Samuel Pepys, el gran cronista inglés de la peste… y las resacas
El destacado funcionario naval y político británico del siglo XVII debe su fama a un exquisito diario privado plagado de citas gastronómicas y gráficas vomitonas.
27 abril, 2022 03:42Noticias relacionadas
Samuel Pepys llegó demasiado pronto a casa de su señor. Edward Montagu, primer conde de Sandwich y miembro del consejo de Estado durante el gobierno de Oliver Cromwell, aún no se había levantado. Para hacer tiempo fue hasta Charing Cross, donde iban a ahorcar, arrastrar y decapitar al general Thomas Harrison, uno de los firmantes de la condena a muerte del rey Carlos I en el marco de la guerra civil inglesa. La monarquía había regresado a Londres con los aceros afilados.
En la entrada de sus célebres diarios del 13 de octubre de 1660, Pepys describió la macabra escena: "Lo ejecutaron rápidamente y exhibieron su cabeza y su corazón ante la muchedumbre, lo que suscitó grandes gritos de júbilo". Luego, con sorna, presumió de haber tenido la suerte de presenciar en directo el ajusticiamiento del monarca de la casa Estuardo y la primera sangre derramada en venganza por el regicidio, ya demostrando sus dotes de ácido y perspicaz comentarista.
No obstante, lo más singular de su narración reside en la entereza —de tripas— y tranquilidad con la que narró su siguiente destino: la Taberna del Sol, uno de sus lugares favoritos de la City, donde se permitió un manjar de ostras acompañado de un par de amigos. Tenía el cronista más importante de los años de la Restauración inglesa un estómago prodigioso y refinado, solo apto para los platos más exquisitos, además de una fina pluma interesada en la experiencia gastronómica.
Samuel Pepys (1633-1703), hijo de un modesto sastre londinense, fue un afamado funcionario naval y político que llegó a ocupar el cargo de secretario del Almirantazgo, ser miembro del Parlamento y presidente de la Royal Society en el momento culminante de su carrera. Su reputación, sin embargo, se debe a la elaboración de unos diarios —editados en español por Renacimiento— en los que recogió detalladas observaciones de los acontecimientos más destacados de la Inglaterra de la segunda mitad del siglo XVII, intrigas de la corte, confesiones de infidelidad y un popurrí de intereses personales.
Lo cierto es que los textos los escribió desde la perspectiva del consumo privado y sin el ánimo de morderse la lengua. De otra forma le hubieran costado su puesto, y seguramente la vida. Están fechados entre el 1 de enero de 1660 y mediados de 1669, cuando el pensamiento paranoico de que redactar en la penumbra iba a agotar su vista le empujó a abandonarlos. Los diarios permanecieron inéditos hasta que en 1825 los tradujo el reverendo John Smith.
Erudito y camaleónico
Pepys, además de todos los logros y cargos que engrosan su biografía, fue un gran bebedor y comilón, un hombre arrodillado ante los placeres del vino y los corderos. La editorial Nórdica, bajo el título de La alegría del exceso, acaba de publicar un desglose gastronómico de sus escritos, en los que abundan cenas de gala, madrugadas de parranda en las tabernas y platos un tanto exóticos —callos cubiertos con mostaza, empanada de cisne, lenguas de alondra y un largo etcétera—, pero también borracheras, vomitonas y resacas de campeonato.
"Noto que mi cabeza se resiente cuando bebo vino, así que espero poder dejarlo con la ayuda de Dios", escribió. Unas semanas más tarde, tras una jornada de juerga y brindis, la misión se confirmó fallida: "Estaba tan borracho que no me atrevía a leer mis oraciones por miedo a que los criados descubrieran mi estado". El clímax de su alcoholismo, sin embargo, se manifestó durante la coronación de Carlos II: "Si alguna vez he estado ebrio ha sido entonces, aunque no puedo asegurarlo, pues me dormí y no desperté hasta la mañana. Solo cuando me levanté vi que estaba cubierto de vómitos. Así terminó el día, con alegría por doquier".
Los minuciosos relatos que trazó Pepys sobre las grandes tragedias que asolaron Londres en la mencionada década son muy conocidos. Pero la selección de los fragmentos en los que habla sobre banquetes y dolores estomacales permite comprobar que fue un tema de enorme presencia en su literatura diarística. La misma y breve entrada que dedicó a contar un divertido almuerzo en casa del vicealmirante George Carteret a base de un barril de ostras, torta y queso la cerró informando de que esa semana se habían muerto más de setecientas personas a causa de la gran plaga que golpeó la capital británica entre 1665 y 1666.
Tampoco desechó las menciones a la comida —y sus costes— durante los momentos críticos del gran incendio de Londres, a principios de septiembre de 1666. Pepys cavó un hoyo en un jardín donde metió su vino español, el parmesano y documentos oficiales. Esos días tuvo que cenar con su mujer francesa restos de almuerzo —"no tenemos fuego ni platos ni oportunidad de preparar nada"— o "una paletilla de cordero de la taberna, sin servilletas ni nada, de forma humilde pero contentos".
Las heterogéneas notas del funcionario son una postal de la vida y la alimentación de la clase alta de la Inglaterra de la época: enumeró una serie de reglas escatológicas para mejorar su salud —en 1658 le extrajeron una piedra del riñón en una arriesgada operación—, suya es la primera mención escrita de una persona tomando té en Inglaterra —"una bebida china que no había probado nunca"— e incidió en un placer a su juicio insuperable: comer en vajilla de plata.
Pepys, que sería falsamente acusado de piratería y traición —estuvo preso en la Tower— fue un tipo erudito, que en sus diarios inventarió numerosos libros —en un viaje a Oxford compró uno sobre el monumento prehistórico de Stonehenge—, críticas de obras de teatro —de Shakespeare, que todavía no había alcanzado la categoría de mito, solo le gustaba Macbeth—, noches estudiando música con su laúd y una infinita capacidad de trabajo.