Así huyó Freud de Viena en el Orient Express en medio de la persecución nazi
Un grupo de amigos y familiares, encabezados por Anna Freud, sacó de Austria al padre del psicoanálisis para “morir en libertad”.
3 marzo, 2024 02:00Freud no nació en Viena. Técnicamente hoy sería ciudadano de la República Checa. El padre del psicoanálisis vino al mundo en la ciudad morava de Freiberg (hoy Príbor) el 6 de mayo de 1856. Pese a que siempre llevó en lo más profundo de sí mismo, “soterrado”, el niño feliz de aquella ciudad, nadie ejerció de vienés como el autor de La interpretación de los sueños, que revolucionó la forma de penetrar en la mente humana sin moverse de su estudio de la calle Bergasse, 19.
Por eso, el 15 de marzo de 1938, el mismo día en el que Hitler proclamaba el Anschluss (su deseada anexión de Austria) desde el palacio imperial de Hofburg, los matones nazis que irrumpieron en su casa no pudieron soportar la mirada de Herr Professor. Su presencia intimidaba.
Robo nazi
Cuenta Andrew Nagorski en Salvar a Freud (Crítica) que cuando le dijeron el dinero que aquellos asesinos se habían llevado (unos 6.000 chelines), comentó con su ácido e inteligente humor: “Nunca he cobrado tanto por una visita”.
Freud no perdería ni su elegancia ni su aplomo a partir de aquella fecha, pero su vida y la de la comunidad judía –representada culturalmente por nombres como Gustav Mahler (al que trató por sus problemas de impotencia), Arnold Schönberg, Stefan Zweig y Joseph Roth, entre otros muchos– estaba a punto de cambiar radicalmente.
El "placer" de fumar
Adiós a sus majestuosos paseos por Ringstrasse y a sus visitas a los cafés de la ciudad, donde practicaba uno de sus placeres favoritos: fumar. No abandonaría nunca, sin embargo, ni siquiera en aquellas trágicas circunstancias donde gobernaba el “aquelarre de las turbas”, sus seis sesiones de psicoanálisis al día, que siempre presenciaba Lün, su querido perro de raza Chow Chow.
Pese a que el terror se adueñaba progresivamente de las calles de Viena, Freud se negaba a abandonar Austria (caída también debido a la flaqueza del canciller Kurt Schuschnigg). ¿Cómo alejarse de la dorada Viena? ¿Sería posible el mundo sin su despacho preñado de “sagradas” antigüedades, sin sus vacaciones en el alpino Berchtesgaden (lugar elegido irónicamente por Hitler para colocar después el siniestro ‘nido del águila’) o sin sus reuniones del miércoles por la noche en su domicilio?
Jung en escena
A pesar de que el psicoanálisis se encontraba en plena efervescencia (con nombres aventajados como Carl Gustav Jung) y con una gran comunidad de seguidores, su mundo se hundía. Pero Freud no estaba solo. Lo protegía un grupo de amigos y familiares cercanos denominados por Nagorski “equipo de rescate”, que activaron la “operación Freud”.
Lo encabezaba Anna Freud, la menor de sus seis hijos y el médico galés Ernest Jones; el que fuera embajador de Estados Unidos en Francia y en la Unión Soviética y periodista William Bullitt (con el que escribió un polémico libro sobre el presidente americano Woodrow Wilson).
Tiffany y Napoleón
Además, Marie Bonaparte, “la princesa”, sobrina bisnieta de Napoleón y casada con el príncipe Jorge de Grecia y Dinamarca; su inseparable médico personal, Max Schur, y la estadounidense Dorothy Burlingham, nieta del magnate Charles Tiffany, estrecha amiga de Anna que siguió sus pasos contra viento y marea.
También, siempre según el relato de Nagorski, podría incluirse en ese grupo al oficial nazi Anton Sauerwald, inesperado benefactor del clan Freud al que las nuevas autoridades austriacas habían encargado la vigilancia de sus movimientos.
Molestas prótesis
En lo que no pudo ayudar a Freud este grupo de devotos fue en la curación del tumor descubierto en su mandíbula derecha y en el paladar a principios de 1923, producido, a juicio del médico Marcus Hajek, a causa del tabaco. Ni las 33 operaciones que se le practicaron ni las molestas prótesis que tuvo que llevar consiguieron detener una enfermedad que terminaría por consumir su vida.
Si había que salir de Viena, ¿dónde ir? Descartado Estados Unidos –país calificado por Herr Professor en 1909 como “un inmenso error”– solo podía ser Gran Bretaña: “Muchas peculiaridades del carácter inglés encajan muy bien con mi propia naturaleza”.
Una trampa urbana
Sin la decisión y tenacidad de Anna, sin el apoyo material de Bonaparte y Burlingham, sin los movimientos diplomáticos, con bandera estadounidense, de Bullitt, sin los cuidados de Schur, sin las gestiones de Jones en Londres y sin el arriesgado “despiste” de Sauerwald, que aprobó la salida del grupo, jamás hubiese escapado Freud y su familia de la “celda austriaca”. Era ya muy tarde y Hitler había echado el cepo a la ciudad.
Hubo acoso y varios allanamientos en Verlag, su editorial, pero nada de eso impidió que los Freud salieran hacia París el 4 de junio de 1938 en el mítico Orient Express.
Cuando el tren cruzó el Rin y entró en Francia, Herr Professor dijo: “Ahora somos libres”. Un día después pasaban el Canal de la Mancha en un ferry nocturno hacia la añorada Gran Bretaña, un país, escribió, “bendito y feliz habitado por personas bienintencionadas y hospitalarias”.
[Sigmund Freud y el fin de una ilusión]
Tras llegar a la capital británica y establecerse definitivamente en el número 20 de Maresfield Gardens (Hampstead), Freud, muy mal ya de salud, recibió la visita de Zweig, que iba acompañado de un epatado Salvador Dalí, Isaiah Berlin y Virginia y Leonard Woolf, quien destacaría su “aura de grandeza”.
La palabra de un médico
Un aura que se apagaría, a los 83 años, en la madrugada del 23 de septiembre de 1939 de la mano del doctor Schur, que, como le prometió, estuvo junto a él en el último momento de su vida. Ese mismo día eran gaseadas sus hermanas en el campo de exterminio de Treblinka II. Hitler acababa de invadir Polonia y empezaba la Segunda Guerra Mundial.