Steven Berkoff
Un viaje por el mal haciendo escala en Ricardo III, Shylock, Yago, Macbeth... Es la propuesta de Los villanos de Shakespeare, obra escrita, dirigida e interpretada por Steven Berkoff que veremos en Almagro entre este viernes y el domingo. El gurú de la escena británica analiza con El Cultural las claves de este trayecto por las sombras del alma humana de la mano del Bardo.
Lo cierto es que se nos ocurren poco actores mejor dotados para acometer semejante envite. Berkoff está muy fogueado en darle cuerpo y voz a la vileza. El papel que le encasilló en ese registro para los restos fue el del general Orlov en Octopussy, una de las entregas más populares de la popular saga de James Bond. En los años siguientes los cineastas hollywoodenses le mantuvieron enchiquerado en este tipo de papeles: Victor Maitland en Beverly Hills Cop, el mayor Podovsky en Rambo II… No le preocupa demasiado a Berkoff ese encorsetamiento. Menciona renombrados actores (Humphrey Bogart, James Cagney…) de paleta interpretativa muy limitada pero que todos admiramos. Además, para Berkoff estas incursiones estelares en la gran pantalla eran simplemente un medio para hacer caja e impulsar proyectos escénicos con su compañía teatral. Porque es en las tablas donde se siente en su hábitat verdadero. Lo comprobaremos con esta compilación de villanos en la que combina la disertación analítica, el coloquio con el patio de butacas y la mímesis con esas figuras diabólicas (o casi).
Pregunta.- ¿Cómo le surgió la idea de agrupar sólo a los villanos?Los villanos tienen una profundidad psicológica que no poseen los héroes. En ellos encuentras dolor, frustración, envidia..."
Respuesta.- Mi intención original era hacer un espectáculo individual en el que repasar los principales personajes de la dramaturgia de Shakespeare, algo parecido a un recital de piano o una exposición monográfica de un artista. Pero cuando empecé a preparar los parlamentos, los villanos se apoderaron de mí. Sus palabras, sus discursos, me calaban más hondo que los de los héroes edificantes. Arranqué con Yago, luego seguí con Ricardo III… Hasta que me pregunté: ¿por qué no construir un espectáculo sólo con estos representantes del mal? Veía claro que tenían una profundidad psicológica muy superior porque en ellos detectas frustración, privación, dolor, ausencia, ambición, envidia… Un material que es muy sugerente para llevarlo a la escena.
P.- Creo que a Hamlet también lo incluye pero, digamos, no es un malvado de manual. Se mueve en un terreno moral más difuso...
R.- Quería que estuviese porque lo conozco bien, lo interpreté en su día. Es cierto que no es un villano en sentido estricto pero sus acciones generan un peligro constante a su alrededor. Si haces un recuento, compruebas que es responsable de siete muertes. No exactamente por maldad, más bien por torpeza. A Ofelia, por ejemplo, la conduce al suicidio con su actitud. Maquina, en defensa propia, el asesinato de Guildernsten y Rosencratz. Mata a Laertes con la espada que está envenenada sin ser consciente de ello…
Asesinos en serie
P.-¿En este grupo de almas emponzoñadas hay alguno que sea un psicópata puro, que lleve el mal en su ADN?R.- Lo interesante de los villanos de Shakespeare, en contraste con los de Marlowe u otros de los dramas isabelinos, es su radical humanidad. Te permite entender donde arraiga su perversión. Son todos creíbles para el espectador. Y ninguno se repite. Las causas varían, también sus procedencias: italianos, negros, judíos, ingleses, daneses… Dicho esto, sí creo que son psicópatas Macbeth y Ricardo III. Ambos son asesinos en serie. Shylock no lo es en absoluto pero sí genera en su interior el odio de los individuos pertenecientes a colectivos oprimidos, ofendidos o marginados. Como históricamente ha sucedido con negros, católicos, judíos, proletarios… O como ocurre ahora en Inglaterra con los polacos, los paquistaníes… La opresión desencadena su visceralidad antisocial.
P.- Se ha hablado mucho del posible antisemitismo de Shakespeare, obvio, según algunos, al retratar a Shylock como un usurero despiadado.
R.- Al público siempre le ha gustado lo que podemos llamar las tramas binarias, en las que dos personajes potentes, uno bueno y otro malo, libran un pulso. Como decía, Shylock no es un villano aunque Shakespeare lo utiliza como tal. En su época los judíos eran una comunidad envuelta en el misterio por sus costumbres, generaban desconfianza y fascinación. De hecho, Marlowe también explotó esa atracción cuando escribió El judío de Malta unos años antes, una obra que fue un tremendo taquillazo.
R.- Sí, todos mencionan algún tipo de abandono del que han sido víctimas. Han sufrido distintas privaciones. Como Ricardo III, que fue un niño que no despertaba el afecto por su aspecto deforme. Él se explica en su primer parlamento: "… al no poder como un enamorado recrearme en estos días melifluos, he decidido que seré un malvado y que odiaré los vanos placeres de estos días". Yago también lamenta que Otelo no lo estime lo suficiente y siente celos de Casio, su lugarteniente. Macbeth está atrapado en un matrimonio extraño y frustrado, que se envenena poco a poco al no consumar la paternidad. También siente que el destino no le ha entregado la autoridad y el poder que merecían sus cualidades. Sólo ha sido generoso con otros y ese resentimiento opera como motor de su venganza.
