Eugenio Trías: "El intelectual debe ser olímpicamente inoportuno"
Con el tiempo el estilo de Trías se ha endurecido, su escritura se ha hecho más diáfana, su filosofía ha adquirido consistencia, y sus tesis, seguridad. Por ejemplo: le parece que la filosofía se agosta en la pura divulgación, propone el pensamiento crítico frente al pensamiento único, considera que tenemos la malísima costumbre de responder con el silencio a todo lo que nos incomoda y le estremece el clima de amedrentamiento de la conciencia en la vida cotidiana de País Vasco.
Eugenio Trías (Barcelona, 1942) aborda en Pensar en público asuntos tan distantes como la crítica al nacionalismo o la reflexión sobre la televisión; el cine de Víctor Erice o de Kubrick y la tradición musical de Haydn a Schubert; la defensa del voto útil, el progresismo o la Guerra del Golfo y la necesidad de dialogar con las culturas orientales (y en particular con el Islam). Son breves ensayos políticos, filosóficos, sociales y artísticos de una modernidad que desconsuela porque demuestran que en estos veinte o treinta años no se han enderezado muchas cosas y el tejido esencial de la condición humana se ha debilitado.
Ha optado por una ordenación temática y por un criterio cronológico interno a cada uno de los temas elegidos, “porque no me gustan las simples recopilaciones y odio los aluviones de escritos sólo guiados por la cronología”.
Pregunta. ¿Qué queda del filósofo, del escritor, del hombre que comenzó a escribir artículos hace treinta años?
Respuesta. He sido siempre un pionero: en 1969 cuestionaba ya la idea de progreso (así en el artículo publicado en este libro con el título de “Contra el progresismo”). O bien, en 1971 (en el artículo “La prueba de la peste”) criticaba radicalmente una concepción humanista sustentada en la idea moderna de sujeto (heredera de la tradición cartesiana). O pensaba ya entonces que el concepto ilustrado y moderno de razón debía ser sometido a revisión, o debía cuestionarse desde el conjunto de sombras que proyectaba (la locura, el pensamiento mágico, la profusión teatral de las máscaras). Esos artículos se hallan en la misma línea de inspiración de mis primeros libros: La filosofía y su sombra, Filosofía y carnaval, Metodología del pensamiento mágico. Me he dedicado, durante más de treinta años, a dejar que crecieran las semillas que entonces diseminé, o a desplegar los esbozos que tracé. Me desprendí con naturalidad de mis maestros estructuralistas de entonces (Levi-Strauss, el primer Foucault), siguiendo a partir de los años 70 mi propia trayectoria, orientándome desde entonces hacia diversos ámbitos de la filosofía: primero hacia la estética, luego hacia la filosofía primera, posteriormente hacia la filosofía de la religión y en los últimos tiempos hacia la ética (y hacia una reflexión sobre lo que somos). En el camino he perdido quizás nervio, vitalidad y fuerza juvenil; y he ganado madurez reflexiva, ponderación y lucidez; he perdido ingenuidad, candor y cierta irreflexiva inocencia; y he ganado sobriedad, contundencia y precisión. Creo que mi filosofía ha adquirido la consistencia y la seguridad que le permite justificarse a sí misma en todas sus incursiones reflexivas. Ya no es un proyecto. Ahora es una realidad cuajada y cumplida.
El joven Trías, recuerda, era un filósofo radical en el que prevalecía la crítica, la demolición de viejos valores, el impulso orientado hacia la destrucción de creencias filosóficas envejecidas. Polemizaba con cierto racionalismo estrecho, con las ideas ilustradas y modernas, con los humanismos ingenuos (del existencialismo, del marxismo). Quería destruir la idea moderna (cartesiana) de Sujeto; quería disolver la subjetividad en la multiplicación de las máscaras.
"Todo empieza a cambiar, en lo que a mi inscripción pública se refiere, con la llegada de la democracia: mis escritos cobran gravedad y sentido responsable"
- Me asombra y me conmueve -asegura- lo que pude hacer en esos primeros años, los más fértiles quizá, aunque también los más alocados de mi vida: finales de los 60, principios de los 70. Todo empieza a cambiar, en lo que a mi inscripción pública se refiere, con la llegada de la democracia: mis escritos, especialmente los que publico en periódicos, y recojo en esta antología, cobran gravedad y sentido responsable.
P. Pensar en público, sacar a la filosofía de la academia y llevarla al mundo debe de suponer algunos peligros para el pensamiento y para el pensador. ¿Cómo los ha sorteado?
