace al caso. Ocurre lo siguiente: él no se siente suficientemente querido por su madre. Y lo que otros hemos imaginado a veces, que estamos muertos y al mismo tiempo vivos, para atisbar desde nuestra oculta condición de muertos, como si lo presenciásemos desde una nube o desde un matorral, si los vivos, ya que no nos han amado, al menos nos añoran, él ya lo pone en escena siendo niño, o adolescente, o un hombre joven. En escenas, para ser más exacto. Y las titula: El estanque.

Él, que se llama Fritz, y Marti, porque le importa más la madre, que así se apellida, que el padre, debuta con la siguiente frase escrita con una caligrafía primorosa: I wet bald lieber niene meh si, als e so do si. Eso dice en su dialecto de Biel, en el lenguaje que también habla: que preferiría no estar en ninguna parte, a vivir así. «Así» significa para él: radicalmente incomprendido, desconocido en la singularidad de su ser, sin ver correspondido el poderoso y exclusivo amor hacia su madre.

Le gustaría que fuera cariñosa. Pero ella es tan solo delicada, distinguida, elegante, severa. Y enfermiza, proclive a la tristeza y a la melancolía, y seguramente también incomprendida. Quizá también poco amada. El padre es una buena persona, claro, pero lo confía todo al buen Dios, hasta ese punto llega. Ella está sobreexigida. Desde muy pronto y durante mucho tiempo no ha podido pensar en sí misma. Ha traído ocho criaturas al mundo. Ella no puede pensar en todo. Siente una continua preocupación por sus hermanos y hermanas, pues tiene muchos, diría que demasiados, y siempre está enfermo alguno de ellos. Él es el único que nunca enferma. Cuando quiere estarlo, tiene que imaginárselo, para disfrutar al menos en su mente del cuidado sanador de la madre. Para sentirse mimado por ella alguna vez. Las preocupaciones de la madre no pueden ser las suyas. Él decide apartarse. Chum, Fridu, mir wei uf d'Site. Pero no es un simple alejamiento voluntario, sino un movimiento para, con ese rodeo, cerciorarse desde el margen, desde el borde, de lo necesario que le resulta su centro: el amor de la madre. Finge entonces un suicidio. No le queda otra opción si quiere vivir. Va al estanque. Mejor dicho: no va al estanque, hace creer a los demás que ha ido allí.

El estanque está situado en un maravilloso calvero del bosque. Él lo conoce bien. Allí, bajo los abetos que lo circundan, ha jugado a menudo al escondite con sus hermanos. Pero ahora quiere que lo encuentren. Ésa es la diferencia. Ésa es ahora la finalidad suprema de su desaparición. Ahora él también quiere hacerse notar. Por eso antes de ponerse en camino le transmite una rápida indicación a su hermano. La vida no es más que una chaqueta rota, y él se marcha a remendarla. Signifique esto lo que signifique.

Se despoja de la chaqueta. Qué silencio reina allí. Cómo se reflejan los abetos en el agua. Cómo gotean las ramas. Con qué suavidad. Con qué delicadeza. ¿Será una lluvia de la que nada se sabe en el bosque? ¿Será la resina? ¿Será la pinocha? No se ve nada, sólo se oye. Sobre el agua flotan toda suerte de cosas diminutas. Uno podría caer preso de la melancolía, si no lo estuviera ya desde hace mucho. Pero él no ha ido allí a llorar.

Tiene que avanzar. Deposita su chaqueta en la orilla, sobre la hierba. ¡Así! El sombrero debe flotar sobre la blanda superficie del estanque. Con mucho cuidado, para que su ala y la piel del agua formen un único plano, lo deposita sobre el espejo, sosteniéndolo todavía con tres dedos, lo suelta, el sombrero flota, se desliza despacio, formando diminutas olas circulares a su alrededor, hasta el centro del estanque, donde queda atrapado entre los nenúfares. El sombrero desempeña su papel a la perfección. Quien lo vea pensará necesariamente en su ahogado portador.

Fritz se siente satisfecho. Trepa a un árbol para esperar el desarrollo de los acontecimientos. Todo transcurre según sus deseos. Igual que en el cuento. Espoleado por un presentimieno, el hermano llega al estanque, y al ver chaqueta y sombrero, que confirman sus peores augurios, grita, corre a casa sin entretenerse demasiado en buscar al que cree ahogado, y sus gritos de alarma sumen a sus padres y hermanos en el miedo y el espanto.

En la familia se generalizan la desesperación y los reproches íntimos. Meditan sobre el inexpresado amor al hermano e hijo. Hacen propósitos por si el tan bruscamente añorado está con vida. Derraman lágrimas a raudales por él. Todo el mal ha de ser reparado. Ojalá regrese.

Fritz se lo imagina. Disfruta de la pérdida que ahora supone para los demás. Por fin no les queda más remedio que inquietarse por él. Por fin la esperanza de recuperarlo trasluce el amor que nunca manifestaron. Por fin lo quieren.

Baja del árbol con parsimonia. Pesca el sombrero con una vara desde la orilla, como si acabara de caérsele. Recoge la chaqueta, que todavía yace sobre la hierba, y la sacude. Después vuelve a ponérsela. Devuelve a su cabeza el sombrero, que, tras cumplir su misión, sólo está un poco húmedo en el borde. A continuación, con toda tranquilidad, las manos cruzadas a la espalda, emprende el camino de regreso a casa, dando rodeos por diferentes bosquecillos muy apartados en donde se detiene aquí y allá a escuchar, entusiasmado por haberse perdido y haber comprobado cuánto ansían su regreso. El goteo ha cesado. ¿De la lluvia, de la pinocha, de qué? En su cabeza resuena un poderoso zumbido. No quiere llegar a casa antes de que haya oscurecido.

Ahora ya no puede pasarle nada. Es el hijo perdido y reencontrado o hallado. Aunque al llegar a casa, cuando entre vivo en la habitación, el padre no abra los brazos, ni sacrifique un ternero en su honor, ni exclame: Éste es mi hijo que se había perdido y ha sido hallado; por tanto no tenga nada que celebrar con él. Ahora la madre está de su parte. La madre es ahora su amiga y concierta con él la alianza diferida. ¿Qué más quiere? Además ella le sube ex profeso vino del sótano.

Pero esto no es real, sino pura ilusión, una ficción. En realidad, al escribir este relato, la madre está enferma o muerta. El escritor se llama Walser, no Marti; Robert, no Fritz. Y esto cambia considerablemente su vida.