Céline secreto, su viuda lo cuenta todo
Si hay un autor que ejemplifique mejor que nadie los peligros de conocer demasiado íntimamente a un creador de talento excepcional ése es Louis-Ferdinand Céline (1894-1961), autor de obras maestras de la narrativa del siglo XX como Viaje al fin de la noche o Muerte a crédito, pero, al mismo tiempo, condenado en vida por sus ideas antisemitas y su colaboracionismo con las tropas nazis que habían invadido Francia.
De hecho, tras acabar la II Guerra Mundial se vio obligado a huir primero a Dinamarca y luego a Alemania, mientras en Francia era condenado a muerte in absencia, declarado desgracia nacional, condenado a un año de cárcel y finalmente indultado.
Ahora Lucette Destouches, su viuda, publica en España Céline secreto (Veintisiete letras) una suerte de memorias en las que retrata a su marido, y, muy especialmente todo lo ocurrido durante la guerra y la posguerra, deteniéndose especialmente en los años de exilio y cárcel.
El primer encuentro
Lucette tenía 23 años, y soñaba con convertirse en bailarina. él, de 41, estaba casado, tenía una hija y acababa de romper con Elisabeth Craig, a quien dedicó en 1931 Viaje al fin de la noche.
Ella lo recuerda así: “Por la época en que conocí a Louis, sentía que quería morirme, tan triste encontraba la vida. No tenía amigos ni hablaba con nadie, estaba totalmente volcada en mí misma y en la danza. [...] me citaba en el Luxembourg y nunca me hablaba [...] Cuando nos sentábamos a una mesa para almorzar, él pedía dos filetes; devoraba el suyo en cinco minutos y me decía: 'Vámonos', antes de que yo hubiera podido tocar mi plato. Del mismo modo, cuando íbamos al cine, veía las primeras imágenes de la película y me arrastraba fuera”. Si le regalaba un libro, le leía las primeras frases para cerrarlo de golpe y decirle: ”Ya lo has entendido”.
Pero, al mismo tiempo, “tenía su lado Gatsby, indolente, cuidadoso en el vestir, relajado. Era increíblemente guapo, con los ojos azules”. “Me enamoré y me casé con él a pesar de los veinte años que nos separaban, sin pensar que iba a pasarme sola más de la mitad de mi vida”. Pero los problemas no se hicieron esperar, a pesar de que “él tenía necesidad de mi juventud y de mi alegría y yo, de su mente de hombre vivido”. Porque “Céline era un ser desesperado, de absoluto pesimismo”.
Infidelidad silenciada
Con semejantes comienzos, es fácil imaginar el resto. Ella consigue trabajo como bailarina, Céline intenta ejercer como médico, y coquetea con todas. Un día, Lucette regresa de una gira antes de tiempo y encuentra a otra mujer instalada en su casa. Mientras baja corriendo las escaleras, escucha un estrépito, gritos de su marido, y ve comó vuelan maletas y amante. Vuelve. No se dicen nada. Nunca lo harán.
Lo más interesante del libro es lo relacionado con la época de la ocupación nazi. Por razones que Lucette no menciona, pero fácilmente imaginables, Céline comienza a recibir visitas de intelectuales que le piden que interceda ante los alemanes. El mismo Sartre intenta conseguir a través del escritor permiso para representar Las moscas. Y Céline se niega, “diciéndole que no tenía ninguna influencia con ellos. Era cierto, pero Sartre no le creyó y más tarde lo acusó de haber escrito panfletos pagados por los ocupantes. Nada más absurdo., Se trataba de no conocer a Louis, jamás a sueldo de nadie, intransigente con todos, incapaz de pactar con quien fuese, siempre solo contra todos”.
Exilio y cárcel
Fuese como fuese, al acabar la guerra el matrimonio Céline huye a Dinamarca, donde el escritor pasa un año de cárcel. Ahora su viuda asegura que el país escandinavo “es el más triste del mundo, habitado por cerdos hipócritas”, y que el paso por la prisión le convirtió en un “muerto viviente”. Por eso, asegura, “los diez años que precedieron a su muerte, ya no estaba allí”.
Anecdotas bastante tristes, mezquinas a veces, conmovedoras otras, se agolpan en un libro que demuestra hasta qué punto el propio Céline parecía haber anticipado lo que sería su vida, al escribir en Viaje al fin de la noche: “Os lo digo, infelices, jodidos de la vida, vencidos, desollados, siempre empapados de sudor; os lo advierto: cuando los grandes de este mundo empiezan a amaros es porque van a convertiros en carne de cañón”.
Porque eso, sus libros, acaban derrotando al fantasma desdichado que fue Céline.