Image: En busca de Verne

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Letras

En busca de Verne

Julio Verne revisitado

24 marzo, 2005 01:00

Lorenzo Silva

¿Qué aventura de Julio Verne prefieren los narradores españoles? ¿En cuál les hubiera gustado participar, y qué hubiesen cambiado? Lorenzo Silva, Javier Tomeo y Caballero Bonald se enrolan en el Nautilus. Pedro Zarraluki viaja al centro de la tierra; Luciano Egido, Luis Landero y Soledad Puértolas visitan La isla misteriosa, y José Ovejero, Cinco semanas en globo.

Alma de tormenta
Hay ocasiones en que un hombre comete un acierto de tal calibre que se hace perdonar todos sus errores. La ocurrencia que tuvo Verne al dar vida a un personaje como Nemo compensa los defectos de su escritura, y especialmente los que quepa imputarle a 20.000 leguas... De esa novela aligeraría las prolijidades científicas y oceanográficas y le daría un repaso al engorroso Ned Land, que tan pronto muestra su zafiedad de arponero como diserta sobre la credulidad del vulgo. Pero no cambiaría el final, con el Nautilus engullido por el maelstrom, sin que sepamos si el submarino resulta destruido hasta que reaparece en La isla misteriosa.
De Nemo quedará para siempre su divisa, mobilis in mobili (móvil en lo móvil), certera y un punto descorazonadora descripción de la condición humana, su desprecio hacia las leyes que amparan la iniquidad en el mundo y su soledad cósmica, expresada en ese pasaje del libro donde decide subir a la superficie para enfrentarse a una apocalíptica tempestad. A todo hombre le llega, tarde o temprano, el momento de afrontar el alma de alguna tormenta. Nemo, que se sabe desamparado por los dioses (más aún que aquel Ulises de quien toma prestado el nombre) nos da una hermosa lección: cuando uno ha perdido el derecho a la salvación, sólo le queda el coraje. LORENZO SILVA


Nemo y el odio
La otra noche, años después de haber visto la famosa película de Richard Fleischer, soñé que estaba tocando La Pasión según San Mateo en el fastuoso órgano del Nautilus al tiempo que un ejército de sirenas de larga cabellera y busto exuberante nadaba en perfecta formación tras la inmensa vidriera del submarino y me guiñaban el ojo.
-Esas sirenas saben perfectamente que no sé nadar y que, por mucho que me provoquen, no podré seguirlas- me dije.
Recuerdo que, tras hundir un enorme buque de guerra, el capitán Nemo, aquel verdadero arcángel del odio, dirigió su Nautilus hacia el Maesltrom, no lejos de la costa noruega, como deseando ser tragado por ese espantoso torbellino, del que hasta entonces no se había podido escapar nave alguna. Tal vez el vengativo marino quiso expiar de ese modo sus pecados.
¿Resistió el Nautilus a los impulsos del Maelstrom? ¿Vive todavía Nemo? ¿Sigue con sus espantosas represalias? Espero que sí, que, extinguido su odio hacia la Humanidad, el Capitán Nemo continúa navegando todavía por el fondo del océano descubriendo nuevas maravillas. Si es así, tal vez algún día olvide que no sé bucear y me conceda la oportunidad de viajar a su lado. JAVIER TOMEO


Utopía en el mar
Lector más bien tardío de Verne, sigo evocando con gusto algunas novelas suyas. Por ejemplo, Veinte mil leguas..., un alarde de fabulación en torno a las ciencias del mar y, a la vez, un canto a la independencia y un breviario de filosofía moral. El Nautilus es un insólito ingenio de la arquitectura naval, pero también un museo donde un hombre culto esconde un atenazante secreto. ¿Por qué navega sin pausa, sufragando a escondidas empresas justicieras? Verne no suministra mayores datos y Aronnax, el narrador, apenas logra asomarse al abismo psicológico de Nemo, quien parece recorrer las profundidades marinas como en una ratificación utópica de la libertad. Y hay un atractivo adicional para lectores españoles: el capítulo dedicado a la ría de Vigo, donde está documentado el hundimiento de unos galeones cargados de oro durante la guerra de Sucesión. La literatura pudo más que la historia: si no se encontró ese tesoro fue porque ya se lo había llevado Nemo.
El desenlace es mejorable. Cuando logran escapar los "prisioneros", la tripulación sigue bregando en el peligroso canal de Maelstrün. ¿Qué ocurrió? El autor no da ninguna pista, pero yo hubiese preferido dejar a Nemo luchando en una guerra de liberación. J.M. CABALLERO BONALD


