La cocina, crisol e infierno del capitalismo
Curt Allen Willmer recrea la cocina del Hotel Savoy. Foto: Marcos Gpunto
Desafío mayúsculo el que encara Peris-Mencheta: estrena este viernes La cocina del ‘airado' Arnold Wesker en el Valle-Inclán. Con 25 actores y un escenario circular recrea un guirigay cosmopolita donde afloran las tensiones raciales y los sueños truncados.
Ahora, CDN mediante, dispondrá de más medios para afrontar un desafío de proporciones operísticas. Cuenta con un heterogéneo elenco de 25 actores, con rostros populares como el de la propia Abascal, Roberto Álvarez, Alejo Sauras...También la exgimnasta Almudena Cid, a la que Peris-Mencheta dio un pequeño papel, algo de lo que se ha arrepentido: "Debería haberle dado uno más grande. Es la gran revelación de este montaje. Ya lo verán". Sí, lo haremos a partir de este viernes (18) en el Teatro Valle-Inclán.
En el reparto concurren intérpretes de todas las comunidades autónomas. No es una casualidad sino una circunstancia maquinada por Peris-Mencheta (y Ernesto Caballero) que entronca con el espíritu del texto original. La cocina de Wesker es en efecto un melting pot explosivo. Entre los fogones conviven asalariados de diversas nacionalidades. La obra refleja cómo afloran los prejuicios raciales por un quítame allá esas pajas. En este caso la hostilidad la desencadena la belleza de Monique, el personaje encarnado por Abascal, cortejada por un cocinero alemán y otro empleado griego. Se crean dos bandos y la violencia estalla en la catacumba culinaria, diseñada a imagen y semejanza de la del Hotel Savoy de Londres, con ese aire industrial dominado por un cromatismo metálico.
Peris-Mencheta eleva la resonancia de la disputa situando la historia en 1953, año en que varios países, entre ellos Grecia, condonan la deuda alemana. Los pormenores de ese acuerdo, cuyas lecturas se proyectan hasta la actualidad, en plena bancarrota helena, se filtran por un transistor en el trajín de la cocina, un aleph en el que confluyen todas las dinámicas humanas. Y la mejor manera de asomarse a ese pandemonium de comandas cantadas a voz en grito, ruido de cacerolas entrechocando y temperatura en el punto de ebullición era desde un escenario circular, con las gradas por encima del escenario. "Montarla en un teatro a la italiana sería un fracaso. Los actores se mueven detrás de las encimeras, con lo que sólo se les vería de cintura para arriba", explica Peris-Mencheta, que ha eliminado la presencia de alimentos. Toca imaginárselos, lo cual no es difícil porque se reproducen los movimientos de los cocineros. Varios chefs les han asesorado para desplegar esa reproducción mimética, hasta el punto que se diferencia si están cortando una cebolla o una zanahoria o destripando una sardina.
El texto de Wesker también contribuye a ese detallismo documental. En su juventud se ganó la vida como cocinero. Luego, cuando ya se concentró en la escritura teatral, se instalaría en la nómina de los Angry Young Men, aquellos jóvenes británicos airados entre los que también se contaban Osborne, Pinter, Sillitoe... En esta obra subyace ese resquemor frente a un sistema que atornilla a sus operarios a un puesto de trabajo. "Estos creen que son unos privilegiados porque tienen uno en periodo de crisis pero así que comienzan a pensar un poco más comprueban que se han quedado muy lejos de sus sueños", sentencia Peris-Mencheta.
@albertoojeda77