Letras

Caballero Bonald

“Además de su virulencia crítica, Manual de Infractores tiene un acusado carácter testamentario”

20 octubre, 2005 02:00

Caballero Bonald. Foto: Begoña Rivas

La suya es una parsimonia airada. No tiene tiempo ya Caballero Bonald de andar con contemplaciones, o eso le parece. En su último libro de poemas, que llega hoy a las librerías, primero fue la rabia y después la idea. Así empezó ese Manual de infractores (Seix Barral) que el poeta reconoce haber escrito zarandeado por "una fuerte crisis de indignación ante las cosas que están pasando por ahí". Parece claro que Caballero Bonald está en plena forma, poética y vitalmente. Se siente más libre que nunca y es capaz de decir en una sola frase que detesta a los sumisos, que desprecia a los llamados bienpensantes, que le estremece la pasividad general ante el horror , que no le gusta nada la cultura subvencionada, que siempre ha creído en el poder curativo de la poesía, que...

Como Pepe Caballero Bonald ha tenido la costumbre de hurgar en la memoria, sabe mejor que nadie que él es un escritor discontinuo, que trabaja a rachas y que pasa rápidamente de la vida contemplativa al trabajo agotador. "Cuando empecé a trabajar en este libro, dice, salí de una de mis fases depresivas y entré en otra de actividad entusiasta. De eso hace tres o cuatro años, coincidiendo con una crisis de indignación ante ciertas atrocidades que ocurrían por ahí. Además, siempre he creído en el poder curativo de la poesía. Empecé a escribir entonces muchos borradores de poemas, los metí en un cajón, los saqué al cabo del tiempo, los revisé, los rompí, volví a guardarlos, reescribí otros, y así hasta que me pareció que tenía armado un buen libro.

-De todas esas idas y venidas salvó el centenar de poemas que componen Manual de Infractores.¿Qué nexo hay entre ellos, qué los une?
-Pues no sé. Fueron los que prevalecieron en una última criba. Y además están unidos por dos o tres vertientes temáticas muy definidas y que tienen algo que ver con ese título un poco insolente de Manual de infractores. Ahí me hago muchas preguntas, casi todas referidas a la desobediencia, a mi manera de detestar a los obedientes, a los gregarios, a los sumisos, a los hipócritas. O sea, un libro muy poco recomendable para bienpensantes y personas de orden.

-¿Alude a alguien concreto, o es que ve a demasiadas personas de orden en nuestro mundo cultural ?
-Lo que veo es una pasividad general que me irrita profundamente. Ese fue el comienzo de mi libro, fui de la rabia a la idea. Vivimos, creo yo, una etapa muy frágil en todos los sentidos, que afecta también al tipo de novela realista que se escribe ahora, a esa poesía urbana que es como un escape inconsistente. Muchos escritores creen que eso de tomar partido está pasado de moda, que es de gente vieja. En fin, un error.

-Además del escritor airado, evidente, están en su libro, me parece, otros poetas: Alusiones a Juan Ramón, a Machado, a Gil de Biedma... ¿A quiénes tiene en la cabeza?
- Esas referencias a poetas o son expresamente tributos o son citas incorporadas sin más al flujo poético. Me agrada y me conmueve evocar a personas que me han enseñado a entender que, en poesía, la palabra debe significar algo más de lo que significa en los diccionarios. Que, como le digo, tiene un valor curativo que reconforta.

-¿Y en qué etapa poética de las suyas sitúa este Manual de Infractores? ¿Experimental más que experiencial, culturalista más que realista...?
-Tengo la impresión de que este libro, aparte de su -digamos- virulencia crítica, tiene un acusado carácter testamentario. Mientras esbozaba o componía muchos de estos poemas era consciente de que me estaba escribiendo una serie de cartas a mí mismo y que allí figuraban mis últimas voluntades, no es la primera vez que me ocurría eso. Pero ahora era más fuerte esa sensación, debe ser cosa de la edad, cada vez me va quedando menos futuro.

-Pues hábleme un poco aquí de sus últimas voluntades.
-Es que lo único que ya me sobra es pasado. El futuro es cada vez más escaso, y tengo prisa.Tengo prisa en contar, testamentariamente, lo que pienso, como si fuera lo último que voy a escribir. No es vanidad, es necesidad de dejar constancia.

Destruir los manuscritos inéditos
-El año pasado publicó en esta misma editorial su Poesía Completa. Ahora sale este libro, ¿nunca está completa en realidad una obra, no?
-Bueno, sí, se completa cuando uno se muere, no sin antes haber destruído cuidadosamente todos los manuscritos inéditos.
Insinúa el poeta, con humor, que las viudas tienen mucho peligro y que la polibilidad de que se publiquen cosas previamente desechadas por los propios escritores es una amenaza creciente. "Me parece aterrador que le registren a uno los cajones. A mí no me va a pasar porque lo voy destruyendo todo poco a poco", dice riéndose.

-¿Cree que la crítica primero y el tiempo después han sido justos con la llamada "generación del 50? ¿Está tal vez un poco harto de hablar de esta generación?
- Todos esos encasillamientos generacionales no pasan de ser fórmulas didácticas de los autores de manuales de literatura. No me interesa nada de eso, sólo me interesan las personalidades aisladas. ¿Cuáles? Pues mira: Valente, Barral, ángel González y Brines. Sólo con esos cuatro nombres está justificado medio siglo de poesía española. Por lo demás, yo de banderías literarias no estoy nada al tanto.

Escribió hace tiempo Caballero Bonald un viejo poema "sobre el imposible oficio de escribir". Hablaba de la impotencia que se siente al no poder contar lo que se quiere. Y pasan los años y la sigue sintiendo. Cuenta ahora el poeta que es mal que le sigue afectando mucho de vez en cuando, pero que tiene cura.
-Me curo dejando de escribir, me dedico a otras cosas, si uno se deja dominar por los efectos de la impotencia creadora se puede volver loco. Sé que hay muchos colegas que creen sortear ese peligro por el sistema de escribir un libro detrás de otro, le salga bien o le salga mal. Allá ellos. Yo me cuido mucho, me tomo mi tiempo, creo que soy consecuente conmigo mismo y no abuso para nada de mis capacidades.

-Me gustaría que me hablara de Dionisio Ridruejo, tan recordado ahora, y revisado, con quien compartió usted cárcel y afectos.
-Conservo un recuerdo muy grato de Dionisio Ridruejo. él fue efectivamente quien me inició en mi primer activismo antifranquista, justo en 1956, cuando las primeras agitaciones estudiantiles. Dionisio era un perdedor y una persona muy íntegra, muy noble, también era en cierto modo un seductor. Lo respeté y lo quise mucho.