Es casi una respuesta automática, alguien dice "Tutankamón" y nuestra imaginación corre a rescatar de sus archivos la imagen de una fabulosa máscara de oro, acompañada quizá por la de una habitación llena a rebosar de extraños muebles en precario equilibrio y la de un señor en mangas de camisa mirando con intensidad dentro de lo que parece un armario.
Ese señor es Howard Carter, la habitación es la antecámara de la tumba KV 62 del Valle de los Reyes y la máscara un utensilio destinado a preservar en lo posible el cuerpo embalsamado de un faraón del Reino Nuevo egipcio, concretamente el del antepenúltimo monarca de la XVIII dinastía. El descubrimiento de esta tumba se debe al buen hacer arqueológico de Howard Carter y a la nutrida cartera de lord Carnarvon, que lo tuvo contratado como su director de excavaciones durante más de una decena de años.
En 1922, la economía de la posguerra y la ausencia de grandes descubrimientos en el Valle de los Reyes, donde llevaban excavando desde 1917, hicieron que lord Carnarvon decidiera abandonar definitivamente su cara afición de excavar en Egipto. No obstante, se dejó convencer por Carter para continuar una última campaña, porque todavía quedaba un lugar del Valle donde no habían investigado y resultaba muy prometedor.
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La perseverancia de Carter se vio recompensada casi de inmediato: la campaña comenzó el 1 de noviembre de 1922 y el día 4 apareció el primer escalón de lo que parecía la entrada a una tumba. A pesar de lo que se inventara décadas después su nieto para sacarles propinas a los turistas –les enseñaba una foto de su abuelo posando con un pectoral de Tutankamón– los responsables del hallazgo no fueron los pies del niño que les llevaba el agua, sino el paciente trabajo de un arqueólogo con décadas de experiencia y un exhaustivo conocimiento del Valle de los Reyes.
Tras desenterrar los primeros catorce escalones y llegar a un acceso tapiado y con los sellos de la necrópolis intactos, Carter volvió a cubrirlo todo de arena y corrió a cablegrafiar la buena noticia a lord Carnarvon, que se encontraba en Inglaterra. Dos semanas después, él y su hija estaban en Tebas y la excavación podía reanudarse. No fue hasta el día 26 cuando, tras vaciar el corredor de acceso y toparse con otra puerta condenada, pudo Carter asomarse por un mínimo agujero a lo que luego se llamaría "la antecámara".
Tras unos segundos de mudo asombro, lord Carnarvon le preguntó ansioso: "¿Puedes ver algo?". A lo que según su diario de excavación Carter respondió: "Sí, es maravilloso". Desafortunadamente, una picadura de mosquito que se sajó al afeitarse y se infectó acabó con la vida del noble británico. Falleció en abril de 1923, apenas seis meses después de descubrirse la tumba, desencadenando una tormenta mediática en forma de pretendida maldición. Una paparrucha que todavía colea hoy día, cuando ya se ha demostrado científicamente su inexistencia.
La KV 62 es una tumba diminuta en comparación con la de otros faraones de la misma dinastía. El pasillo de entrada (7,67 × 1,66 m) da acceso a "la antecámara" (7,86 × 3,55 m), que en el extremo izquierdo cuenta con una entrada a una habitación llamada "el anexo" (4,3 × 2,6 m) y por la derecha a "la cámara funeraria" (6,4 × 4,14 m). Esta es la única estancia decorada del hipogeo y allí se encontraron el sarcófago de piedra y los ataúdes de Tutankamón.
Desde aquí, por la derecha se accede a una habitación conocida como "el tesoro" (4,75 × 3,83 m). En total apenas 110 m2 donde cupieron casi 5400 objetos de todo tipo, desde la ropa interior del soberano, a sus vasos canopos, pasando por sus juguetes de niño, sillas plegables, carros de combate, infinidad de cajas con ofrendas de comida, arcos, bastones, cajas, guantes, estatuas, lámparas...
