La vida de Guillermo Heras (Madrid, 1952) ha estado asociada al teatro en todos los planos, así que el gremio hoy llora la pérdida de una figura que tanto ha batallado por darle proyección y cobijo desde diversos ángulos, como actor, director de escena, dramaturgo, editor y gestor. Una pléyade de funciones que desarrolló con una amor y pasión por el oficio inspiradoras.
Heras se licenció en 1973 en la Real Escuela de Arte Dramático de Madrid. También incursionó en la Facultad de Ciencias de la Información, pero su querencia por las tablas era irreversible. Así en 1974 ya estaba enrolado en el grupo Tábano, devenido con el tiempo en hito del teatro independiente. Jugó un papel crucial dentro de esta troupe insuflando nuevo brío al proyecto que botaron Juan Margallo, José Luis Alonso de Santos, Enriqueta Carballeira y Alfredo Alonso en 1968. Allí dejó huella de sus buenas dotes para liderar proyectos originales y novedosos.
Tras diez años embarcado en esta nave, Heras cambió de aguas. Se puso al frente del Centro Nacional de Nuevas Tendencias Escénicas, un laboratorio para impulsar y reforzar las sintaxis escénicas de vanguardia, y la Muestra de Teatro Español de Autores Contemporáneos, con sede en la Universidad de Alicante. En estos dos frentes, jugó un útil papel para transfundir savia nueva. Desde Alicante organizó homenajes a Buero Vallejo, Alfonso Sastre, Antonio Gala, Alonso de Santos, Paloma Pedrero, López Mozo, Laila Ripoll, La Zaranda…
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Él mismo puso en escena Calderón de la Barca, Lorca, Nieva, Mayorga… Palabras mayores de nuestra dramaturgia. También trascendió nuestras fronteras escenificando a Shakespeare, Bertolt Brecht, Sarah Kane y Pier Paolo Pasolini, un mérito particular que cabe asignarle teniendo en cuenta la escasez de eco que ha tenido el teatro pasoliniano.
Aunque al hablar de Guillermo Heras es forzoso aludir a su gran trabajo como puente entre las dos orillas del Atlántico, al igual que figuras como Sanchis Sinisterra e Ignacio García, que hizo de Almagro un promiscuo escaparate de montajes colombianos, mexicanos, peruanos, argentinos...
Pocas personas en España tenían un conocimiento tan detallado de lo que se cocinaba en los teatros americanos, en gran medida gracias a su labor como coordinador del programa Iberescena, destinado a dar ayudas a artistas o compañias independientes, siguiendo cuatro líneas de acción: festivales, coproducciones, creación y proyectos especiales.
Con el Laboratorio América, por ejemplo, armó para la Compañía Nacional de Teatro Clásico y el Teatro San Martín de Buenos Aires Los áspides de Cleopatra de Rojas Zorrilla con acento porteño. Fue un especialista persistente en esas sinergias.Como autor, dejó un reguero de piezas La oscuridad. Trilogía de ausencias, Rottweiler, Inútil faro de la noche, Ojos de nácar, Muerte en directo, Alma, Muchacha, y Pequeñas piezas desoladas…
“Creo -decía- que mi escritura es más la de un director de escena que la de alguien proveniente de la literatura, por lo que muchas veces las obras que escribo son las que me gustaría ver en un escenario, aunque no montadas por mí sino por la mirada ‘del otro’. Siempre he considerado escribir teatro como una aventura placentera y, por eso, aún me sorprendo cuando digo, y es verdad, que no lo hago para que me estrenen… Y muchos no lo creen”.
Hace pocos meses nos regaló, por otra parte, un curioso volumen enmarcado en el catálogo de la editorial Punto de Vista: La mano de Dios. Fútbol y teatro. En él, presentaba una selección de textos 'balompédicos' de Sergi Belbel, Antonio Rojano, Juan Mayorga...