“El teatro es poesía que se sale del libro para hacerse humana”. Es otra insuperable definición del arte de la representación escénica enunciada por Lorca, que dejó para la posteridad unas cuantas. La cita la recuerda Manuel Tirado, autor de la versión extendida de Diálogo del amargo que se estrena en el Teatro Español el próximo jueves 5. Esta triplica la extensión original y diversifica sus voces. La firma junto a Francisco Suárez, que también ejerce de director y que ya subió a las tablas esta composición del Poema del cante jondo. Lo hizo colaborando en la coreografía elaborada por Mario Maya sobre la misma obra.
Es decir, dos veces se ha rebelado frente al estigma de irrepresentable que arrastra, al igual que su Teatro de lo Imposible (El público, El sueño de la vida y Así que pasen cinco años). Y es que esta producción tiene una raíz rebelde. Que va no sólo contra esos especialistas que dudan de su potencial concreción, sino también, añade Tirado, “contra los políticos, tanto los que rehúyen la memoria histórica como los que tratan de imponerla a su modo; contra las fuerzas opresoras de ayer, de hoy y de siempre; y contra esa parte de la sociedad resignada a acostarse y levantarse cada día, como Doña Rosita la soltera, ‘con el más terrible de los sentimientos, que es el de tener la esperanza muerta’”.
Tirado intenta contraponer en este montaje dos tipos de memoria. La histórica, “que las más de las veces no pasa de ser un registro tergiversado por ley desde el poder que despide un tufo unívoco y oficialista”. Y la memoria social, “que se construye a partir de las experiencias vividas y se articula merced a la oralidad y la pluralidad de la sociedad civil”. Él se queda con esta última y la aplica al aquelarre del 36 con sus trágicas consecuencias (léase los desaparecidos que dejó diseminados por el solar patrio). La guerra está en el fondo de su dramaturgia.
Pero la cristalización escénica no es historicista. Suárez, que cuenta con un numeroso elenco encabezado por Ana Fernández, Jacobo Dicenta y María Galiana, apuesta por un contexto inconcreto. “Pemite –explica– mirar a la escena con una perspectiva distanciada para que la emoción no se vista de sombras”. Aun así no maquilla el poso amenazante de este poema-diálogo, premonitorio de un horizonte de cuchillos y muerte.