El vínculo de Diego Luna (Toluca, 1979) con España es muy estrecho. Por la vía del teatro se consolidó mucho en su mocedad, cuando acompañaba a su padre, iluminador y escenógrafo que trabajaba para la Compañía Nacional de Teatro de México, en las giras veraniegas por la piel de toro. “Referentes españoles no me faltan”, confiesa el popular actor de Y tú mamá también, Mi nombre es Harvey Milk y Rogue One, película esta última de la saga Star Wars a la que dará continuidad con la serie Andor. Lo hace en Matadero, donde va a estrenar en España Cada vez nos despedimos mejor, un monólogo que ha sido un fenómeno en su país, donde lo ha representado cerca de doscientas veces. Nada menos.
Será este sábado pero ya ha tiene vendidas todas las entradas. “Es algo que me da pánico”, comenta medio en broma, medio en serio. “Pero también me hace mucha ilusión. Yo siempre pienso que al teatro va a venir poca gente. Es algo que me sembraron de pequeño. Quizá porque en las obras de mi padre era así”. El texto nació en un momento en que Luna, obligado a viajar de manera constante para atender sus obligaciones fílmicas, quería estar cerca de su familia (tiene dos hijos de la también actriz Camila Sodi). Entonces se puso en contacto con el autor Alejandro Ricaño. Varios encuentros regados con mezcal alumbraron un trabajo íntimo que ahora defenderá en varias ciudades españolas.
Luna, dirigiéndose directamente al público para romper la cuarta pared, cuenta la historia de una curiosa pareja, Sara (una fotoreportera comprometida) y Mateo (más pasota y despistado), que casualmente nacieron el último segundo de 1979. Sus avatares amorosos recorren casi cuatro décadas en las que se van encontrando y desencontrando. La narración de los acontecimientos privados se enmarca en el discurrir de la vida colectiva en México. “Ellos se conocen en el terremoto de 1985, un temblor que despertó al país y fue el preámbulo de grandes transformaciones. En el 88 por primera vez ganó la oposición al PRI, que había instaurado una especie de monarquía institucional. Luego en el 94 se dio un periodo de violencia desbordada que originó una reacción ciudadana. Es lo que me tocaba atestiguar a alguien de mi generación”, comenta. Que es también la de Ricaño, que nació en el 1983, con lo que hay una sincronía vital entre el intérprete y el autor, que a su vez ejerce como director.
"Siempre pienso que al teatro va a venir poca gente. Quizá porque con las obras de mi padre era así"
Cuenta Luna que la pieza culmina con la vuelta del PRI al poder en 2012. Recuerden: Peña Nieto. “Apenas acabábamos de decirle adiós y ya lo teníamos de vuelta. Un cambio que parecía que iba a ser profundo acabó disolviéndose”, señala contrariado Luna, que informa de que la obra se asienta mucho en esa sensación de esperanzas truncadas. En lo social y en lo personal. Así ocurre también en el vínculo entre Mateo y Sara, que empieza como algo bello y edificante y que, por la incapacidad para despedirse, se acaba emponzoñando. Él no sabe cómo romper amarras. “Es que no nos lo enseñan y lo hacemos muy mal en general”.
Ahí esta el meollo de Cada vez nos despedimos mejor, en la que los espectadores no van a encontrar un manual para afrontar mejor estas situaciones en las que lo aconsejable es poner tierra de por medio. “Tendrá que ser en otra obra, a mí me gustan las historias que plantean preguntas. Cuando me dicen qué hacer, me recuerda a la peor versión de la escuela y salgo corriendo”. La de Ricaño tiene mucho humor, tirando a negro, resulta divertida pero, apunta Bernal, llega un punto en el que empieza a doler. “Pero no te das cuenta de cuando llega este, de pronto ves que está hablando de ti”.
En el escenario Luna concurre acompañado de un percusionista (Darío Bernal) con el que debe empastarse en una melodía hecha de palabras y notas. El actor mexicano de algún modo se desnuda. El libreto tiene un poso autobiográfico aunque no quiere dar claves en este sentido para no coartar o guiar las interpretaciones del público. Sí reconoce que está presente el trauma de haber perdido a su madre cuando solo tenía dos años. Un trauma irreparable que también sufre Sara, la cual hereda de su progenitora la Polaroid que utilizará para desarrollar su inclinación hacia el fotoreporterismo.
Luna, por otra parte, hace valer su presencia en España como un eslabón más en la sintonía hispanomexicana, convulsionada con la abrupta petición de perdón de López Obrador al rey Felipe VI. “La fractura no existe. Está más en la política que la vida real. Yo noto aquí un interés genuino por lo que pasa en mi país. México ha estado mirando mucho al norte y España a Europa y se nos olvida todo lo que tenemos en común”.