La cala de Aiguablava, de arena fina y aguas cristalinas, tiene fama de ser una de las más populares de la Costa Brava. Lo es ahora para los turistas, pero lo fue durante siglos como puerto natural y refugio frente a las tormentas de embarcaciones que cruzaban el cabo de Begur. Allí se ha documentado media docena de pecios y numeroso material arqueológica, como ánforas antiguas, una copa romana de cristal, un cesto de achicar agua o el anillo del capitán con un sello para lacrar contratos.
Pero entre esos hallazgos llaman la atención dos monedas de oro. La primera data de la época del princeps Augusto, entre los años 2 a.C. y 14 d.C.; la segunda es un ducado veneciano acuñado por el dux Michele Steno (1400-1413). Lo llamativo es que en la zona no se ha documentado hasta el momento ningún barco hundido relacionado con estas fechas. La pregunta resulta obvia: ¿dos personas con la misma mala fortuna y con catorce siglos de diferencia perdieron sendas piezas áureas a su paso por la cala de Aiguablava? Fascinante.
Esta misteriosa historia es una de la que articulan la exposición Naufragios. Historia sumergida, inaugurada este jueves en el Museo Arqueológico de Cataluña. A través de más de dos centenares de objetos recuperados en excavaciones científicas, algunos expuestos al público por primera vez, y un montaje inmersivo con gran protagonismo de los elementos audiovisuales, la muestra —abierta hasta el próximo verano— constituye una suerte de homenaje a los profesionales del Centro de Arqueología Subacuática de Cataluña (CASC), que llevan tres décadas recuperando y estudiando el patrimonio histórico escondido bajo el agua.
El recorrido expositivo se divide en cuatro grandes ámbitos dedicados a los exploradores del mar —aquí se recuerda la figura de los urinatores, los buzos romanos, o la recuperación de ánforas en cala Cativa (Girona) que realizó Romuald Alfaràs en 1894, considerada una de las primeras actuaciones arqueológicas subacuáticas en el Mediterráneo—, a la evolución de los barcos y la navegación, a la investigación científica de los pecios y a la protección del patrimonio sumergido.
La muestra, comisariada por Xavier Nieto, Gustau Vivar y Rut Geli, antiguos y actual responsables del CASC, bajo la coordinación de Carme Rovira Hortarà y la dirección de Jusèp Boya, director del MAC, se vertebra a través de tres pecios en los que se han recuperado piezas con historias singulares que conforman un baúl de curiosidades. El Culip IV (Cadaqués) fue el primer barco excavado en España por un equipo de arqueólogos. Se trata de un naufragio romano, datado entre los años 78 y 82 d.C. que transportaba hacia el sur un cargamento de más de 1.947 vasos cerámicos lisos y 814 decorados, 79 ánforas con una capacidad de 5.000 litros de aceite y 42 lámparas fabricadas en la Urbs.
Expolio brutal
Otro pecio romano, el Formigues II, que se fue a pique a finales del siglo I a.C., se identificó en Palafrugell-Palamós a 47 metros de profundidad. La carga del barco itálico, en un excepcional estado de conservación, la componían ánforas de la Bética con salazones y salsas de pescado. El Deltebre I es un naufragio mucho más moderno: el navío militar inglés se hundió en 1813 en el contexto de la Guerra de la Independencia —formaba parte de una gran flota enviada por el general Wellington para atacar Tarragona, controlada en ese momento por las tropas francesas, y que fracasó en su misión—.
Entre los vestigios de la embarcación se han encontrado un zapato con el talón de la suela forrado de plomo —probablemente perteneció al encargado del polvorín y como medida para evitar un chispazo fatal—, un conjunto de 62 monedas rusas acuñadas durante el reinado de la emperatriz Catalina la Grande (1762-1769) —se sabe que durante la contienda española los ingleses embarcaron a combatientes rusos— o una botella de vino fundillónm con denominación de origen en Alicante, muy preciado por ilustres fiugras como Voltaire, Shakespeare o Luis XIV.
Otros objetos llamativos que se muestran en la exposición son los restos de un hacha de finales de la Edad del Bronce o principios del Hierro hallados en la playa de Alcanar, quizá procedentes de una nave contemporánea o un asentamiento terrestre; unas tapas de corcho de ánforas romanas de la segunda mitad del siglo I a.C. con un agujero en su centro para liberar los gases generados durante el proceso de fermentación del vino; una bocina de señalas de la misma época; una ilustración del año 1678 que reproduce la llamada campana de Cadaqués, construida en 1654 por encargo de Juan de Austria con la finalidad de recuperar materiales de dos galeones que naufragaron en el cabo de Creus; o una prensa de pipa del siglo XIX.
La exposición también hace hincapié en la necesidad de proteger el patrimonio que se encuentra bajo el agua. La carta arqueológica subacuática de Cataluña cuenta con 855 yacimientos inventariados. Más del 85% han sido expoliados total o parcialmente. De hecho, Xavier Nieto ha reconocido durante la presentación que la Costa Brava fue una mina para los submarinistas furtivos en las décadas de los años 60 y 70. Algunos, ha asegurado, "se pagaban las vacaciones" con la venta ilícita de ánforas.
Un caso singular de esta lacra todavía presente lo constituye un pecio romano del siglo II a.C. encontrado en un arenal del delta del Llobregat, en una zona conocida como Les Sorres, junto a una gran cantidad de ánforas, cerámicas completas, tres anclas de hierro y una campana de bronce. Pero lo más valioso, un casco etrusco de bronce del siglo V a.C. fue sacado ilegalmente de España y acabó en una colección estadounidense tras ser subastado en Christie's. A pesar del juicio que condenó a un hombre por su extracción, la pieza no ha sido devuelta y el Museo de Gavà debe conformarse con exponer una réplica. Un ejemplo más del incontable patrimonio perdido.