Dramaturgia en tiempo real y presente
Los programaciones teatrales evidencian un cambio de paradigma. Son los autores vivos los que copan el protagonismo. Coincidiendo con el Día Mundial del Teatro, analizamos el fenómeno
26 marzo, 2021 17:32Basta echar un ojo a la cartelera del Centro Dramático Nacional para confirmar que hay un cambio profundo en la programación de nuestros teatros. Al término de esta temporada se habrán visto en sus teatros sólo dos obras de repertorio: Macbeth de Shakespeare y Calígula de Camus. Lo demás, pura contemporaneidad. Es decir, textos de autores vivos. Nadie podrá sentirse engañado por esta apuesta porque Alfredo Sanzol la explicitó en su proyecto para tripular el buque insignia de nuestra escena. ¿Sus motivos? “A nuestra sociedad le contaban en los teatros muchas historias que no había generado. Francesas, anglosajonas… Ahora hay una gran variedad de autores [él entre ellos] y estilos que le están contando ‘sus’ propias historias”. Lo dijo y lo ha hecho.
Prima pues la autoría española. También la femenina recibe un espaldarazo. Y la edad media tira a la baja. Buen ejemplo es María San Miguel (Valladolid, 1985), una de las voces más valientes de esta nueva dramaturgia. A pesar de su juventud, lleva picando piedra unos cuantos años. Diez le dedicó –como autora, directora e intérprete– a la trilogía Rescoldos de paz y violencia, sobre el terrorismo en el País Vasco. Llamó a mil puertas buscando apoyos para su pequeña compañía, Proyecto 42-3. Tras ellas, muchos le desaconsejaron adentrarse en ese avispero. Pero perseveró.
Acabó estrenándola al completo en espacios señeros como La Abadía y hoy ostenta el mérito de ser una pionera en mirar cara a cara al monstruo desde el arte, antes del masivo fenómeno actual (series, documentales, películas, más obras…) en torno a aquella sangrienta pesadilla. “Después de ese gran parto alargado en el tiempo, tenía una especie de crisis existencial”, confiesa a El Cultural. El Proyecto Reto 2019 del CDN le dio el pie para salir del atolladero. Y llegar hasta la luna, que estrena el próximo 7 de abril en el Valle-Inclán, salió de ahí. De nuevo, San Miguel asume sus riesgos: “He puesto en el centro el sexo, que continúa siendo un tabú a pesar de que vivimos en una sociedad tremendamente sexualizada y donde la industria del porno mueve miles de millones de euros”. En la pieza afloran, además, otros temas controvertidos, como la manera en que inciden en nuestra sexualidad las pujantes teorías feministas.
Aluvión de manuscritos
Hace apenas unas semanas, San Miguel también ha tenido en la Sala Mirador I’am a Survivor, obra alumbrada para el Festival de Otoño en los meses más duros del confinamiento y atravesada por la muerte de su padre. “De repente, en el año más extraño de nuestras vidas, estreno dos espectáculos. No entiendo nada…”, dice, confusa. Quizá se entienda precisamente por el cambio de paradigma del que hablamos, en el que, sin duda, el trauma vírico juega su papel: a la gente se le han agitado miles de preguntas y acudir al teatro es una de las maneras de confrontarlas con las de los creadores. La producción de estos también ha crecido exponencialmente en medio de la incertidumbre. El Premio Lope de Vega del Ayuntamiento de Madrid recibió, por ejemplo, más de 200 manuscritos el año pasado, el doble de lo habitual. El cobijo institucional a todo este flujo desbordado es capital, casi un oasis al final de una travesía por el desierto. Así lo siente San Miguel después de más de una década liderando su vulnerable troupe bajo la intemperie: “Estábamos agotados de resistir”.
"Hay un gran interés por textos y montajes de corte didáctico-moralista. Puede asordinar el teatro". Pablo Messiez
El respaldo en la actualidad parece decidido. No hay que olvidar que la principal bandera del proyecto Kamikaze fue precisamente la dramaturgia contemporánea. Nombres como los de Pablo Remón, Jordi Casanovas y Antonio Rojano encontraron en su sede, el viejo Pavón, un público multitudinario (llenazos en cada función) y entusiasta. Habría que citar también a Lucía Carballal, que escribió La resistencia becada por Del Arco y sus socios, aunque luego la exhibiera en el Canal. Y, por supuesto, Pablo Messiez (Buenos Aires, 1974), que triunfó con Todo el tiempo del mundo y Las canciones.
El autor y director argentino coincide con San Miguel en que, en mitad de tanta precariedad, esta nueva perspectiva de los programadores “es de celebrar” (Las canciones, por cierto, llegan al Lliure el próximo 22 abril). Aunque apunta algunos peligros. Como “el gran interés por textos y montajes de corte didáctico-moralista. Obras nacidas con el propósito de decir cosas pensadas a partir de un tema y rara vez como puesta en acto de un procedimiento”. De ahí a convertir el teatro en una homilía hay un paso. Messiez conjetura que esto puede deberse a lo que denomina ‘textocentrismo’, que define como la “subordinación de la escena al texto”. A su juicio, algo muy habitual y con una consecuencia nefasta: la de “asordinar la potencia del teatro”.