Berkoff se apoya en la palabra de Shakespeare para completar un tour de force psíquicamente agotador para un actor que roza los 80 años. Esa longeva edad, sin embargo, no apunta hacia una retirada. Siente que es heredero de una tradición señorial de actores británicos que han defendido magistralmente a Shakespeare sobre la tablas y en el cine. Saca a relucir el nombre de glorias como John Gielgud, Edmund Kean, Laurence Olivier… De este último dice que su encarnación fílmica de Ricardo III, en la versión de 1955 que también dirigió y produjo, es uno de los monumentos históricos de la profesión. Lamenta, sacando su lado más gruñón, que las nuevas promociones de intérpretes de su país no los conocen ni parece que tengan mucho interés en conocerlos. Aparte de su ignorancia, denuncia su falta de transmisión emotiva, su acartonamiento y su impostura. Y el aburrimiento que proyectan.
También lamenta que su querencia por los brillos del celuloide les impide curtirse en los escenarios, una piedra de toque a su juicio imprescindible para afrontar los papeles shakesperianos con garantías. Las salas de teatro ya casi ni las pisa. Confiesa que para no ponerse enfermo con lo que ve. "El nivel cada vez es más bajo. Pésimo incluso. Detrás de cada palabra de Shakespeare tiene que latir una tremenda energía y una fuerza interior, y yo no la siento". No le convenció nada el trabajo de Michael Fassbender como Macbeth el año pasado en la película dirigida por Justin Kurzel. Pero sí le gustó Bardem en No es país para viejos. Para ser precisos, le pareció "brillante". El actor español, por cierto, es uno de los que le han tomado el testigo como villano en la franquicia 007 (Skyfall).
Todos queremos bañarnos en Shakespeare, ser sumergidos como Aquiles en el agua mágica y volvernos invencibles"
El detallismo renacentista
P.- ¿Cuál es el secreto de Shakespeare para conmovernos cuatrocientos años después?
R.- Examinó con profundidad y detalle cada faceta de la condición humana. Sus obras son como los cuadros de los pintores isabelinos o los del renacimiento. Pienso en Leonardo Da Vinci o Caravaggio. Eran artistas que se asomaban a las almas de los hombres con un microscopio. El suyo fue un esfuerzo en el que pusieron una pasión más allá de cualquier límite y eso es lo que todavía nos engancha. Ahora es difícil encontrar autores así.
P.- ¿Y cuál es la enseñanza más valiosa que podemos extraer de esta lección magistral sobe el mal?
R.- Lo interesante es que es una visión concentrada sobre los orígenes del mal en cada personaje. Es una perspectiva que no tienes cuando ves las obras enteras, porque te dispersas con los otros roles y con la trama. La verdad es que todos nosotros queremos bañarnos en Shakespeare como si fuésemos carne cruda en agua hirviendo; ser sumergidos, como Aquiles, en el agua mágica y volvernos invencibles.
@albertoojeda77
Los móviles del mal
Shylock. El retrato de este usurero ha generado uno de los debates más enconados sobre Shakespeare. ¿Era un antisemita? Su afán por cobrarse la libra de carne y la saña que aplica el autor al personaje al final abonan tal teoría. Pero casi nada en la biografía de Shakespeare está constatado concluyentemente. Tampoco su presunto antisemitismo.Ricardo III. Una infancia en la que se ha visto relegado de todo afecto familiar. Nadie le acaricia ni le besa. Su aspecto deforme no ayuda. Ahí germina el odio de uno de los villanos más siniestros de obra shakesperiana. Y la venganza, azuzada también por la ambición, será terrible. Nadie escapa de su escalada de sangre y violencia. Ni siquiera él.
Yago. Servidor maquiavélico e intoxicador. Da sobre las tablas una lección magistral de manipulación y deformación de la realidad. Derrama sobre los oídos de su señor, el moro Otelo, el veneno de la desconfianza hacia Desdémona. Los celos acaban por enloquecerlo. Desatado por su efecto, perpetra la venganza más abominable.
Macbeth. Lo que conduce al desastre a este bravo general escocés es la ambición política. La profecía de las tres brujas, que le revelan que será el monarca de Escocia, y la presión continua de su retorcida mujer,le empujan a asesinar al rey Duncan. La culpa le atormenta pero, para mantenerse en el trono, ya no le queda otra opción que matar y matar.
Coroliano. El bravo general Coriolano dio mucha gloria y muchos territorios a Roma. Pero su orgullo patricio era demasiado grande y rígido. Por eso, cuando los plebeyos le acusaron de malversación, no se rebajó a la indignidad de defenderse. Prerfirió el exilio y aliarse con los enemigos de su pueblo. Su vanidad desmboca en la traición.