Suplente en el centro de la tierra
Resulta difícil, para alguien que padece claustrofobia, reconocer que su héroe literario viajó durante dos meses por galerías subterráneas bajo miles de toneladas de roca granítica. Pero así es en mi ca-so, y si he de escoger un viaje entre los que nos contó Verne es el que realizara el profesor Otto Lidenbrock. Desde que leí ese libro he querido parecerme a él: ser alto, flaco y viejo, dar zancadas de un metro, poseer un carácter entusiasta y voluble y ser capaz de llevar hasta el final todos mis proyectos. Con el transcurrir de los años no me he ido pareciendo al profesor sino más bien a Hans, su guía islandés, resignado a aceptar la vida con docilidad y esfuerzo. Pero mi admiración por Lidenbrock sigue incólume en la misma medida que mi desprecio por su sobrino Axel. ¡Qué lamentable es ese individuo! Su tío le ofrece un viaje iniciático, que lo convertirá en un hombre hecho y derecho. Y, ¿qué hace? Lamentarse de su suerte durante toda la aventura, dejarse vencer por el pánico y solicitar con histeria el regreso a la superficie. ése es el fallo imperdonable de la novela. Axel no está a la altura del viaje al centro de la tierra. Claustrofóbico y todo, su puesto tenía que haberlo ocupado yo. PEDRO ZARRALUKI


La isla, intocable
El precioso grabado de la edición original de J. Ferrat, lo representa erguido, en medio de un escenario desolado, restos de una batalla que no se ha decidido todavía, entre cadáveres, un fondo de bayonetas y sables en lucha y el cielo aborrascado de la guerra. Pero, inexplicablemente, él se mantiene en pie, desafiando al caos con un cuaderno de notas en la mano, para dar testimonio de la que está ocurriendo a su alrededor. Porque Gedeon Spilett es periodista. Por eso, hasta cierto punto, me siento identificado con este personaje que no pierde la cara en los peores momentos. Comparte protagonismo con otros cuatro personajes y representa el valor de la mirada. No se ha apuntado voluntariamente a ir a la Luna, ni a darle la vuelta al mundo, ni a viajar al centro de la tierra, ni a sumergirse en el océano para ver las maravillas submarinas, ni a luchar en ninguna guerra, ni a servir a ningún zar. Un huracán lo ha trasportado a una pequeña isla del Pacífico Sur y lo deposita en un lugar lleno de sorpresas, de belleza, de estímulos y de peligros. ¿Tendré necesidad de explicar los motivos por los que me hubiera gustado ser este personaje y las razones que han permitido la transferencia de su historia anovelada a mi vida, salida del cerco del franquismo, y lanzado a las costas de una democracia, empedrada de problemas, decepciones, entre piratas y reptiles, con un susto diario y el ensayo del Apocalipsis cada semana? Spilett no para hasta encontrar el camino de la libertad, sorteando trampas, esperando la colaboración del milagro. Tiene algo de hermano y de modelo. Sabemos que se salvará; pero deseamos saber cómo. Por lo demás, la novela es intocable. Ni un pelo. LUCIANO G. EGIDO


Enrolado en la isla misteriosa
De mis lecturas primerizas de Julio Verne recuerdo con una especial delectación esos momentos en que los héroes, después de muchas fatigas y peligros, alcanzan, y se ganan con su trabajo y con su genio, un refugio seguro contra las amenazas e inclemencias del mundo. A veces, cuando el sueño tarda en venir, me gusta imaginarme que formo parte de la expedición del Capitán Hatteras y que estoy en la casa de hielo, mientras afuera ruge la tempestad y acechan los lobos y los osos. Y el hambre y el frío, claro está. O que soy parte de esa alegre tropa que llega a la "isla misteriosa" y se construye una cueva en lo alto de un acantilado, a salvo también de huracanes, piratas y otros mil peligros.
O que soy el Capitán Nemo, ya retirado en esa misma isla, rey solitario y melancólico de ese maravilloso reino que es su barco...Y recuerdo a los hijos del Capitán Grant, que durante unos días habitan en un enorme árbol, y en una llanura anegada por la furia desatada de los elementos...
No hay mejor aventura que la que se ve al trasluz del placer del descanso y la seguridad. Uno entonces, que ha compartido el riesgo con los personajes, deja un momento el libro para descansar también con ellos, para ir a la cocina y tomar un bocado y vivir en esa frontera donde la vida y la literatura se confunden felizmente en una única experiencia. LUIS LANDERO


