Letras

Carlos V, el César y el hombre

Manuel Fernández Alvarez

5 diciembre, 1999 01:00

Espasa-Calpe. Madrid, 1999. 887 páginas, 3.750 pesetas

Este Carlos V es, por su ambición de planteamiento y solidez de información, un buen libro de historia. Su autor lo califica inequívocamente de biografía, centrándose en la dimensión personal (el hombre) y política (el césar)

Apocos meses de que, el próximo febrero, en San Matías, se cumplan quinientos años del nacimiento de Carlos de Gante, es posible tener ya idea precisa de lo que la conmemoración va a dar de sí. Parte señalada en ello será un apreciable incremento, al menos cuantitativo, de la nunca escasa bibliografía carolina. Como se vienen sucediendo bagatelas impresas que hacen de Carlos V o de personajes de su entorno pretexto de su publicación, es muy de celebrar que quien aúna ya demostrada capacidad para escribir libros de historia de éxito popular poco común y solvencia profesional participe también en el empeño conmemorativo. No son muchos quienes igualan la autoridad de Fernández álvarez para hacerlo; le avalan una amplia bibliografía sobre el emperador y la época, con algunos títulos esenciales, y un dominio de las fuentes difícilmente igualable en su condición de editor del Corpus documental de Carlos V, una de las más serias empresas historiográficas españolas de los últimos años.
El Carlos V ahora aparecido no difiere sustancialmente de anteriores acercamientos del autor al personaje que ha centrado su actividad académica de muchos años, más allá de alguna precisión de detalle o de ocasionales puestas al día bibliográficas, pero llegará, sin duda, a muchos más y más variados lectores. Es lástima, por ello, que presumibles urgencias dictadas por el calendario conmemorativo hayan podido impedir una revisión a fondo del texto que puliera el estilo, redujera reiteraciones de detalles o argumentos que acaban por hacerse enfadosas y corrigiera algún error en cronología o toponímia. De paso, podría haberse hecho un trabajo editorial más cuidado que suprimiera pasmosos deslices ortográficos. Nada de ello muy grave, en todo caso, pues este Carlos V es, por su ambición de planteamiento y solidez de información, un buen libro de historia.

Fernández álvarez lo califica inequívocamente de biografía, centrándose en la dimensión personal (el hombre) y política (el césar) del emperador y no tanto en los aspectos estructurales, culturales e institucionales que enmarcaron su ejecutoria. Lógicamente, no siempre puede evitar traer a colación aspectos propios de esas esferas o hacer referencia a antecedentes o derivaciones de la coyuntura que en cada momento preside la actividad del biografiado; pero el tono y el ritmo no dejan de ser permanentemente narrativos, con pasajes espléndidos, como el examen de la iconografía carolina y el análisis de la relación con Tiziano. Se abordan algunas de las cuestiones tradicionalmente debatidas en torno a la política del emperador, y en particular el origen y alcance de la idea imperial por él encarnada, reiterando la tesis de Menéndez Pidal sobre sus raíces hispánicas frente a la teoría de Brandi que vio en ella un principio italiano desarrollado por el canciller Gattinara; al mismo historiador español sigue en la idea de la temprana y completa "hispanización" de quien fue flamenco por origen y borgoñón en espíritu, durante al menos la primera cuarta parte de su existencia. De cualquier manera, Carlos V proyectó su reinado y su actividad en una dimensión cosmopolita nunca igualada por un monarca europeo. No sólo por ser Señor de las Indias, cuya conquista avanzó tan sustantivamente en su tiempo, si no por la permanente atención a asuntos que le llevaron a un constante peregrinar por media Europa y hasta el norte de Africa. Fue así un príncipe sin capital permanente, rodeado de auxiliares venidos de todos los territorios de sus dominios y aun de los de sus rivales. Aquella itinerancia respondía a la concepción que siempre tuvo de sus obligaciones y cometidos: defender su herencia dinástica y lograr la paz entre cristianos para llevar la guerra a los infieles asumiendo además el riesgo y las penalidades de hacerlo en persona. Pocos monarcas de su época, casi ninguno posterior, pensarían y procederían así.

Fernández álvarez sostiene una interpretación global sobre su biografiado: Carlos V fue un monarca con una idea de Europa y esa idea es de interés para el siglo XXI. Lo primero tiene poca duda, lo segundo es cuestionable; precisamente porque lo que su peripecia deja claro es que Carlos V fue un hombre que vivió su época asido a los aspectos menos actuales y de más reducida proyección futura: su código caballeresco, su idea de una universitas christiana a cuyo servicio puso toda su vida y esfuerzo y que le llevó a ser un viejo prematuro y en gran parte fracasado. Un hombre, y difícilmente hubiera podido ser de otro modo, que vio Europa desde su perspectiva dinástica y la paz, en la que sinceramente creyó, a la medida de su autoridad y sus convicciones. Una personalidad compleja en una era confusa; de ahí, a buen seguro, lo atractivo de su biografía.