R. Desde el principio supe con meridiana claridad que debía sortear dos peligros amenazantes, Scilla y Carbdis, de mi incipiente tarea de pensador, de intelectual, de filósofo. Por una parte (Scilla) el rigor mortis de la tradición académica en su más macabra faz endogámica y enclaustrada. Me horrorizaba quedar sepultado en los mundos académicos, en sus rituales oficiales, en sus intrigas y en sus mafias. Y ese horror me condujo desde el principio a apartarme en lo posible de esos medios (que en mi juventud se hallaban, además, contaminados por las corruptelas franquistas). Por esa razón opté por iniciar mi trayectoria de escritor, de pensador comprometido con un público no estrictamente filosófico, tanto a través de la sucesión de mis libros, como por mis intervenciones públicas en periódicos. Tardé mucho en normalizar mi inserción universitaria; escribí la tesis doctoral cuando ya tenía publicados una docena de ensayos.
Por otra parte (Caribdis) quise evitar siempre la banalización trivial de un cierto ensayismo inocuo y falto de verdadero vigor filosófico. La filosofía que intento hacer es ensayística, pero de un ensayismo exigente con la escritura y el estilo, a la vez que en tensión hacia un horizonte conceptual (sin el cual la filosofía queda abortada). La filosofía se arruina si se agota y agosta en la pura divulgación. Y es entonces deshonesta, pues escamotea la dificultad que le es inherente. La filosofía, sobre todo, se despeña en el esperpento cuando se aproxima al manual de auto-ayuda.
P. En el primer artículo de la antología, de 1977, afirma que el político, el ciudadano, el vencedor y el vencido deben hacer examen de conciencia. Parafraseándole, ¿qué somos, qué hemos sido, qué hemos dejado de ser, qué es lo que de verdad podemos ser?
Pensamiento crítico
R. Escribí este artículo después de la primera consulta democrática; y lo hice a conciencia, lleno de ilusión (y de aprensión). No veía las cosas aseguradas en la incipiente, y siempre frágil, democracia que se estaba gestando. La verdad es que este artículo lo tenía casi olvidado cuando tropecé con él cuando estaba comenzando a fraguar este libro. Me impresionó, la verdad. En él casi todo son preguntas. No las respondo, sencillamente las lanzo. En mis artículos más maduros de la misma sección, especialmente “España”, está dada quizás mi versión de lo sucedido. Somos los dramatis personae de un complejo relato coral de muchas voces, y de muchos narradores entrecruzados, como sucede en las novelas verdaderamente modernas, al que podemos llamar, sin rubor, España. Hay que repensar esta conflictiva palabra (España) con criterios de la novelística del siglo XX (y no bajo la modalidad imperiosa de un único Sujeto Narrador, como sucedía en las novelas decimonónicas).
"Hay que repensar España con criterios de la novelística del siglo XX y no bajo la modalidad imperiosa de un único Sujeto Narrador, como en las decimonónicas"
P. Recupera usted un artículo del año 69 titulado “Contra el progresismo”. Ya estaba entonces la palabra llena de trampas. ¿Qué validez tienen hoy los términos izquierda-derecha?
R. Yo propongo sustituir esa vetusta y añeja dicotomía, que tan poco expresiva resulta hoy, la dualidad izquierda/derecha, por otra mucho más exigente y sutil: pensamiento crítico frente a lo que se ha llamado en los últimos años “pensamiento único”. Yo abogo por un pensamiento crítico que oriente y fomente actitudes y reflexiones contrarias a la aceptación de ese “nuevo orden mundial” que presenta tantos desequilibrios. La suerte de capitalismo mundial en que vivimos presenta caracteres atroces que es preciso una y otra vez denunciar. Más aún en un país de “nuevos ricos” que han ingresado en ese concierto de naciones rectoras en los grandes temas económicos y sociales, pero que no posee los amortiguadores culturales que en otros países más maduros existen.
Amortiguadores culturales
P. ¿En qué consisten, qué son los amortiguadores culturales?
R. En el nuestro, la dureza del capitalismo se advierte, sobre todo, en la mordaza que los agentes económicos acaban imponiendo al pensamiento libre. Grandes concentraciones editoriales, espesas y densas tramas de medios de comunicación que dificultan grande y gravemente la libre circulación de ideas, de debates, de controversias. Todo lo que se haga para contrarrestar estas tendencias, para amortiguar esos golpes, me parece, hoy, prioritario. Porque nuestro país produce demasiada mentira cultural; y apenas tiene voz poderosa lo que podría aproximarnos a un pensar crítico libre en su forma de juzgar y de opinar. La batalla es, hoy por hoy, la Libertad de Expresión (con mayúsculas). Las censuras no son, como en el franquismo, políticas; u oficiales; son más sutiles, pero a veces más terribles. Proceden muchas veces del excesivo dominio de los poderes terrenales que regentan la cultura; son censuras contra la calidad; contra el buen juicio.
