Ángel Facio, el goliardo máximo del teatro español
Muere el director teatral y fundador de la compañía Los Goliardos, hito de la escena española alternativa
22 noviembre, 2021 18:52Ángel Facio (Madrid, 1938) ha muerto donde quería, en Cellorigo, La Rioja, lejos de la España apretujada en la que nació. Lo hizo en plena Guerra Civil, en un Madrid cercado por las columnas del bando nacional. Pero se había enamorado de este pueblo riojano (de su peña sobre todo) y se lo había dicho alguna a vez a su mujer, Aura: aquí es donde me gustaría morir. Y se ha salido con la suya. Junto a ella se ha despedido del mundo y de su gran pasión, el teatro, que abrazó tras apostatar de una prometedora carrera como profesor universitario (impartía Teoría del Estado en la Facultad de Políticas de la Universidad Complutense).
Su afición por la interpretación afloró pronto. “Yo tendría 5 años y empecé a imitar al Chato Guillén, caricato de cierta reputación en aquel incipiente estado franquista. El Chato me subió al escenario y terminamos juntos la función”, recordaba. La inclinación no se disolvió con el tiempo. De hecho, durante el bachillerato, cursado en el colegio salesiano de San Miguel Arcángel, siguió haciendo pinitos como cómico: interpretó un protagonista en Parada y fonda de Vital Aza. “Y continué en la mili, donde por insistencia del capellán monté un grupillo de teatro y me estrené como dramaturgo y director de escena con Proceso a Jesús de Diego Fabri y La otra orilla de López Rubio”.
En el 59 se licenció en Ciencias Políticas por la Complutense. En su historial abundaban los sobresalientes. Prometía como estudiante. Empezó los cursos de doctorado y se integró como profesor ayudante en la Cátedra de Historia de las Ideas y de las Formas Políticas. Así como en la Cátedra de Fundamentos de Filosofía. Pero no había logrado purgar el veneno del teatro que corría por sus venas y decidió dar un bandazo en su vida, “cambiando el bicornio por el gorro de cascabeles”. El camino libertario era el suyo. “No quería convertirme en un funcionario pedagógico del franquismo”.
En 1964 protagoniza un hito de la historia del teatro alternativo al fundar la compañía Los Goliardos, un claustro de disidencias por el que han pasado figuras tan relevantes como Pedro Almodóvar, Carmen Maura, Santiago Ramos… “Cámara y ensayo”, así definían su estilo inicial. Debutaron con Miguel de Unamuno (El otro), autor que dio paso a Fernando Arrabal, Eugene O’Neill, Chéjov, Beckett… A bordo de una furgoneta, su tropa recorrió España de cabo a rabo. Montajes que dejaron huella entonces fueron Juan de Buenalma de Lope de Rueda y La boda de los pequeños burgueses de Bertolt Brecht.
Conservaba preciosos recuerdos de aquellas correrías escénicas. Y echaba mucho de menos la actitud que las alentaba, en contraste con la mercantilización del oficio que vino a posteriori. “El espíritu del riesgo y la aventura, sentido de la tribu, la ‘pastuqui' en un segundo plano, ignorar la hora de acostarse o de levantarse, rendir con la parienta... en resumen, libertad con amplias dosis de libertinaje”, resumía en una entrevista concedida a El Cultural. Sufrió también mucho en los pasillo oficiales, ya en democracia, esperando el apoyo (el dinero) necesario para levantar sus proyectos. “Fueron estos tiempos de desilusión, imputable sin duda a la falta de un proyecto cultural coherente por parte de los advenedizos socialistas de salón que nos cayeron en suerte”.
Lo que vino después fue una constante trashumancia: Polonia, Sevilla, Colombia… A principios de los 2000 se cansó de dar tantos tumbos. Intentó asentarse como director la RESAD. Preparó las oposiciones pero no la cosa no prosperó, algo que chocaba a Mario Gas, buen amigo suyo: “Sabía si no más, al menos igual que el jurado”. El propio Gas le dio bastante cancha durante su etapa como director artístico en el Teatro Español, algo que le devolvió la motivación. Allí estrenó Romance de Lobos, un Homenaje a Miguel Mihura, Desventuras conyugales de Bartolomé Morales, de Ruzante, Los cuernos de Don Friolera, El Balcón y Moscú Cercanías. Un sprint final pletórico que ha encontrado su meta en el lugar deseado: Cellorigo. Facio se despide dando un ejemplo práctico de libertad: en la vida y también en la muerte.