Image: Lo imaginario y lo real en la poesía borguiana

Image: Lo imaginario y lo real en la poesía borguiana

Letras

Lo imaginario y lo real en la poesía borguiana

25 julio, 1999 02:00

Borges, por Grau Santos

Borges fue un poeta más épico que lírico para el que sólo era real lo imaginario. Por eso inventó ese otro Borges al que toda su vida intentó imitar y al que supo ser fiel y parecerse.

Borges como poeta, y también como hombre, no nace en Buenos Aires en 1899, sino en Ginebra, quince o dieciséis años después a raíz del suceso referido en El otro que todos los borgianos conocen como El secreto de la Plaza Dufour. Antes existe sólo un tímido muchacho; a partir de allí, ese otro que es el mismo y que será su único y verdadero él. Porque Borges no tuvo yo sino sólo él: fue, pues, un poeta más épico que lírico para el que sólo era real lo imaginario y que inventó ese otro Borges al que toda su vida intentó imitar y al que supo ser fiel y parecerse. Borges es el mejor poema de Borges porque Borges en boca de Borges no funciona como "yo" sino que se comporta como "él". Su prehistoria poética fueron las vanguardias y los istmos, a los que maldijo y de los que muy pronto desertó, para entrar en la historia de la literatura, que es su verdadera patria.

Cuando los últimos noctámbulos pedían chocolate con churros modernistas, él predicaba el expresionismo alemán a secas, y, mientras los más jóvenes hacían posturas ultraístas él definió, en "Nosotros" y en una fecha tan temprana como diciembre de 1921 lo que el Ultraísmo iba a ser para él: "Reducción de la lírica a su elemento primordial: la metáfora"; "Tachadura de las frases medianeras, los nexos y los adjetivos inútiles"; "Abolición de los trabajos ornamentales, el confesionalismo, la circunstanciación, las prédicas y la nebulosidad rebuscada"; y "síntesis de dos o más imágenes en una, que ensancha de ese modo su facultad de sugerencia". ¿Era esto la poética del Ultraísmo o, más bien, la poética de Borges? Porque, de hecho, el Ultraísmo se acabó cuando Borges se separó de él y aquella maquinaria moderna degeneró en una retórica cada vez más confusa. Lo mismo hizo con respecto a Góngora: cuando el 27 y Lezama miraban embelesados hacia él, él abrazó la causa de Quevedo. Y, cuando casi todo Occidente incurría en el Surrealismo, él y Eliot apostaron por la clasicidad. Borges fue -y se comportó siempre- como un aticista, y el aticismo es la historia y el sistema de todo su discurso. Mauthner le ayudó a ello, y Platón y el "Cratilo" también.

La poesía de Borges es clásica no por su preferencia por una forma fija como el soneto, sino por su insistencia en lo que el tiempo tiene de emoción: "la emoción -para él- trabaja siempre con el pasado". Por eso, "el verso exige la nostalgia, la pátina del tiempo, la evocación": la evocación de sus mayores, pero, sobre todo, la evocación de sí mismo constituye la materia poética de Borges que opera siempre con un número fijo de imágenes, que son su territorio, y a las que somete a la ilusión del sueño que llamamos "yo". Benvenistiano en esto, sabe que Borges sólo es una instancia del discurso, y esa es su magia y su dolor también. El poema "límite" lo precisa y aclara: el espacio, el tiempo y Borges forman una red. Como dice Sábato, "de los dos Borges el que sueña es el más auténtico" y eso mismo había escrito el propio Borges en octubre de 1921: "en el fondo, lo visto, lo sufrido, lo imaginado y lo soñado son igualmente reales, es decir, existen".

Jorge Luis Borges, como Cervantes y Quevedo, "se pasó". Pasarse en literatura significa ser un clásico: verse más allá de la página, leerse desde el otro lado del yo, desde su vuelta y desde el ir y venir de la tradición. Borges no tuvo yo y lo encontró en la literatura: en un mundo que quiso pensarse en inglés y que se dijo en el español del siglo XVII. Porque Borges es un escritor del siglo XVII, descubierto en el final del XX no por su obra sino por su lector: por el lector del XX que le hizo escribir en la lengua del siglo XVII casi todo lo que el XX iba a imaginar.

La escritura de Borges es la de nuestros fantasmas y la irrealidad de su mundo es nuestra única y más firme realidad. Gracias a él vivimos en "el estilo hablado" del Quijote, fuera del cual nada existe ni hay: hasta Dios fue, para él, "la máxima creación de la literatura fantástica". "God is in the making" y Borges, como todos está a medio camino entre su nombre y su posible yo. El yo de Borges es la literatura y sólo allí se debe buscar. Pensar que hay otro Borges paralelo sería malinterpretar a ambos.

Poemas escogidos

Límites

Hay una línea de Verlaine que no volverá a recordar,
Hay una calle próxima que está vedada a mis pasos,
Hay un espejo que me ha visto por última vez,
Hay una puerta que he cerrado hasta el fin del mundo
Entre los libros de mi biblioteca (estoy viéndolos)
Hay alguno que ya nunca abriré.
Este verano cumpliré cincuenta años;
La muerte me desgasta, incesante.

(El hacedor, 1960)


La rosa

La rosa,
la inmarcesible rosa que no canto,
la que es peso y fragancia,
la del negro jardín en la alta noche,
la de cualquier jardín y cualquier tarde
la rosa que resurge de la tenue
ceniza por el arte de la alquimia,
la rosa de los persas y de Ariosto,
la que siempre está sola,
la que siempre es la rosa de las rosas,
la joven flor platónica,
la ardiente y ciega rosa que no canto,
la rosa inalcanzable.

(Fervor de Buenos Aires, 1923)


Arte poética

Mirar el río hecho de tiempo y agua
Y recordar que el tiempo es otro río,
Saber que nos perdemos por el río
Y que los rostros pasan como el agua.

Sentir que la vigilia es otro sueño
Que sueña no soñar y que la muerte
Que teme nuestra carne es esa muerte
De cada noche, que se llama sueño.

Ver en el día o en el año un símbolo
De los días del hombre y de sus años,
Convertir el ultraje de los años
En una música, un rumor y un símbolo.

Ver en la muerte el sueño, el ocaso
Un triste oro, tal es la poesía
Que es inmortal y pobre. La poesía
Vuelve como la aurora y el ocaso.

A veces en las tardes una cara
Nos mira desde el fondo de un espejo;
El arte debe ser como ese espejo
Que nos revela nuestra propia cara.
Cuentan que Ulises, harto de prodigios,
Lloró de amor al divisar su Ítaca
Verde y humilde. El arte es esa Ítaca

De verde eternidad, no de prodigios.
También es como el río interminable
Que pasa y queda y es cristal de un mismo
Heráclito inconstante, que es el mismo
Y es otro, como el río interminable.

(El hacedor, 1960)


Los justos

Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un
[silencioso ajedrez

El ceramista que premedita un color y una forma.
El tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez
[no le agrada.

Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de
[cierto canto.

El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que
[le han hecho.

El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengán razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.

(La cifra, 1981)


On his blindness

Al cabo de los años me rodea
una terca neblina luminosa
que reduce las cosas a una cosa
sin forma ni color. Casi a una idea.
La vasta noche elemental y el día
lleno de gente son esa neblina
de luz dudosa y fiel que no declina
y que acecha en el alba. Yo querría
ver una cara alguna vez. Ignoro
la inexplorada enciclopedia, el goce
de libros que mi mano reconoce,
las altas aves y las lunas de oro.
A los otros les queda el universo;
a mi penumbra, el hábito del verso.

(Los conjurados, 1985)