Francisco Umbral tuvo una suerte de fijación con Carmen Díez de Rivera, a la que denominaba “la musa de la Transición”. La política madrileña, hija ilegítima del filonazi Ramón Serrano Suñer, ministro de Asuntos Exteriores en los primeros compases del franquismo, fue jefa de gabinete de Adolfo Suárez entre 1976 y 1977, es decir, durante un lapso crítico en el tránsito de la dictadura a la democracia.
Leyendo a Umbral, precisamente, fue como Francisco Justo se enganchó al personaje y, tras ‘enredar’ a Miguel Pérez, decidió escribir al alimón con él la obra Carmen, nada de nadie (título inspirado en la canción de Cecilia), que estrenan en el Teatro Español el miércoles 17.
“Nos apoyamos en hechos biográficos e históricos que sucedieron, pero las conversaciones son pura ficción”, advierte a El Cultural Justo, para que queden claras las reglas del juego de una dramaturgia cristalizada en escena por Fernando Soto con atrezo austero y aire de thriller.
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La estructura es la siguiente: se muestran las vicisitudes de su año junto a Suárez y, entre ellas, se intercalan analepsis que reconstruyen la infancia y juventud de Díez de Rivera, encarnada por Mónica López, a la que acompañan Oriol Tarrasón, Ana Fernández y Víctor Massán. “Las escenas tratan de seguir ese paralelismo entre las crisis públicas y los conflictos personales, aunque tengan lugar en distintas épocas”, aclara Pérez.
Entre los conflictos personales, sobresale, como un destello trágico propio de Sófocles, su matrimonio truncado con el hijo legítimo de Serrano Suñer, es decir, su medio hermano. Un vínculo ocultado por sus progenitores que les estalló en la cara cuando solicitaron las partidas de bautismo para el casamiento. Fue un trauma que marcó a Díez de Rivera (llegó a hacerse monja de clausura) pero al que se sobrepuso con una tenacidad admirable, que la llevó a completar una formación exquisita en La Sorbona y Oxford.
Llegó a rumorearse que tuvo affaires tanto con Suárez como con el rey Juan Carlos. “En la obra todo queda sugerido y el espectador tendrá que apropiarse de su propia versión de los hechos, el pasado y la historia siempre están en disputa”, señala Justo. Aunque su pieza se esfuerza más en resaltar su aportación a la democracia española.
“Díez de Rivera –afirma Pérez– representa a todos aquellos que empujaron sin descanso, de una forma decidida y casi diría que heroica, porque se jugaron físicamente el pellejo, para que el nuestro fuera un país ‘normal’, como le gustaba decir a ella, un país como el resto de los países europeos, que era su aspiración”.
Fue una defensora sin matices de la legalización de todos los partidos. “En sus últimos años, se terminó definiendo como una ecosocialista”, añade Pérez, que, junto a Justo, ha cimentado su trabajo en El azar de la mujer rubia de Manuel Vicent, El triángulo de la Transición de Ana Romero y todo lo que escribió Umbral de ella.
“No olvidemos –apostilla Justo– que el Diario político y sentimental de Umbral se publica al poco de morir ella, a quien se lo dedica”. El libro de Romero incluye además algunos fragmentos de su diario personal, “que se destruyó a su muerte por expreso deseo suyo”.