Saber perder
David Trueba
20 marzo, 2008 01:00David Trueba. Foto: Juan Herrero
La primera secuencia de Saber perder esboza un retrato de Silvia, la estudiante de bachillerato que sufre los impulsos sexuales de la adolescencia, y la secuencia postrera, situada un año después, se centra en el mismo personaje, cuando intenta vagamente encauzar su vida, cuyo rumbo es aún imprevisible, tras las experiencias de todo el curso. El hecho de que la novela se abra y se cierre con el mismo personaje no es sólo un recurso constructivo, sino la prueba -que podríamos calificar de estructural- de que Silvia es el único ser prospectivo, orientado hacia el futuro, en esta galería de personajes vencidos por la vida, perdedores todos ellos de algo ya irrecuperable y hundidos en una desoladora resignación. El autor despliega ante nuestros ojos un elenco de tipos vulgares, quienes arrastran una existencia gris y sin relieves, pero que muy pronto van creciendo en interés, gracias al tratamiento literario al que Trueba los somete. La técnica narrativa es tan simple como eficaz. Una vez bosquejado el perfil de Silvia, se amplía el cuadro -como si la cámara retrocediese en busca de un plano general- y se desarrollan las secuencias inmediatas, cada una de ellas referida a los personajes de la familia: la abuela, Aurora, de fragilísima salud; el padre, Lorenzo, abrumado por su situación de desempleo, abandonado por su mujer y con el terrible peso de un criemen en la conciencia; el abuelo, Leandro, pronto zarandeado por una obsesiva y devastadora pasión senil. Y también Ariel, el jovencísimo futbolista recién fichado por un equipo madrileño y cuya relación con Silvia recorrerá toda la novela. Cada uno de estos personajes tiene sum propio desarrollo -en secuencias que van alternándose- y se expande para mostrarnos diversos grupos que aportan igualmente algunos personajes secundarios, trazados con el mismo exquisito cuidado que los principales: Dani, Mai y los compañeros de Silvia; el periodista Ronco y los futbolistas del equipo de Ariel, como el sorprendente Amilcar; Daniela, Wilson y el grupo de inmigrantes ecuatorianos; Osembe, la prostituta nigeriana. Trueba se permite incluso introducir entre estos personajes a un individuo real: el pianista Joaquín Achúcarro, lejana amistad del abuelo Leandro desde la niñez de ambos. ¿Pensaba Trueba en el procedimiento seguido por Javier Cercas en Soldados de Salamina cuya adaptación al cine dirigió?He hablado de "cámara" y de "plano general", tal vez inducido por la conocida dedicación cinematográfica" -como guionista y director- de David Trueba. Pero Saber perder no es una novela "cinematográfica" como tantas otras, superficiales y apresuradas, que parecen escritas para ser convertidas inmediatamente en guiones. es literatura en estado puro. Su construcción inicial es más bien la de un vistoso cohete cuya cabeza principal, al estallar en el aire, produce a su alrededor una constelación de luminarias que, a su vez, se fragmentan en otras más tenues y efímeras. Es lo que sucede en estas páginas a partir de la primera secuencia que contiene la presentación de Silvia. El relato se desarrolla con ocasionales analepsis para dar cuenta de sucesos anteriores -únicos casos en los que aparecen tiempos narrativos en el pasado- y, a veces, para reiterar alguna información desde distintas perspectivas, incluso repitiendo formulaciones verbales (véase la muerte de Paco en páginas 26 y 141, o el atropello de Silvia en páginas 22, 47 y 74).