Trías personaliza:
-Que un excelente guión de Víctor Erice no pueda realizarse, por ejemplo, es para mí un escándalo de primer orden. Y sin embargo apenas despierta la más mínima indignación cultural. Es un ejemplo; pero suficiente y muy revelador. Por la misma regla de tres se magnifica hasta el absurdo un conjunto de subproductos de cine, de novela o de ensayo (o de supuesta filosofía cercana a la auto-ayuda) que deberían avergonzarnos. Muchas veces la opinión que circula de boca en boca carece del más mínimo refrendo en la opinión que oficializan los medios de comunicación, de las editoriales o de las demás agentes productores y distribuidores de la cultura. No hace mucho señalé la necesidad de salvar la verdadera cultura, siempre en el justo medio entre la marginalidad y la tiranía del índice de Audiencias. Pero me temo que estas expresiones sean estériles, o caigan en el vacío. Por eso es importante insistir en ellas, repetir los mismos argumentos. Pues sólo en ese “justo medio” (aristotélico) florece el verdadero cine, la verdadera novela, la auténtica poesía, o el genuino pensamiento. Y parece que se esté condenando todo este patrimonio a la marginalidad, con la venia de toda la trama de comercialización de la cultura. Yo no estoy en contra de ésta; pero sí que lo estoy de la mala gestión comercial; la que lleva a promocionar obras que deberían avergonzarnos como colectividad.
"Existe la necesidad de salvar la verdadera cultura, siempre en el justo medio entre la marginalidad y la tiranía del índice de Audiencias. Es importante insistir, repetir los mismos argumentos"
P. Las antiguas vanguardias se están volviendo “habitables” para las masas, ¿no?
R. En algunos campos sí, así en pintura. Pero en otros no; en música, por ejemplo. Lo explico en uno de los artículos de esta antología (“La aventura musical del siglo XX”).
P. Estamos estos días con la resaca de ARCO, de tanto éxito entre el público. ¿Qué le parece el rumbo que han tomado las artes en este cambio de siglo?
R. Se dice que el arte ha muerto cuando más vivo y popular parece estar. Se habla mucho de la “muerte del arte”. Y es posible que el concepto de arte, heredado de la modernidad y de las vanguardias, esté cambiando. También es posible que el cúmulo de mediaciones económicas e institucionales acabe ahogando los criterios críticos, o sembrando el desconcierto en las personas que verdaderamente aman el arte. No hace mucho vi, con retraso, el testamento de Kubrick, Eyes wide shut. Mientras sea posible que en cualquier campo de la creación surja una maravilla artística de este calibre me parece irresponsable y poco inteligente hablar de “muerte del arte”. Como no me canso de repetir, éste resucita siempre a partir de una excepción. Todavía me froto los ojos de emoción al recordar ese arsenal generoso de hermosísimas imágenes cinematográficas.
P. El eje Madrid-Barcelona, que usted tan bien conoce, ha sido uno de sus “temas”. En ese libro recupera un polémico artículo,“La España de las ciudades”, de 1987, y recuerda la carta que Pujol le envió en la que le preguntaba si en algo le había ofendido “para promover un ataque tan directo a su persona”, y recapitula sobre sus razones para atacar el “pujolismo”: ¿Qué ha pasado en estos veinte años?
R. Sí, me dolió extraordinariamente que se abortara la más inteligente iniciativa que en esos años se tuvo en cultura, impulsada inicialmente por el propio Pujol, y llevada a cabo por Joan Rigol, el actual presidente del parlamento catalán. Se llamaba el “pacto cultural”; lo había teorizado mi amigo Castellet, y en él habíamos participado, con verdadera ilusión, personas del mundo cultural catalán (tanto catalohablantes como castellanohablantes, tanto de derechas como de izquierdas, tanto nacionalistas como no nacionalistas). Era una idea excelente y perfectamente viable. Pues bien: duró unos meses; quedó para siempre como “lo que podía haber sido y no ha sido” (Eliot).
P. ¿Y no se podría hoy recuperar de alguna forma?
R. Creo que aun hoy podría ser perfectamente viable. Para cosas de este calibre siempre se está a tiempo. Y no son tan difíciles de llevar a cabo. Basta tener altura de miras, amplitud de criterios y capacidad de aglutinar, o de preferir la suma a la resta, o la multiplicación a la división.