Juan Carlos Martel Bayod (Barcelona, 1976), que asumió la dirección artística del Lliure tras la controvertida salida de Lluís Pasqual, se adhiere a esta advertencia: “Quizá deberíamos dejar de pensar el concepto ‘dramaturgia’ como escritura aislada –que vendría a ser la literatura dramática– y más como una suma de visiones y expresiones que apelan a todos los sentidos. La luz, por ejemplo, también tiene su dramaturgia”. Como director, lo tiene muy claro. Aunque él puede implicarse al máximo en la escritura de los textos de las obras que monta. Es el caso de La malaltia, versión muy libre de El mal de la juventud, donde el dramaturgo austriaco Ferdinand Bruckner diseccionaba la generación perdida del periodo de entreguerras, ‘descarriada’ por las drogas, el hastío, la ausencia de futuro…
Martel Bayod, con la ayuda de Júlia Valdivieso e Ingrid Guardiola, ha traído a la actualidad aquel fresco dramático y, de repente, su estreno se acompasó con las revueltas por el encarcelamiento del rapero Hasél, que tanto nos han hecho reflexionar sobre los derroteros existenciales e ideológicos de los jóvenes. La eterna pregunta que, en fin, cada generación se plantea sobre la que le sucede. La malaltia, en el Lliure hasta el 11 de abril, evidencia eso: que esta no es nada original pero que es conveniente que nos la hagamos, “más que nunca –señala Martel Bayod– en un mundo pandémico en el que se nos ha privado momentáneamente de tantas libertades y que puede despertar las peores de las bestias”.
El periódico como inspiración
Este fogonazo de la realidad ‘invadiendo’ un proyecto teatral y cargándolo de significado también lo experimentó Sandra Ferrús (Alcira). Acababa de entregar el primer borrador de La panadera, pieza en la que se adentra en los estragos que la difusión de vídeos íntimos puede ocasionar, cuando le llegó la noticia de la empleada de Iveco que se quitó la vida al no poder soportar que cientos de compañeros de su fábrica habían tenido acceso a una antigua grabación sexual suya, en un contexto de absoluta privacidad con su expareja. Dice Ferrús que al leer la noticia se mareó y no pudo impedir el llanto.
"Se ha roto el puente con la tradición y ahora somos incapaces de leer algo más allá de la actualidad". Pablo Rosal
Sin embargo, la coincidencia reforzó su deseo de escribir una historia con un punto de partida similar al de aquella tragedia. “Era una mujer que podría ser yo, podría ser mi amiga, mi hermana, quería abrazarla, cuidarla, me puse en su piel”. La panadera estuvo hasta el 7 de marzo en la Sala de la Princesa del María Guerrero. Caló hondo y llegó a mucho público, por eso el Galileo la ha repescado para mayo, mes en el que también se repondrá en El Español otro trabajo suyo anterior: El silencio de Elvis.
Un recorrido similar ha tenido Los que hablan de Pablo Rosal (Barcelona, 1983). Tras la gran impresión que causó esta oda cómica al lenguaje en La Abadía –un espacio que Carlos Aladro, por cierto, también está colmando de autoría contemporánea–, el Teatro del Barrio le echó el guante (hay funciones en él hasta este domingo 29). El impulso de escribir no se lo dio un titular. Si Messiez en Las canciones reparaba en el acto de escuchar, Moral se detiene en el de hablar. “Respondió exactamente a la necesidad de compartir un sentir elemental: que hacerlo no es tan obvio y fácil como pretendemos”.
In Mahler we trust
Algo parecido a una moraleja sobrevolaba sus funciones: “Debemos dejar morir a la palabrería para encontrarnos, al fondo, todos, callados”. Podemos identificar en ella una raíz beckettiana pero sin duda conecta con este mundo nuestro en el que las palabras han sido violentadas hasta límites obscenos. Rosal, claro, celebra la eclosión de dramaturgia contemporánea en la cartelera, pero teme, sin embargo, que se deba a una desgraciada circunstancia. “Se ha roto el puente con la tradición, hasta con la más cercana. Hemos arrasado con todo, no siempre con tino y responsabilidad, y ahora nos vemos incapaces de disfrutar plenamente de la profundidad en la sabiduría de los clásicos, incapaces de leer algo que esté más allá de la actualidad”.
Martel Bayod matiza ese argumento con un precepto mahleriano, al que se sujeta para hilvanar las programaciones del Lliure. “Defiendo la tradición como transmisión del fuego, no como veneración de las cenizas y ello significa respetar muchísimo a los clásicos, pero a la vez observar que la sociedad tiene otro nivel de atención”. Messiez, que en Las canciones partió de flashes chejovianos, ahonda en esa línea, reivindicando el contraste (y la tensión) entre ambos mundos, el que dejamos atrás y el que intentamos construir en el presente. “Hay que entrar en diálogo con otras épocas, otras lógicas, otros paradigmas, que nos obliguen a pensarnos (y pensar la escena) desde otra perspectiva”. Y para clarificar si realmente estamos ante una época dorada de nuestra dramaturgia, recurre a una metáfora irrebatible: “Del oro se encarga el tiempo”. Toca esperar para ver si lo que brilla hoy lo sigue haciendo mañana. O lo contrario, que también puede ser.