Por otra parte, en el interior de la novela se articulan correspondencias y analogías de signo diverso que refuerzan la trabazón de la historia e impiden que ésta sea percibida por el lector como simple sarta de anécdotas diferentes. Cada personaje busca a su modo la felicidad, instintivamente asociada a la ausencia de soledad -Lorenzo, en Daniela; Leandro en la turbia Osembe, Silvia, en Ariel- y, cuando, creen haberla alcanzado, ven cómo se esfuma. Lorenzo pierde a su esposa como perderá más tarde a Daniela y, de modo irreversible, a su madre. Y también Silvia sufrirá, en el estrato de sus dieciséis años, una experiencia similar -atenuada por el rayo de esperanza que brilla en las expresivas líneas finales de la obra-, con lo que en las tres generaciones, desde el abuelo a la nieta, parece repetirse, con variaciones, la misma historia. La muerte violenta de Paco tiene su paralelo en la de Wilson, de igual manera que el grupo de futbolistas que rodea al joven Ariel y que, en cierto modo, se proyecta en Silvia, se corresponde con la pequeña colonia ecuatoriana en que vive Daniela y con la que Lorenzo entabla relación. estas y otras simetrías -buscadas o involuntarias, que eso poco importa, porque lo único que cabe analizar son los resultados-, unidas a un ritmo narrativo equilibrado y sin rupturas abruptas, refuerzan la impresión de solidez estructural que la novela produce.
Todo esto, sin embargo, sería de escaso interés si la construcción -precisa, admirablemente dosifica-da- no estuviese acompañada por otras virtudes. Lo esencial de Saber perder es que el autor ha sabido crear un grupo de personajes que sentimos cercanos y extraer de ellos insospechados resortes psicológicos. Cada uno lleva consigo su circunstancia -dicho al modo orteguiano- que lo enriquece y le proporciona densidad. No sólo se trata de seres creibles -cuya cercanía está acentuada por la narración en presente- sino también profundos. Sus fragilidades ocultas, sus temores, sus incertidumbres, todos los rasgos que ayudan a configurarlos como seres vivos y no como simple muñecos de cartón piedra, responden a una observación minuciosa, a una insólita inventiva para retratar acertando con el detalle más caracterísitico o revelador. El seguimiento de mujeres desconocidas por parte de Leandro, los encuentros con Osembre, la muñeca Barbie que oculta Lorenzo, los titubeos e inseguridades de Silvia y muchas informaciones, a veces en apariencia minúsculas, rodean a estos personajes desnortados con una riqueza de matices que pocas veces nos es dado hallar en la novelística española de las últimas décadas. La incertidumbre que preside su existencia, el desconocimiento que ellos tienen de sí mismos, queda patente, incluso, en los títulos de cada una de las cuatro partes de la obra, formulados como otras tantas interrogaciones: "¿Es esto deseo?", "¿Es esto amor?", "¿Este soy yo?", "¿Es esto el final?" Por otra parte, el buceo en los personajes no sólo deja al descubierto sentimientos universales -la soledad, el desamor, el arrepentimiento, los impulsos incontrolados-, sino que muestra aspectos de la sociedad en que viven, que es la nuestra: el trabajo precario, la inmigración, la delincuencia, la enseñanza, las rupturas familiares, incluso el negocio del fútbol... Saber perder es una novela compleja y excelente, además de bien escrita -con buen tino, incluso para las formas del español americano-, que ofrece poquísimos desfallecimientos o usos desacon-
sejables: "durmió pésimo en el sofá cama" (p. 79), "le dijo algo que le hirió profundo" (p. 473), "este país ha-ce aguas" (p. 469), "hace feliz a cientos de miles" (p. 484). En el pano- rama un tanto gris de nuestra actual literatura narrativa, Saber perder es una excepción, una esperanzadora sorpresa y un espléndido regalo.
David Trueba
Guionista, director de cine y novelista
El menor de los Trueba suma con Saber perder tres novelas pero en la arena pública es conocido principalmente por su doble faceta de guionista y director de cine. Suyos son los guiones de Amo tu cama rica (1991), Los peores años de nuestra vida (1994), Perdita Durango (1997), y La niña de tus ojos (1998). Su paso a la dirección tuvo lugar en 1996 con La buena vida, que fue candidata a dos premios Goya. Cuatro años después llegó su siguiente largometraje, Obra maestra (2000), a la que seguirían Soldados de Salamina (2002), basada en la exitosa novela de Javier Cercas. Sus dos últimas películas datan de 2005 y son Bienvenido a casa, con la que gana el premio al mejor realizador en el Festival de Málaga, y La silla de Fernando, que codirigió junto a Luis Alegre.