(Siente Trías como la necesidad de dar explicaciones, no sé, de dejarlas en ese equilibrio por el que siempre transita. Y dice: En ese artículo no criticaba a Pujol, criticaba el pujolismo. Criticaba los aspectos más oscuros de la política impulsada por Pujol: justo los que recortan y aminoran su perfil histórico al no haber sabido propiciar formas de integración y pacto en los asuntos culturales. Y es que la cultura ha sido siempre su mayor déficit).
Miserable protección al afín
Eugenio Trías tiene la impresión de que en Cataluña “llevamos casi veinte años sin política cultural”.
-Lo que así se llama es, unas veces, política televisiva, política relativa a los medios de comunicación, política lingöística, o simple protección (algo miserable) de las tramas culturales más afines a la ideología nacionalista vigente. Pero política cultural no ha existido.
P. Sinceramente, ¿en qué se han visto perjudicados los catalanes que escriben en castellano por los poderes políticos nacionalistas?
R. Nos sentimos perjudicados a dos bandas, o en una doble dirección. No somos madrileños; y esto establece una distinción importante, por mucho que algunos hemos logrado mantener unas relaciones fluídas. Pero en Madrid funcionan también las propias tribus de poder, y éstas marcan sus prioridades en temas importantes (en el acceso a la Real Academia, por ejemplo; en los grandes premios nacionales, etc.). Pero mucho más ominosa y absurda es la absoluta falta de apoyos que padecemos en la cultura oficial catalana. Parece incluso que nuestra presencia sea una grave objeción que es necesario ignorar, o silenciar. No sólo no tenemos apoyos; somos personas “non gratas”.
P. Los nacionalismos nos han malacostumbrado a cambiar la historia en su propio beneficio. Los estudiantes catalanes, gallegos o vascos estudian una historia diferente, van aprendiendo en muchos casos cargados de prejuicios y, mientras tanto, el resto de España reacciona con más virulencia que nunca ante el nacionalismo. ¿Qué opina del panorama?
"Madrid, cuando se la conoce a fondo, es, en sus castas dirigentes mucho menos abierta de lo que a primera vista parece ser. Se abre a todos y a todo, pero siempre que mantenga un control"
R. Se han querido poner fronteras y aduanas donde no existían; fronteras y aduanas en la enseñanza, en la lengua, en la cultura. Este país tiende por espontáneo impulso hacia los “compartimentos estancos” (esos de los cuáles hablaba, en otro contexto, Ortega). Mire, yo amo a Madrid, lo mismo que a Barcelona, y tengo en mi cerebro un puente aéreo permanente. Para mí son algo así como mi fiel mujer (Barcelona) y mi eterna amante (Madrid). Y en mí podría producirse en cualquier momento la inversión; seguiría amando a las dos ciudades. Pero Madrid, cuando se la conoce a fondo, es, en sus castas dirigentes, en sus tribus rectoras, mucho menos abierta de lo que a primera vista parece ser. Se abre a todos y a todo, pero siempre que mantenga un control y un poder que de la Restauración acá, o desde mucho antes, posee sin interrupción (con nombres de familias que van cambiando de filiación política en sus miembros; pero que siempre son los mismos). Por no hablar de las célebres familias (más de cien, desde luego) que protagonizan el pacto de no agresión en Cataluña desde muchos años antes de la transición democrática.
Abocados al mestizaje
P. La inmigración es ya uno de los grandes desafíos pendientes. ¿Qué hacer?¿La ley de extranjería es un error o un mal necesario?
R. Algún artículo hace referencia, ya a principios de los noventa (“Despertar de un sueño”) al encastillamiento europeo. Sobre este tema insistí, junto con mi amigo Rafael Argullol, en El cansancio de occidente. Estamos abocados al mestizaje. Yo insisto en definir nuestra común condición (humana) como condición fronteriza. Y en las fronteras, como suelo recordar, se producen siempre fenómenos de hibridación y mestizaje. Todo pierde su identidad pura y dura. En el limes imperial romano nadie era romano ni bárbaro; era un poco las dos cosas.
Eugenio Trías viene marcando desde hace años la mirada hacia Oriente. También hacia el Islam y hacia esas culturas más intimistas y menos materializadas que la nuestra. Para Trías, que comparte tanto pensar con los místicos, es fundamental que aprendamos, por ejemplo, “que las aventuras espirituales no se contradicen con las carnales; que la vida no comienza y acaba en las pequeñas tramas cotidianas; que el sentido se encuentra en la raíz de nosotros mismos (que es también la raíz de todas las cosas); que la sintonía con el Dios escondido se descubre en la solidaridad con la naturaleza y en la fuente de nuestros pensamientos y de nuestros actos; que lo mejor de la mística halla su expresión en la mejor poesía”.
