Se quejaba amargamente Juan Carlos Pérez de la Fuente en 2016 de que el teatro de Cervantes había sido despachado hasta la fecha con cuatro tópicos. “Para mí, si Lope es el creador del arte nuevo de hacer comedias, Cervantes es el creador del arte nuevo de hacer tragedias”. Lo hacía al hilo del estreno de la más emblemática de su colección, El cerco de Numancia, que levantó en el Español cuando lo dirigía, en medio de la fuerte polémica por su despido. Tuvo que armar aquel montaje en mitad de un ‘asedio’ que lo cargó de significados parateatrales. Por suerte, Ana Zamora (Madrid, 1975), que le toma el testigo en el empeño de aupar esta pieza en la cartelera, está libre de los condicionantes políticos que marcaron aquel estreno. Su propuesta, por otro lado, sigue otro camino formal. De hecho, ella misma aclara a El Cultura que la suya es “una Numancia de cámara” diseñada para el Teatro de La Comedia, donde se puede ver desde este sábado.
Nada que ver pues con el imponente despliegue escenográfico (planchas metálicas, uniformes militares con reminiscencias nazis, una pasarela que se adentraba en el patio de butacas…) de Pérez de la Fuente, que conectó la obra cervantina con el drama migratorio y la envolvió en un aura épica. Zamora no ha querido ver vídeos de aquel precedente. En realidad, de ninguno. “Nunca lo hago hasta que tengo mi planteamiento ya definido. Luego sí”. La directora madrileña ha sido coherente con la línea de trabajo desarrollada hasta la fecha por su compañía, Nao d’amores, que, por cierto, celebra estos días su vigésimo aniversario de vida (¡bravo!). Es decir, se han llevado a Cervantes a su especialidad, que es, aparte del Medievo, el Renacimiento. “Es que se le suele encasillar en el Barroco pero no hay que olvidar que es renacentista. Sí, pertenece a un Renacimiento tardío, que ya no es optimista sino más desengañado, pero es Renacimiento al fin y al cabo”, argumenta.
Primitivismo estoico
Por esta razón descarta adscribir Numancia al “gran teatro del Siglo de Oro”. Una decisión clave porque orienta el objetivo de un proyecto coproducido por la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Como una restauradora, Zamora ha ido eliminando las adherencias barroquizantes que se han acumulado en torno a la tragedia cervantina, amén de las exaltaciones patrioteras que han encontrado en la admirable resistencia numantina una coartada. “La idea es devolverle su primitivismo original y despojarla de las banderas. Hemos ido a su esencia humanista, que es la palanca que nos impulsa hacia lo trascendente. No hay grandes ejércitos ni batallas en el escenario. Es un planteamiento más reflexivo. Los numantinos no aparecen como guerreros ardorosos y épicos. Aceptan su destino con serenidad estoica”, señala Zamora, que con este último detalle destapa también la sintonía de su versión con el imaginario grecolatino y, más en concreto, con Séneca.
En la digna determinación de los moradores de la ciudad celtíbera tienen una influencia capital las mujeres. Ellas marcan un punto de inflexión en el desarrollo de los acontecimientos, ya que convencen a los hombres de que la salida más digna del confinamiento al que los tiene sometidos Escipión es agotar las reservas de alimentos y quitarse la vida. De ese modo, ningún arévaco podrá ser lucido como trofeo de guerra por los romanos. “Es un hecho que del que no tiene sentido deducir que Cervantes era un protofeminista o algo así. Es absurdo. Pero sí deja muy claro el valor humanístico de Cervantes, que daba tanta importancia ya entonces a la perspectiva femenina”.
Así lo interpreta Zamora, que, desde el momento que anunció que se había decantado por el autor de El Quijote para ‘cumplimentar’ su joint venture con la CNTC, le llovieron los consejos, las sugerencias, las insinuaciones, los ofrecimientos… Todo el mundo quería ‘explicarle’ cómo se representaba a Cervantes. En gran parte de esa avalancha de ‘intromisiones’ había buena voluntad pero aun así no dejó de ser agobiante. La directora, como Pérez de la Fuente, también se sintió a su modo asediada por las recomendaciones ajenas. “Era una experiencia muy rara para mí, que habitualmente trabajo con autores muy desconocidos, de los que la mayoría de la gente no tiene mucha idea”.
Amablemente declinó toda esa ayuda exterior que se le ofrecía. Aunque sí echó mano de un libro que le ha resultado muy inspirador, Teoría de la libertad, de Luis Rosales, en el que el poeta granadino sintetizó su visión de la obra cervantina. “Es una maravilla. Es muy importante la distinción que hace entre la libertad individual y la personal, asociando esta última a una dimensión ética, porque la libertad cobra valor si se integra en un objetivo más elevado: el del bien común”. He ahí el meollo filosófico de este título cervantino que, recordemos, también escenificaron Rafael Alberti y María Teresa León en el Madrid del ‘No pasarán’ (es curioso comprobar cómo cada uno de los directores que la ha montado ha padecido su propio cerco).
“Con Cervantes he sentido mucha confianza. Siempre me encierro con cada autor que represento e intento hablar con él. Soy así de espiritual… Trato de entender los sentidos que hay detrás de su escritura. Cervantes me ha dado pie a lanzarme, a asumir riesgos, a reinventarme, que es por lo que merece la pena hacer teatro… Seguramente, lo que presentemos choque porque no sigue ciertas inercias pero nosotros debíamos ser fieles a nuestra trayectoria”, avisa Zamora, que también se ha ocupado de la dramaturgia, constreñida en una hora y diez minutos de ‘metraje’ (otro detalle revelador de la vocación camerística). Con la escenografía y el vestuario no ha querido ni hacer arqueología realista (fuera golas) ni tampoco pasarse de moderna. Ahí juega, como suele hacer, con unos códigos estéticos ambivalentes. Por otro lado, todo tiene un aire ritual y litúrgico, otra marca de la casa Nao d’amores. Y se apoya en lo carnavalesco para derivar en la tragedia, que, insiste en aclarar, no tiene nada que ver con el melodrama burgués moderno. Se trata, en definitiva, de que Cervantes, como decía Rosales, “nos enseñe y ayude a vivir”.