El TAC realizado a su momia no ha conseguido averiguar de qué falleció, aunque ha descartado que fuera por un golpe en la cabeza
¿Cómo llegó el hipogeo de Tutankamón a salvarse del desgaste del tiempo pero, sobre todo, de la labor de los ladrones de tumbas? Sencillo, porque no lo hizo. En realidad la KV 62 fue saqueada en dos ocasiones. La primera al poco de ser cerrada y la segunda quizá no mucho después. En ambas ocasiones el robo fue descubierto y la tumba vuelta a sellar, la segunda vez tras atrapar a los ladrones con las manos en la masa y tras ordenar apenas el desorden que habían causado dentro. Tapadas las escaleras, la entrada a la tumba cayó en el olvido hasta acabar cubierta con cerca de un metro de escombros y arena. El mejor de los camuflajes.
Tutankamón fue el último estertor de lo que se conoce como el período amárnico, comenzado cuando en el quinto año de su reinado Amenhotep IV no sólo se mudó de Tebas en compañía de su esposa Nefertiti para trasladarse a una capital de nueva construcción, Amarna, sino que se cambió el nombre por el de Akenatón y abandonó el culto oficial al dios Amón en favor del dios Atón.
Era el paso final de la solarización de la monarquía comenzada durante el reinado de su padre, Amenhotep III. Ahora, en vez de adorar a un dios que se llamaba "el oculto" se pasó a adorar al disco solar, una divinidad a la que todos podían ver en el cielo. El experimento religioso sólo cuajó en la nueva capital y entre los miembros de la corte.
En realidad la gente del común de todo el país, Amarna incluida, siguieron adorando a sus dioses de toda la vida. De modo que cuando Akenatón y Nefertiti murieron, seguramente por la epidemia de peste que sacudía Oriente Próximo, la herejía murió con ellos.
Gracias a unos controvertidos análisis de ADN, hoy sabemos que Tutankamón era hijo de Akenatón. Conocemos con seguridad, en cambio, que no lo sucedió inmediatamente; pues durante menos de cuatro años antes que él estuvo reinando su medio hermana mayor Meritatón.
Al morir Nefertiti su padre se desposó con ella, convirtiéndola en "gran esposa real", posición de poder que le permitió relegar a su medio hermano de cuatro años y ascender al trono como heredera de su padre. Fue ella quien abandonó Amarna y comenzó el proceso de retorno al culto a los dioses tradicionales. Muerta la reina por causas desconocidas, por fin pudo subir al trono el heredero varón de Akenatón. Sólo tenía ocho años de edad, de modo que los poderes en la sombra seguramente tuvieron algo que decir al respecto.
Durante los diez años siguientes continuó con la política iniciada por su hermana, lo que implicó cambiar su nombre original de Tutankhatón por el que hoy es mundialmente conocido, Tutankamón. De todos estos cambios nos informa sin haberlo pretendido el ajuar de faraón, donde hay piezas claramente reutilizadas donde se ha borrado el nombre de su hermana o están decoradas con textos en femenino.
Tras suceder a su medio hermana, las fuerzas vivas que apoyaban a Tutankamón se encargaron de negarle a esta la categoría de reina gobernante y devolverle la de princesa. El resultado fue que esquilmaron su ajuar funerario para entregárselo al sucesor legítimo, tal cual lo veían ellos.
Sin descendencia –los fetos de sus dos hijas nonatas lo acompañaron en la tumba–, Tutankamón falleció apenas diez años después de convertirse en soberano del Doble País. Por desgracia, el TAC realizado a su momia no ha conseguido averiguar de qué falleció, aunque ha descartado que fuera por un golpe traicionero en la cabeza. Sabemos en cambio que tenía el paladar hendido, además de un pie zambo y el otro plano, lo que le habría impedido caminar con soltura.
Los soberanos de la dinastía siguiente intentaron borrar de la historia a todos los faraones del período amárnico, Tutankamón incluido, de modo que llegar hasta el puesto que ocupa hoy en el imaginario mundial no ha sido nada sencillo.
Básicamente, implicó una herejía, una epidemia de peste, varios soberanos sin hijos, el robo de una tumba, la construcción de un hipogeo, un arqueólogo sin estudios, un aburrido conde de salud maltrecha, un aguador con un pectoral milenario y una desgraciada muerte causada por una maldición inexistente.
José Miguel Parra Ortiz es egiptólogo, doctor en Historia Antigua por la UCM y autor de Howard Carter. Una vida (Confluencias, 2022).