P. Ya en el 87 comentaba usted el antiintelectualismo de la sociedad americana, y parece que ese mal se ha extendido a Europa y España. ¿No es hoy el intelectual una figura decorativa?
R. Creo que en respuestas anteriores he dado claves para responder a esta pregunta. Las razones se hallan en la suerte de capitalismo brutal que hoy domina en todo el mundo sin cortapisas, y que se enseñorea de la cultura; y que en el caso particular español carece de una trama histórica asentada de instituciones sólidas y solventes (como pueden ser las universidades, los centros de enseñanza, las editoriales, o la actividad conjuntada en asuntos exteriores y en cultura por lo que a la política cultural se refiere). Todo ello hace que existan grandes querellas entre medios de comunicación o entre grandes colosos editoriales para poseer sus propios espacios de poder, pero escasísimas posibilidades de verdaderas polémicas intelectuales. No interesa. Se quieren tener ejércitos bien disciplinados de trabajadores de tal o cual editorial, o de tal o cual periódico; en ocasiones se trata de algo magníficamente dispuesto, jerarquizado y bien adiestrado, con generales, comandantes, sargentos y soldados rasos. Pero lo que da vida a una cultura, la polémica intelectual, brilla por su ausencia.
P. ¿Y cómo explica esa ausencia de debate, de la que se quejaba también la semana pasada Juan Goytisolo, en la vida intelectual de hoy?
"En España todos los poderes terrenales conciben la cultura de forma clara y cínicamente instrumental. Y así no se va muy lejos"
R. Insisto en que esto es sobre todo terrible aquí en España; en otros sitios lo hay. En parte es debido a la malísima costumbre de responder con el silencio a todo lo que nos incomoda. Pero las causas de fondo son otras: no hay un ambiente que lo propicie; ni desde el poder político ni, sobre todo, desde el cultural-económico (editoriales, medios de comunicación, etc.), ni mucho menos desde el universitario se hace nada para que ese escenario cambie. En este país todos los poderes terrenales conciben la cultura de forma clara y cínicamente instrumental. Y así no se va muy lejos.
P. Sin embargo, el actualísimo y recurrente Sartre , el Sartre venerado por Bernard-Henri Levi en su último libro, decía con acento desafiante que el intelectual es alguien que se mete en lo que no le concierne. ¿Para qué sirve realmente hoy un intelectual?
R. En el artículo sobre Unamuno lo digo con claridad: debe ser olímpicamente inoportuno. Y desarrollo la idea en otro, “El intelectual, figura de actualidad”. De todos modos Sartre no es santo de mi devoción: ojalá se hubiese metido algo, un poco, en lo que sí que le concernía (el terrible y tétrico régimen totalitario de la Unión Soviética).
P. Unamuno, Ortega, d´Ors escribieron de todo en los periódicos, y entre otras cosas, de filosofía. ¿Puede hacerse filosofía en los periódicos, o sólo divulgación?
R. He seguido la huella de esos maestros, a los que cito y comento en varios artículos. Y he apostado por hacer filosofía en la Prensa (y no sólo divulgación). Filosofía, ciertamente. Algunos de los artículos aquí reunidos son de riguroso temple filosófico.
El cinismo y la resignación
P. La palabra globalización comienza a producir hartazgo, pero es la que tenemos, en donde estamos. Me gustaría que diseccionara lo positivo y lo negativo, lo evitable y lo inevitable...
R. Yo hablo de tres mundos entrecruzados, el global, el local y el personal. No creo que sea posible que ninguno de ellos absorba del todo a los demás. El global es aterrador por su entramado financiero, militar, tecnológico; también lo es el local (el santuario local es su forma más salvaje de presentarse; en él se refugian las resistencias al acoso del “primer mundo”). También es muy alarmante la situación del mundo personal, que bascula en una compleja gama que circula entre el cinismo, la resignación o la desesperación (airada o pasiva).
P. ¿Le gusta la pasta de los nuevos españoles? ¿qué diferencias sustanciales ve con respecto a los jóvenes de los setenta y los ochenta?
R. Los jóvenes de los 70 éramos más anárquicos y revolucionarios (como lo era todo el país, en plena transición); los de los ochenta fueron víctimas del dinero fácil y de la cultura “del pelotazo” (de la que también me hago eco en algunos artículos). Los jóvenes que conozco hoy, y los conozco pues tengo la fortuna de ser profesor de universidad, son más sensibles a temas solidarios que los de los ochenta, y tienen antenas para asuntos que no interesaban en mi juventud. La dimensión espiritual, por ejemplo; la religión en sus facetas más personales, por mucho que las estadísticas digan lo contrario.