O la cárcel o la isla
No fui lectora consumada de Julio Verne. Aunque me atraían los títulos de su obra, al abrirlos, me topaba con una cantidad de información que me sobrepasaba y en la que me perdía, desinteresándome de la historia que atisbaba. Tantos detalles sobre la flora y la fauna de los paisajes que allí se contenían, tantas descripciones sobre una técnica u otra, constituían una barrera para lo de verdad me importaba, cómo eran los personajes que habían de vivir tan extraordinaria aventura.
Al cabo de los años he ido ganando paciencia o interés como lectora, quizá para compensar la poca paciencia que, por desgracia, tengo en muchos otros aspectos de la vida, y ahora leo casi sin saltármelas las largas descripciones técnicas y paisajísticas del escritor francés. A Verne le fascina el reto del ser humano ante la naturaleza y se inventa las más difíciles circunstancias, por eso son tan importantes los pormenores.
Me decanto por La Isla misteriosa. La isla funciona como mito en nuestra cultura. Quizá sea el símbolo de la aventura más personal: el aislamiento, la supervivencia. El arranque es magnífico. La fuga de los presos en globo le da un aliento épico. O la cárcel o la isla, que es adonde llega el globo... No habría estado mal que en esa isla de Verne se hubiera podido edificar la utopía, otro de nuestros mitos. SOLEDAD PUéRTOLAS


Perezosos en globo
Un viaje de perezosos. Así lo define Joe, harto de pasar la mayor parte del trayecto en la barquilla del globo. Y sin embargo ésta es la aventura narrada por Verne que más me habría gustado vivir. Atravesar áfrica de Zanzíbar a Senegal, sobrevolar las Montañas de la Luna. Soportando tormentas y calores tórridos, sí, pero al aire libre y con la posibilidad de bajar a tierra de vez en cuando. De todas formas, lo más duro del viaje no serían las asechanzas de los africanos ni las inclemencias del tiempo, sino la compañía. Ese insoportable Doctor Fergusson, tan perfecto; el idiota de Kennedy, obsesionado por meter una bala entre ceja y ceja a hipopótamos y elefantes. ¡Y esos continuos comentarios racistas! En fin, nunca se dijo que Verne fuese un gran creador de personajes, y menos en su primera novela.
Lo que de verdad le interesa son la aventura y la divulgación científica. Y por eso le propondría un cambio: después de arrojarse Joe al lago Chad para librar de lastre el globo, sus amigos lo rescatan de una banda de árabes a caballo tendiéndole la escalerilla a pocos metros de sus perseguidores. Seamos razonables: el más torpe de ellos habría sido capaz de acertar a un globo con un tiro de mosquete. Entonces, dejémosles capturar a los tres blancos y venderlos como esclavos o mantenerlos prisioneros para pedir un rescate. Así podría Verne describir el recorrido a pie hasta el Golfo de Guinea y la brutalidad del tráfico de esclavos. Al final, son salvados por un buque británico que vigila el cumplimiento del embargo impuesto a los puertos de la región. Aventura, moral -aunque simplista- y educación; o sea, Verne. JOSé OVEJERO


La vuelta a Verne a los 100 años
Verne. Un astronauta de sofá, por Herbert Lottman
"Es el camino el que me sigue", por Manuel Leguineche
Culto, ameno, innovador y popular, por Germán Gullón. Julio Verne novelista
1828-1905. Julio Verne. Cronología
El viaje de la ciencia, por José Antonio Marina. Julio Verne Científico
Diez Clásicos. Julio Verne. Bibliografía
En busca de Verne: Lorenzo Silva, Javier Tomeo, Caballero Bonald, Pedro Zarraluki, Luciano G. Egido, Luis Landero, Soledad Puértolas y José Ovejero