Image: Velocidad personal

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Letras

Velocidad personal

Rebecca Miller

2 octubre, 2003 02:00

Rebecca Miller. Foto: Archivo

Traducción de E. Tusquets y N. Busquets. Anagrama. Barcelona, 2003. 169 págs, 12’35 euros

Hasta ahora relacionábamos el nombre de Rebecca Miller con el cine; como actriz, como guionista y, si no recuerdo mal, también como directora de ángela. Pero acaba de sorprendernos con una primera inmersión en la narrativa. Sorpresa por una maestría que se aprecia tanto en el estilo como la estructuración de cada una de las siete historias que se recogen en Velocidad personal. En ellas, a modo de fotogramas, se narran acontecimientos puntuales en la vida de siete mujeres diferentes en edad, condición social, filosofía... de manera que se conjuga un poliedro, una visión caleidoscópica de las inquietudes, miedos y ambiciones de la mujer moderna. Vidas tan diferentes como la de una editora, una pintora, una señora de la limpieza o una niña convergen en un mismo punto; todas ellas focalizan una suerte de angustia vital, siempre femenina, con la que se enfrentan al mundo.

No cae Rebecca Miller ni en el sentimentalismo ni se posiciona genéricamente en ninguno de los cuentos. Deja que sea el lector quien saque sus propias conclusiones, quien juzgue el comportamiento de cada una de las protagonistas. Greta sacrificó su matrimonio por una brillante carrera profesional, en tanto que Julianne sacrifica sus deseos artísticos para convertirse en la esposa ideal de un afamado poeta. Y en una posición intermedia encontramos a Louisa -en el mejor relato del volumen-, una pintora que pasa de un hombre a otro y está dispuesta a sacrificar tanto su arte como su propia existencia. Pero en este caso el argumento es un verdadero ejercicio de catarsis. No son sólo artistas las heroínas de Miller, también encontramos a la pequeña Nancy, capaz de las mayores locuras para llamar la atención de sus padres, y mujeres como Bryna, que trabaja para Julianne y presenta otro punto de vista del mismo suceso... En ninguno de los cuentos podemos adoptar la posición del juez ni de impasible espectador, pues cualquier atisbo de indiferencia queda desterrado al enfrentarnos a situaciones tan cotidianas como las de nuestra vida.