La violencia según Veronese
El autor argentino estrena 'Mujeres soñaron caballos'
5 abril, 2007 02:00Ginés G. Millán y Blanca Portillo, en una escena de la obra de Veronese
El autor y director argentino Daniel Veronese se estrena en el CDN con Mujeres soñaron caballos. La obra, que estará en el Teatro Valle-Inclán desde el 12 de abril, es una dura aproximación a la violencia de la sociedad. Con motivo de este estreno, el autor Juan Mayorga escribe para El Cultural sobre el boom que vive en estos momento el teatro argentino.
El montaje es una producción del Centro Dramático Nacional que dirige el propio Veronese. Para el trabajo, el dramaturgo argentino cuenta con un reparto formado por actores españoles y de su tierra. Blanca Portillo, Susi Pérez, Ginés García Millán, Celso Bugallo y Andrés Guerrero conforman el elenco del lado europeo del Atlántico, mientras que María Figueras es la única representante de la otra orilla del Atlántico. Los seis intérpretes habitan un minúsculo escenario, de tres por tres metros, donde sólo caben una mesa, una banqueta, un sofá de dos plazas y cuatro sillas. En ese espacio intentan convivir tres hermanos con sus parejas femeninas, pero la suma de todos los obstáculos con los que chocan, tanto los humanos como los causados por los muebles, convierten el escenario en un ring en el que diferentes tipos de violencia no permiten celebrar una cena familiar que recuerda -años después- la mujer más joven de los personajes de la obra.
Dureza no gratuita. Veronese no cree que la dureza de la obra sea exagerada o gratuita. Para el creador de Mujeres soñaron caballos, el montaje sólo es "una caja que encierra parte de la violencia que hay en la sociedad". El autor piensa, es obvio, en su país, en el pozo de desprecio hacia los demás que dejó la dictadura militar que aún perdura a pesar de los años pasados desde su fin. Desde entonces, las vejaciones a las que se enfrenta una persona cualquiera han aumentado considerablemente, empapando todos los ámbitos de Argentina, aunque Veronese cree que la situación trasciende al resto del mundo. Hasta llegar a invadir todas las relaciones humanas, sin limitarse sólo a la que ejerce el poder sobre los gobernados, sino que incluye "la del hombre sobre la mujer y la de la mujer sobre el hombre". Por eso, la obra se centra en una familia, ya que para el autor "hablar de ella es hablar de la sociedad".
Mujeres soñaron caballos le permite también a Veronese reflexionar sobre la respuesta de las víctimas de las agresiones, ejercida de manera privada o pública. El dramaturgo argentino cree que "la violencia no cura la violencia", pero reconoce que siempre le ha llamado sobremanera la atención las"pocas ocasiones en las que las víctimas han devuelto la agresión recibida", aunque les haya causado y les cause unas heridas que convocan a fantasmas casi imposibles de exorcizar. Hasta que en un momento dado, una circunstancia imprevista arranca un motor muy difícil de frenar y aparece una violencia diferente a la conocida. Entonces todo encaja, todo el mundo descubre lo que permanecía oculto ante sus ojos y cae en la cuenta de la existencia de una herida que ya no aguantaba más sin salir de forma más fea aún a la luz.
La indagación de Veronese en ese mundo supone su debut con el Centro Dramático Nacional. El autor es uno de los principales representantes del vigoroso teatro argentino que ha llenado la escena de su país, especialmente la de Buenos Aires, de productos nuevos, arriesgados y de gran nivel artístico desde hace más de una década. Justo ese tiempo es el que ha pasado desde que el dramaturgo escribiera Mujeres soñaron caballos "con prisa porque tenía que entregar un libro con siete obras". Esa urgencia le llevó a seguir trabajando con el texto aún después de acabado y ha hecho también que para el nuevo montaje que estrena en Madrid haya introducido una buena dosis de"cirugía" correctora sobre el original. Aunque Veronese no es un director que necesite de excusas para hacer cambios en una obra. El autor argentino es partidario de meter toda la mano que pueda en los textos de otros autores, por lo que no es de extrañar que haga lo mismo con los propios. "Yo me metí a director porque veía que a mis obras que dirigían otros les faltaba algo que convirtiera el bello lenguaje literario en una contundente puesta en escena teatral", confiesa sentado en la mesa con hule a cuadros del propio espectáculo mientras espera a los actores para un nuevo ensayo. Así que se puso la gorra de director y empezó por estrenar sus propios textos, algo que sólo hace él, aunque luego conceda los permisos necesarios a quien se lo pida y no le importe -"me invitan, pero no voy a verlas"- lo que hagan otros con sus textos ni, menos aún, el proceso que sigan para llevarlas a los escenarios.
Torbellino de emociones. En el caso de la producción del organismo público, Veronese "necesitaba armarla en función de las acciones para que llegue al público por medio del sistema nervioso y no por las emociones". El autor argentino pretende desencadenar así un torbellino de emociones entre los espectadores que les haga sentir el montaje en vez de limitarse a entenderlo y así pueda pueda llegar hasta lo más profundo de cada uno de ellos. Como ocurrió con anteriores puestas en escena de la obra en Argentina. El director recuerda con agrado determinadas ocasiones en las que, al acabar la representación, hubo personas que le comentaron que lo que acababan de ver era "como lo que pasaba en su familia". Y es consciente de que en esos casos, el teatro, por medio de su obra, ha sido capaz de ayudar a personas concretas a identificar un problema y ha permitido que les sirviera para "expiar los fantasmas íntimos" que tenían encerrados dentro de lo más profundo tan sólo con la palabra. Aunque eso sí, la palabra llegara arropada con una buena dosis de violencia escénica.
Buenos Aires, capital del teatro
Juan Mayorga
Quien lo probó lo sabe: Buenos Aires es hoy la capital del teatro en español. Su cartelera, amplia y variada, ofrece espectáculos formidables, igual en las grandes salas de la calle Corrientes -con el San Martín, modelo de teatro público-- que en espacios minúsculos -almacenes, garajes, domicilios particulares…- conquistados por el arte escénico. Allí, cada día se demuestra que se puede hacer teatro en cualquier sitio. O mejor dicho: que cualquier lugar puede y debe ser ganado por el teatro. ¿Qué está en la base de esa magnífica salud de la escena porteña? Ante todo, un público extenso, hambriento de teatro y muy bien formado; culto, que conoce las tradiciones y sabe distinguir lo nuevo de lo redundante; severo y generoso, al que el teatro ha ofrecido un refugio de convivencia y libertad en tiempos muy oscuros. En una sociedad así, el actor se siente apreciado, y responde a ese amor con un gran compromiso por su oficio. Cómicos que en muchos casos viven de otros empleos se comprometen a procesos muy exigentes, insólitos en Europa. Los he visto ensayar a las 8 de la mañana o a las 11 de la noche, y he sabido que llevaban meses haciéndolo y que no estrenarían hasta estar seguros de que merecía ser mostrado. De esas experiencias resultan espectáculos cuya madurez nos asombra cuando llegan a nuestros escenarios. Los autores y directores que acompañan a esos actores han sabido responder a las dificultades generando espectáculos que dependen, antes que de opulentas escenografías, de la capacidad del elenco y de la complicidad del público. No hay teatro que respete el talento del actor y la inteligencia del espectador tanto como el argentino. Ese doble respeto está en la base de los cinco nombres que quiero recomendarles, para empezar: Bartís, Kartún, Veronese, Spregelburd y Daulte. Cada uno de ellos ha sido capaz de crearse un espacio singular, que no se parece a ningún otro.