La historia oficial soviética habla de una pequeña guarnición de 28 hombres del Ejército Rojo procedentes de las quince repúblicas que integraban la URSS, liderada por un enérgico y valiente campesino con el rango de sargento inferior llamado Yákov Pávlov, que en el corazón de Stalingrado, en la orilla occidental del Volga, logró resistir durante 58 días los ataques constantes de la infantería, los Panzer y los bombardeos en picado de los Stuka nazis desde el interior de un estratégico edificio que sobresalía de las líneas enemigas y controlaba uno de los puntos de cruce del río.
Su hazaña se narró por primera vez el 31 de octubre de 1942 en el periódico militar Bandera de Stalin y se convirtió en el paradigma de cómo defender a la madre patria de los invasores enviados por Hitler. Un par de semanas más tarde los hechos registrados en la bautizada como "Casa de Pávlov" —su nombre en clave era "faro" por ser la estructura más alta de la zona— saltaron a las páginas de Pravda y a la radio nacional, justo cuando los alemanes ocupaban el 90% de la ciudad.
Pero en realidad, como desvela el historiador Iain MacGregor en El faro de Stalingrado (Ático de los Libros), este relato que se sigue enseñando en las escuelas rusas tuvo más de propaganda con aspiraciones moralísticas que de verdad. "En la casa, convertida en una fortaleza, siempre hubo al menos 300 hombres y realmente la aguantaron durante más de cien días", explica el autor. Tras acceder a centenares de testimonios y diarios de combatientes, ha podido confirmar que la defensa del edificio recayó en el teniente Iván Filíppovich Afanásiev y no en el famoso Pávlov, herido en tres ocasiones y cuyo retrato se ha utilizado este año en grandes lonas distribuidas por la actual Volgogrado para conmemorar el 80 aniversario de la batalla que cambió el rumbo de la II Guerra Mundial.
MacGregor señala que hasta la crónica de la conquista del edificio realizada por un escuadrón de seis hombres comandados por Pávlov sea probablemente falsa: lo más seguro es que la casa estuviese desierta y que el sargento inferior no sorprendiese a los alemanes jugando a las cartas ni los rematase con su subfusil PPSh-41. "Es como El Álamo de los soviéticos, y fui a los archivos con la intención de contar cómo había sido. Cuanto más leía, desde el registro de un comandante hasta el de un soldado raso, más cuenta me daba de que no había sido como se contaba", revela.
La leyenda emergió en un momento crítico, cuando Stalingrado estaba a punto de caer y bajo la amenaza de que la URSS podía quedar dividida por el avance alemán. "Los corresponsales de guerra buscaban historias no solo para hacer creer a los defensores en la victoria, sino a todo el país. Y escogieron a Pávlov porque encajaba en el modelo del comunismo soviético: no tiene educación, es un campesino, no tiene rango de oficial, pero es muy valiente y consigue sobreponerse a todos los obstáculos —fue herido tres veces—. Era un héroe, un ejemplo para el resto de ciudadanos", asegura el historiador. El mito de Pávlov en Rusia, dice, es más poderoso incluso que el del francotirador Vasili Záitsev.
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El proyecto original del Iain MacGregor consistía en revisar la batalla de Stalingrado a través del choque encarnizado durante cinco meses en el centro de la ciudad de dos unidades clave: la 71.ª División de Infantería alemana, comandada por el general Alexander von Hartmann, y la 13.ª División de Fusileros de la Guardia del general Aleksandr Ilich Rodímtsev, a quien se le ordenó recuperar el territorio perdido. Si antes de entrar en combate ambas estaban integradas por unos 8.000-10.000 hombres, en febrero de 1943 apenas sobrevivían 300 soldados de cada una.
"Quería contar la historia puramente desde el punto de vista personal de estas dos unidades, como una metáfora de la batalla; y la Casa de Pávlov estaba en el medio, en tierra de nadie", detalla MacGregor. Logró los permisos para viajar en pleno confinamiento hasta Volgogrado y sumergirse en los miles de historiales de soldados del Ejército Rojo que se conservan en el Museo Panorama, casi adelantándose al estallido de la guerra de Ucrania y temiendo que el Gobierno ruso prohibiese el acceso a estos fondos como ha hecho en otros lugares del país, como en Podolsk, donde se encuentra el principal archivo militar del país. "En los últimos 15 años, Putin ha endurecido gradualmente las restricciones a la investigación, incluso si eres ruso", lamenta.
A su llegada a la ciudad del Volga, el británico fue recibido por un grupo historiadores locales. Les había llegado un chivatazo sobre su proyecto de investigación. "Me dijeron que estaban muy contentos de que por fin alguien fuese a contar la historia real: ellos llevaban cinco años intentado cambiar el nombre a la Casa de Pávlov por el de Afanásiev", asegura.
Sin embargo, el documento más valioso, y hasta ahora inédito, que presenta MacGregor en su libro son las memorias manuscritas del general nazi de la 71.ª División Friedrich Roske, el encargado de la rendición del Ejército alemán ante la delegación soviética. "Como no pude viajar a Alemania, publiqué algunos anuncios en los periódicos preguntando por familiares de soldados de esta unidad que hubieran combatido en Stalingrado. En seis meses recibí 35 respuestas, pero la más importante fue la del hijo más pequeño de Roske, que me envió este tesoro", relata mostrando una serie de imágenes de los originales.
Roske pasó doce años cautivo en el gulag y fue uno de los últimos alemanes en regresar a Alemania en 1955. En la Nochebuena del año siguiente se quitó la vida: la autopsia reveló que había consumido cianuro, probablemente la misma cápsula que le habían entregado momentos antes de entregar las armas en Stalingrado para no caer prisionero y que había conservado durante tanto tiempo.
"Su relato nos ofrece una visión completamente diferente de la experiencia alemana en Stalingrado", cuenta MacGregor, resaltando los pensamientos de culpabilidad que abordaban al general para con sus hombres. "Fue un comandante de primera línea, estuvo en el centro de las batallas desde el principio hasta el final y todo eso lo captura en sus memorias. También habla de la rendición, de su encarcelamiento, de su relación con [el comandante del Sexto Ejército Friedrich] Paulus y de lo que pensaba este sobre Hitler. Son 15.000 palabras y no había leído nada como esto".