Ariel Goldenberg, un grande de la programación escénica internacional
El gestor cultural y escritor Tato Cabal recuerda los mejores años del mítico director del Festival de Otoño y su proverbial olfato y desparpajo
15 julio, 2021 11:57Conocí a Ariel en 1980, cuando pasó por Madrid como encargado de gira de una compañía francesa que trajo Jose Luis Gómez al Teatro Español. Lo conocimos, mejor dicho, cuando nosotros éramos la Asociación Cultural Caballo de Bastos, un hatajo de veinteañeros atrevidos (Mariló, Saúl y yo) capitaneados por el retirado actor de Tábano, Carlos Sánchez, que apenas había pasado la barrera de los treinta. ¡Qué tiempos!
Llevábamos la sala Cadarso y habíamos decidido poner en marcha el Festival Internacional de Teatro de Madrid, ahí es nada, así, como quien no quiere la cosa. Y lo hicimos. El primer año tuvimos un éxito enorme a costa de un batacazo económico aún mayor, con lo que nos cepillamos la exigua subvención que nos daba el Ministerio de Cultura para que los rojeras del teatro independiente no diéramos la tabarra. En la segunda edición ya contábamos con dos nuevos fichajes: Amaya de Miguel, una pipiola que no había cumplido los veinte, y Ariel Goldenberg, un argentino afincado en Francia que no había cumplido los treinta.
Y el festival llegó a lo más alto, seguramente porque se produjo una conjunción mágica, una especie de tormenta perfecta; porque había un país que quería beber de todos los manantiales, porque había una sociedad que necesitaba que unos jóvenes atrevidos abrieran las puertas del teatro internacional, porque había unos muchachos osados que necesitaban a unas instituciones nacientes que a su vez necesitaban a unos jóvenes emprendedores. No sé, el caso es que por el pasaron excelentes compañías de teatro y danza del panorama internacional: Brook, Kantor, Fo, Gassman, Bausch…
Estoy convencido de que Ariel, con su proverbial facilidad para radiografiar las situaciones y para entenderse con la gente, le dio mucho al Festival, pero que a su vez también recibió mucho de aquella recordada muestra: contactos, olfato de programador, y desparpajo, que también es importante.
Su carrera es conocida y cronistas tiene la Iglesia; su vida profesional ha estado siempre ligada a los grandes nombres de la escena internacional, como director del Festival de Otoño y como director del Teatro de Bobigny y del Teatro Nacional de Chaillot, en Paris. Reconocido en Francia como se merece, este argentino nacionalizado en España nunca quiso dejar de ser compatriota nuestro pese a saber que en este país nadie es profeta en su tierra.
Yo, herido con la noticia, siento un vacío amargo del que me protejo con el bálsamo de los buenos recuerdos. Brindo por ti, amigo.