Con Macbeth –estrenada, con libreto de Piave y Maffei, en la Pergola de Milán el 14 de marzo de 1847– Verdi consiguió hacer verdaderamente algo distinto: una ópera experimental, en palabras de Francesco Degrada, un drama a lo Séneca releído según los esquemas culturales de moda para unir el mundo de las brujas a las creencias contemporáneas y a las tradiciones populares, fabricando una metáfora horrible y grandiosa de la conciencia atormentada del protagonista.
Partiendo de estas premisas, el polifacético artista que es Jaume Plensa –pintor, escultor, grabador, dibujante y escenógrafo– recogió el guante del Liceu y se lanzó servir la escena de esta importante partitura verdiana, que conoce bien. La tragedia de Shakespeare cayó por azar en sus manos cuando era muy joven: "Me cambió por completo la manera de ver muchas cosas, me enseñó cómo a través de la materia se puede llegar a abrazar lo invisible y lo divino, que es una aspiración que siempre ha estado presente en mi obra. Y para mí es sin duda uno de los mejores retratos de la condición humana hechos por Shakespeare".
No es rara esta admiración por la labor del poeta inglés. Como tampoco lo es la admiración por el trabajo de Verdi, que supo extraer del original shakespeareano lo más sustancial para la construcción de una obra en la que puso especial interés y cuidado. "Para ti este Macbeth, ópera que tengo en más alta estima que otras mías", escribió en la dedicatoria a su viejo maestro Antonio Barezzi. Muchas razones le atraían de la tragedia, fundamentalmente dos: la atmósfera gótica, fantasmagórica, con llamada a lo sobrenatural, tan en boga en esa época, y el estudio de dos caracteres tan atribulados y complejos como los de Macbeth y su mujer.
"Es un 'Macbeth' simbólico y abstracto, aquí no hay barro ni sangre. Estamos ante un planteamiento metateatral". J. Plensa
Plensa tiene soluciones muy originales para servir este monumental drama. Su puesta en escena busca lo mismo que su obra escultórica. "Por el escenario circularán unas cien personas, a las que hay que sumar 80 músicos. Y, por otro lado, habrá otras dos mil personas como público. La idea es que entre todos ellos fluya una energía abarcadora, que los envuelva a todos, sin que haya separación. No concibo el teatro como lugar de representación sino como parte de la vida. Mi obsesión es embarcar al público", explica a El Cultural.
Muy interesante planteamiento, sin duda, que llevará a clarificar la idiosincrasia de los dos protagonistas. Verdi deseaba profundizar en las psicologías de esos dos seres ambiciosos y crueles pero dubitativos y para ello cuajó la partitura de minuciosas anotaciones (voce cupa, soffocata, sotto voce, voce spiegata, tutta forza, con slancio...) que modelan adecuadamente la expresión, aunque en bastantes ocasiones los resultados sean inferiores a las pretensiones y la inspiración no se consiga por igual. Falta, como afirma el crítico Massimo Mila, esa vibración humana, ese amor que anima el arte del mejor Verdi. En esta ópera los personajes se mueven y sufren en una pasión que es su propia encarnación, pero están cerrados al amor y al dolor.
Persiguiendo clarificar esa relación y sus significados Plensa trabaja con la luz y los espacios vacíos: "Para mí, siempre ha sido una inspiración la frase de William Blake: ‘un pensamiento llena la inmensidad’. Este es un Macbeth simbólico y abstracto, aquí no hay barro ni sangre. Me decía el otro día el cantante Luca Salsi, que ha hecho más de cien veces esta ópera, que era la primera vez en la que no veía sangre". Un detalle muy significativo este, que confirma la idea del regista: "Estamos ante un planteamiento metateatral. Es una puesta en escena atemporal, abstracta".
Muy interesante es su visión de Lady Macbeth: "Yo no la concibo como un personaje perverso y manipulador. Para mí es alguien que toma las riendas cuando el mundo se mueve a su alrededor y alguien tiene que actuar. Ella es el sol y Macbeth y los demás personajes son planetas alrededor de ella". En esta tan esencial y novedosa puesta en escena se emplea en determinado momento un martillo como el que Gustav Mahler incluyó en su Sexta Sinfonía. Y se incluye, con coreografía de Antonio Ruz, el ballet que Verdi incorporó para la versión francesa de 1865. La definitiva versión italiana se estrenó en La Scala de Milán el 28 de enero de 1874.
Una mezcla sólida
Por supuesto, Plensa se ocupa también de la escenografía y del vestuario. Y dirige a un excelente equipo vocal con el citado Luca Salsi y Zelkjo Lucic, dos buenos y cualificados barítonos, cada uno en su estilo. La Lady se la reparten tres cantantes de interés: las sopranos Sondra Radvanovsky, cuya categoría está fuera de discusión, la más aventajada Alexandrina Pendatchanska (solo el día 1 de marzo), y la sólida mezzo Ekaterina Semenchuk, aquí en una parte de soprano; una dramática de agilidad por más señas. En el foso el siempre seguro y versátil titular musical del teatro barcelonés, Josep Pons.
La mirada del urbanita
En el Liceu, Plensa afrontará un reto novedoso para él pero no del todo ajeno. Como escenógrafo ha trabajado con, por ejemplo, La Fura dels Baus. Y además su labor como escultor siempre ha tenido como objetivo introducir en una determinada atmósfera (muchas veces entornos urbanos, como la plaza de Colón en Madrid) una reflexión a partir de lo matérico. Que la mirada sobre el lugar cambie.